domingo, 18 de noviembre de 2012

Raymundo Riva Palacio - En memoria de un caballero


El jueves pasado se concretó a la hora del crepúsculo la venta del periódico El Financiero, que durante los primeros 31 años de su vida estuvo en manos de la familia Cárdenas.


“El Financiero ha sido nuestra vida”, escribió la familia al informar sobre la operación. “Como en todas las travesías, ha habido momentos dulces y agrios, que, sin embargo, nos han fortalecido”.


Con el cambio de propietario inicia un nuevo ciclo de la mano del joven y muy exitoso empresario Manuel Arroyo, que quiere hacer de El Financiero un sistema de información especializada en multimedia. Pero sobretodo, en términos históricos, se cierra un ciclo de altibajos, como dijo la familia, pero que en la memoria de la larga lucha por la libertad de expresión, el periódico, bajo el timón de su capitán Rogelio Cárdenas Sarmiento, ocupa uno de los lugares más relevantes por la contribución monumental a erosionar el sistema autoritario mexicano y soportar el embate del poder.





El Financiero surgió en la cabeza de un periodista visionario, su padre, también llamado Rogelio, quien inventó la primera columna política en la modalidad que hoy conocemos, y que por más de una generación detuvo el pulso de quienes gobernaban, Frentes Políticos, cuyo remedo se sigue publicando hoy, de bajo perfil, en el periódico donde nació, Excélsior.


El abuelo Cárdenas dejó el diarismo y se ocupó de la comunicación en Pemex, donde incubó la muy avanzada idea de un periódico especializado. Ya no pudo verlo, porque mientras avanzaba la preparación él moría de un enfisema pulmonar, pegado a un tubo de oxígeno, a través del cual animaba a su hijo para que no desfalleciera.


El joven Cárdenas Sarmiento no cejó. Arrancó el periódico en 1981 con menos de 23 personas conducidas editorialmente por Alejandro Ramos, su eterno director editorial que fue capaz, en los tiempos de los mayores egos reunidos en el diario, atemperar los ánimos y mantener los equilibrios internos, talento que llevó al periodista Ciro Gómez Leyva a decir alguna vez que era “un gran secretario de Gobernación” en ese periódico. Ramos se encargaba diariamente de los contenidos; Rogelio Cárdenas, de lo demás.


Lo demás era literalmente lo demás. Revisaba lo editorial, sí, pero también veía la producción, la impresión, buscaba la publicidad y muchas mañanas, al arrancar el periódico, en una bicicleta ayudaba a repartirlo. No eran buenos años para un periódico tan distinto a todos aquellos de información general dirigido a clases medias no a las élites.


El periódico llegó a su primera Semana Santa sin dinero. No había para publicarlo dos días más. Un periódico especializado que había salido un par de meses antes, Centenario, había cerrado en semanas, y El Financiero iba por ese camino.


Cárdenas se jugó una apuesta. Como era Semana Santa y no había mercados que reportar, informó a sus lectores, El Financiero no saldría hasta el siguiente lunes. La racionalidad era impecable y nadie sospechó de la crisis en que estaba. En esos días buscó publicidad, préstamos y ayudas para poder pagar el papel para la siguiente semana.


La forma como lo logró sigue siendo motivo de asombro para muchos, por la tenacidad en la cual consiguió los recursos. Nadie se arrepintió. El periódico adquirió un nuevo metabolismo que primero como acompañamiento y luego como bandera, se convirtió en la marca del diario más libre de pensamiento e independiente del gobierno que jamás hubo en la agonía del autoritarismo mexicano.


El Financiero aguantó todos los embates del gobierno porque Rogelio Cárdenas, de finísimos modales, de voz que nunca se alteraba, de sonrisa traviesa y eterna, y una calidez que apretujaba el alma, nunca se dobló. En todo era hombre de una pieza.


