Porque me atreví a defender a la periodista Sanjuana Martínez, tres individuos se encargaron de joderme un par de días. “Cerdo”, me dijeron en Twitter. “Vendido”. A jode y jode.
Sanjuana había expresado su opinión sobre el conflicto en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Le tundió a la rectora, Esther Orozco. También a Marcelo Ebrard. Y la tundieron a ella: allí está su artículo: mucha gente se inconformó y la misma institución se encargó de expresar su desacuerdo en una carta que por supuesto publicó SinEmbargo. Yo mismo tengo otra versión de los hechos y de eso se trata, pues: que digamos lo que creemos sin temor a ser linchados; que los que estén en desacuerdo lo plantéen y los que estén de acuerdo también.
Pues no. Hay quien cree que linchando, jodiendo, atacando ferozmente pueden cambiar la forma en que se expresa, piensa o escribe alguien. Error.
Si alguien llega y me dice que Sanjuana es corrupta y está podrida sólo porque piensa distinto, no dudaré en defenderla. En ese instante su causa es la mía. O qué.
El incidente es menor. Lo que quiero decir es que cada día siento al país más radicalizado. Bandos contra bandos. Rabiosos contra rabiosos. Quiero decir que siento cada vez más fuerte el odio, la intolerancia. Entiendo que hay muchos que se creen ofendidos porque las cosas en el país no marchan como uno o muchos quisiéramos. Entiendo que hay inconformidad, y que el gobierno de Felipe Calderón polarizó a la sociedad como, que yo recuerde, ninguno otro. Los troles del PRI durante la elección se sirvieron con la cuchara grande y no se quedaron atrás los de izquierda y los panistas. Yo sé que Enrique Peña Nieto, que Andrés Manuel López Obrador, que las hilachas. ¿En verdad vale la pena transformar nuestra inconformidad en bullying?
Siento, por ejemplo, que hemos perdido la capacidad de discutir, de compartir nuestros puntos de vista. Creo que estamos perdiendo, como sociedad, la posibilidad de construir si lo primero que se los viene a la cabeza cuando vemos que alguien piensa distinto es que el otro está jodido, es pendejo, es una mierda, es corrupto.
No quiero meterme a las causas de tal cambio de actitud. Quiero hablar de la actitud, de lo que veo: que los foros están llenos de descalificaciones y de mala onda. No de ganas de aportar, sino de destruir. Eso siento. En tiempos, además, en los que ser anónimo no cuesta nada; se abre una cuenta falsa, se esconde el nombre y se grita con rabia, se injuria, se atropella.
Hay mucha amargura, mexicanos. Mucha. En todos los bandos. Esa es mi reflexión. Y la amargura no permite el crecimiento de una sociedad. Es un cáncer.
Tenemos más razones para estar unidos que para mantener la discordia. Nos abruman los retos, mexicanos; son muchos: Acabar con los monopolios, con los abusos de la clase política, con los líderes charros, con la pobreza, con la corrupción que permea en todos los niveles sociales y económicos; necesitamos una prensa más combativa, luchar por mecanismos de transparencia y rendición de cuentas. Necesitamos presionar a las autoridades, mexicanos, para que se ponga fin a esta guerra sin sentido. Necesitamos justicia ahora: para las viudas y los huérfanos de seis años de estrategia fallida, para las familias de los desaparecidos, para la Guardería ABC, para… uf. La lista es larga.
¿De verdad vale la pena odiarnos tanto?
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