Raymundo Riva Palacio |
PRIMER TIEMPO: ¿Qué pasa con nuestros marinos? Parece importar muy poco a muchos que un capitán de la Armada mexicana viaje sin mayor problema en un vehículo diplomático con dos agentes de la CIA, y sólo atienden que la camioneta donde viajaban hace casi 10 días en la zona de Tres Marías fue baleada, para hacerles el alto, para secuestrarlos o para matarlos. Sin quitarle nada de relevancia a ese hecho, es una investigación paralela que deberá aclarar muchas de las lagunas que hasta ahora tenemos sobre ese episodio. Pero de regreso al punto inicial, lo que el secretario de la Marina, almirante Francisco Saynez, ni su equipo han respondido, es porqué el capitán iba en ese vehículo, porque es un procedimiento irregular y violenta los protocolos de seguridad. Que eso suceda refleja una relación de tanta familiaridad, que asusta. La CIA tampoco ha dicho nada, en buena parte porque nunca confirman o niegan nada.
Les queda perfecto el procedimiento, porque resulta que sus agentes, que responden a los nombres falsos de Stan Dove Boss y Phillip P. Quincannon, se encontraban capacitando a las fuerzas especiales de la Marina sin autorización del gobierno mexicano. Lo que esto significa en lenguaje llano, es que tanto la Marina como la CIA, están metidos en un problema mayúsculo porque realizaron acciones secretas aún incluso para el gobierno de Felipe Calderón. La canciller Patricia Espinosa está contrariada porque le pasaron a los agentes de la CIA enfrente de sus narices y descubrió que no fue una, sino hasta cuando menos dos veces en que ya habían venido en forma clandestina.
Pero el resto del gabinete debe estar igual, porque nadie fuera del almirante Saynez, sabía de la existencia de una base en Xalatlaco, cerca de Tres Marías, que sólo fue descubierta por el violento incidente. La monumental tolvanera que se ha desatado en el terreno policial oculta este episodio que es mucho más grave que el incidente en sí mismo —no porque carezca de altísima relevancia—, sino porque se trata de la horadación de la soberanía mexicana, de la mano de la Marina, ante nuestros ojos y frente a un altoparlante que trata de ensordecernos para que no empecemos a pedirle que explique el almirante Saynez qué es lo que hizo de nuestra Patria.
SEGUNDO TIEMPO: Después del arrebato, los güeros callaron. Horas después del incidente en la zona de Tres Marías, la Embajada de Estados Unidos emitió un comunicado de prensa que fue tan desconcertante como brutal. Fue una emboscada, sentenciaron, con un fraseo que pareció estar dirigido a policías federales de quienes sugería habían estado coludidos (esto no lo dijeron públicamente) con narcotraficantes. El embajador Tony Wayne era el ofendido, pero algo sucedió en su honor porque después de eso, escondió la cabeza. El Departamento de Estado en Washington igual. Ni una palabra; ni una filtración para su periódico de cabecera, The New York Times, ni para quien les saca los secretos de los basureros, The Washington Post. El episodio tenía todos los ingredientes para que se regodearan con las autoridades mexicanas, pero el silencio fue la respuesta. ¿Se hicieron bolas? Después de ese boletín, dijeron que los suyos eran capacitadores de marinos mexicanos, y más adelante corrigieron: estaban de observadores. No se confundieron, sino maquillaron rápidamente para salir del problema en que estaban.
Los agentes de la CIA estaban encubiertos, y como habían entrado a México con identidades falsas, no estaban acreditados en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Por esa misma razón no rindieron declaración —¿cómo iba a presentarse ante el Ministerio Público un diplomático estadounidense que no existía oficialmente?—, por lo que los policías que fueron detenidos por el incidente, no pueden ser acusados de intento de homicidio, como originalmente se pensaba que sería el cargo. Están arraigados por el presunto delito de abuso de autoridad. La PGR no ha permitido que los abogados de la Policía Federal hablen con sus policías para oír de viva voz qué sucedió. En cambio, la PGR autorizó a funcionarios de la Embajada de Estados Unidos participar en los interrogatorios. Peculiar manera de manejar las cosas. Los estadounidenses están dando pasos agigantados para encubrir la violación a la soberanía mexicana —cortesía de la Armada—, y la PGR les está ayudando a levantar los platos rotos. La pregunta pertinente sería ahora quién trabaja para quién, porque nosotros ya no entendemos quién es el jefe.
TERCER TIEMPO: Un cobro de factura por agravios pasados. La venganza, qué duda cabe, sabe mejor entre más fría esté la sangre. Eso sucedió hace unos días a la vista de todos, que es el mejor lugar para esconder algo relevante de la opinión pública. Días después del episodio de Tres Marías, apareció en la prensa del Distrito Federal que los funcionarios estadounidenses heridos en el incidente, en realidad eran agentes de la CIA. Mutis en Estados Unidos, por supuesto. La DEA, ICE y el FBI habían dicho desde un principio que no eran suyos. El Departamento de Estado dijo que eran “civiles” que trabajaban para el gobierno estadounidense, con lo cual se eliminó la hipótesis que fueran infantes de Marina. Pues eran de la CIA, descubiertos por la prensa mexicana que se le adelantó —vaya caso extraño— a los reporteros que cubren diariamente los asuntos de inteligencia y seguridad nacional en Estados Unidos. En Washington hay mucho hermetismo porque la CIA hizo cosas malas que parecen malas, y quieren ver cómo la sacan del embrollo. Pero en México, unos muy resentidos caballeros que siempre se visten de verde, les pasaron la factura al revelar quiénes eran realmente los agentes estadounidenses.
En efecto, desde la Secretaría de la Defensa salió el mensaje de cobro a Washington, que desde los tiempos del embajador Carlos Pascual los habían tratado con desprecio y hostilidad. No se les olvida a los militares los mensajes de Pascual, dados a conocer por WikiLeaks, donde decían que tenían “aversión al miedo”, porque no quisieron actuar en contra de Arturo Beltrán Leyva, de la forma como querían en Washington. Los marinos dijeron que sí, y operaron con sus instrucciones tácticas aquella noche de 2009 donde murió de manera extraña el jefe de ese cártel. Desde entonces, el Ejército fue relegado y la Armada ensalzada. Resentidos algunos generales, ahora tomaron venganza sutil: reventaron la identidad de los funcionarios y metieron a la CIA, a la Embajada, al Departamento de Estado y a la Casa Blanca, en una disyuntiva sin buena salida, la de cómo explicar a México y a Estados Unidos, que sus chicos trabajan en secreto contra un aliado y dejando en la ignorancia al Capitolio.
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Twitter: @rivapa
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