En una ocasión entraron a robar la caja de El Financiero, que se encontraba en el tercer piso del edificio que ocupaba, y Cárdenas, que para entonces ya sufría molestias en una pierna y usaba bastón, corrió por las escalares en subida los dos pisos que separaban su oficina de la administración, para hablar con los ladrones y pedirles de frente que se llevaran lo que quisieran pero que no lastimaran a la gente. Nadie salió herido. La gallardía en lo privado, fue la valentía de un guerrero en la arena pública.


La familia Cárdenas recordó en su carta informativa sobre la operación financiera que el periódico amplió su cobertura de lo financiero a lo político en 1988, una acotación que en la historia de la relación de la prensa con el gobierno, tiene un peso que nunca se le ha reconocido por la modestia de Rogelio Cárdenas y su inquebrantable voluntad de nunca hacerse víctima, ni pretender ser un adalid de la prensa libre, ni promover todo lo que hacía y padecía para mantener el derecho a la libertad y de la gente a ser informada para recibir premios y reconocimientos públicos.


Pero en ese año de una elección presidencial altamente competida, en el contexto de la bestia herida del priismo de la mano dura que ejemplificaban como nadie, el entonces secretario de Gobernación Manuel Bartlett, y su subsecretario encargado de medios, Fernando Pérez Correa, para quienes los golpes sobre la mesa y las amenazas a los dueños y directores de los medios era método para intimidación y subordinación, Cárdenas se jugó con su equipo, una apuesta que nadie sabía cuál iba a ser la consecuencia.


La noche de la elección presidencial, tensa e intensa, en el umbral de la revuelta social en la ciudad de México cuando los candidatos presidenciales Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Rosario Ibarra caminaron hacia Palacio Nacional para protestar lo que ante sus ojos y de cientos de miles había sido un fraude electoral para imponer a Carlos Salinas como Presidente, El Financiero decidió escribir el titular que salió de la cabeza de Ramos, y que apareció como la noticia principal el 7 de julio de 1988: “Nada para nadie”.
Por primera vez en la historia de México, desde la prensa en la República Restaurada de Juárez, un periódico desafiaba de esa manera al poder. Días antes el presidente del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, había dicho que Salinas ganaría con 20 millones de votos, y la noche del 6 de julio, afirmaba que la victoria había sido “inobjetable”. El Financiero dijo no es así. Ningún otro medio en el país corrió el riesgo. Ninguno paró las consecuencias.
Como represalia, el gobierno de Salinas ordenó que ninguna dependencia en el gobierno le diera publicidad al diario, y menos aún del sector financiero. Era una paradoja que se profundizaría. Un alto funcionario del Banco de México siempre decía que El Financiero era el único periódico financiero de izquierda en el mundo.

La realidad no era así. El Financiero no era de izquierda pero era el lugar al cual todas las plumas independientes acudían cuando en sus espacios ya no les era posible mantener esa libertad. Llegaban periodistas y columnistas de todos lados.


En una ocasión Joaquín López Dóriga escribió en su columna en el desaparecido El Heraldo de México, que lo que había en El Financiero era el dream team, en referencia al equipo de basquetbol de ensueño de Estados Unidos en los 90. La fuerza del diario era tal, que cuando nació Reforma en 1993, más de 35 de sus plumas emigraron al nuevo diario, al cual le dieron la fortaleza de arranque para convertirse en un diario de referencia.


Rogelio Cárdenas vio como sangraba editorialmente el periódico, pero como siempre fue, no entró en ninguna guerra de salarios. La libertad para sus periodistas, no el dinero, fue la razón por la que muchos acudieron a El Financiero como un espacio que se respiraba libre de manera indómita, y que aún cuando se fueran, siempre tuvieron en Rogelio Cárdenas la mano cálida y la sonrisa de un caballero pelirrojo cuyo último deseo en el lecho de la muerte, que su esposa y sus hijos no dejaran suelto ese periódico que con tanto esfuerzo construyó, hasta que todas las deudas de un mundo que había cambiado, se saldaran.

El jueves pasado eso sucedió. El fin de ese ciclo agridulce, pero periodísticamente notable, se cerró.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa


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