Díganme quién comió con quién y en qué restaurante, y yo pongo la conversación, dijo alguna vez un conocido columnista, en un arranque de cinismo. O quizá simplemente era un reconocimiento al hecho de que los intercambios entre políticos son absolutamente predecibles. Recuerdo artículos de otro analista que reproducía “las conversaciones” que Marta Sahagún y Vicente Fox sostenían por las noches en su cabaña de Los Pinos, como si el autor de los comentarios hubiese estado debajo de la cama de la dispareja pareja presidencial.
El hecho es que hay algo de imaginación y no poco de sobre interpretación, en la exégesis diaria de la comentocracia sobre la vida pública. Y sin embargo, los columnistas son necesarios porque lo importante de nuestra vida pública se desarrolla tras bambalinas; allá donde el común de los mortales no tiene acceso. Es tal la opacidad de la clase política, pese a su aparente verborrea destinada a distorsionar sus manejos ocultos, que el lector interesado necesita de estos comentaristas profesionales que interpretan gestos y develan intenciones.
Hace unos días me preguntaron qué columnistas diarios consideraba yo imprescindibles. Con el afán de intentar una respuesta en unos cuantos párrafos me limitaré a la veintena de colegas que escriben diario o varias veces a la semana en los principales diarios.
De entrada una consideración: pocos autores son capaces de ofrecer una calidad meridiana en cada una de sus colaboraciones. A mi juicio no hay capacidad de análisis o cúmulo de información que resista. Es imposible iluminar a la opinión pública cada día de lunes a viernes, semana tras semana.
Un lector medianamente entendido sabe que debe leer a varios columnistas porque ninguno por sí mismo basta para ofrecer ángulos frescos de los temas del día. Como los buenos bateadores, un autor que escribe diario tendrá un buen porcentaje de bateo si al menos tres o cuatro de cada 10 columnas resultan interesantes o aportan alguna información nueva.
Bajo esa presión, el columnista con frecuencia profetiza de más, ve carambolas de tres bandas en toda declaración, y atisba complots y minas escondidas allá donde los demás sólo ven terreno llano y plácido. Se exige a sí mismo a estar un paso delante de todos en cualquier materia aunque para ello tenga que imaginarse la conversación de actores políticos a los que vio sentados en un restaurante.
Quizá por ello las columnas colectivas de los periódicos (“Templo Mayor” de Reforma, “Bajo Reserva” de El Universal, “Trascendidos” de Milenio o “Frentes Políticos” de Excélsior) suelen ser más leídas que el resto de los articulistas. Tales columnas se alimentan de los tips que proporcionan los reporteros que cubren distintas fuentes y los dimes y diretes que llegan a los directivos de la Redacción. Difícil para un autor individual competir contra eso.
Por otra parte está el tema del sesgo de los autores. Todos los que escribimos tenemos inclinaciones ideológicas y empatías y antipatías con diversos actores políticos. Toda columna de opinión es subjetiva. Tales sesgos a veces ni siquiera están asociados a un posicionamiento ideológico. En ocasiones simplemente obedecen a que por una u otra circunstancia se estableció un diálogo más o menos de confianza con alguna fuente. A la postre se termina por conocer y entender los argumentos de un político en detrimento de otro por la simple razón de que la exposición es mayor a aquél que a este.
No sé si eso sucedió con Carlos Marín y Ciro Gómez, quienes durante buena parte del sexenio se dedicaron a defender con vehemencia la estrategia de seguridad de Genaro García Luna. Supongo que tenían acceso a información de la que carecíamos el resto de la comentocracia que en su mayoría ha sido crítica a la guerra de Calderón (habrá que ver ahora qué opinan de la estrategia de Peña Nieto, que camina en dirección opuesta). A partir de estas posiciones a contrapelo han desarrollado un gusto por convertirse en polemistas de tiempo completo a favor o en contra de políticos y de otros comentaristas. Muchas veces su lectura es necesaria por la frecuencia con la que provocan un tema de escándalo, pero el afán de convertirse en centro de la polémica en ocasiones resulta demasiado forzado.
Ese tono parece haberle funcionado a Ricardo Alemán, dispuesto siempre a encontrar batallas y ángulos atrevidos que los demás no ven. Interesante en ocasiones, y sin duda informado, pero excesivamente descalificador en sus caracterizaciones y demasiado obvio en su fobias (la izquierda, por lo general).
En otras ocasiones, el sesgo procede de la relación de los autores con sus fuentes de trabajo. Suelo leer la columna de Carlos Loret en El Universal, usualmente bien informadas e ingeniosamente escritas, salvo cuando asume la defensa de Televisa, para quien labora en las mañanas. Joaquín López Dóriga es menos militante en temas de la televisora (quizá por que ya “no necesita”), pero su porcentaje de bateo es bajo. Una o dos veces por semana siembra alguna información inédita, producto de su cercanía con políticos de primera línea.
Se agradece el tono mesurado de Sergio Sarmiento y sus puntos de vista, aunque la mayoría de las veces su columna es prescindible para el lector “profesional”. Sarmiento intenta, con buenos resultados, hacer un trabajo pedagógico sobre temas de política y economía para un público más amplio.
A Katia D’Artigues siempre hay que leerla, de reojo al menos, sobretodo si hemos perdido el hilo de la agenda diaria. Su extensa columna en El Universal hace un inventario ameno y sistemático de la agenda. Su seguimiento de las redes sociales es un buen aporte a la discusión pública.
Julio Hernández en “Astillero” (La Jornada) es necesario para todo aquél que quiera seguir los intríngulis del interminable culebrón de las tribus de la izquierda. El problema es que en ocasiones puede ser muy esotérico. La ironía humorística que persiguen sus textos suele hacerlos oscuros o requerir mucha información adicional en temas de la izquierda.
Francisco Garfias en Excélsior es el columnista que más ha crecido en los últimos años. Con frecuencia difiero de su interpretación, pero sus textos están cargados de información política fresca, gracias al reporteo incesante de las fuentes directas. A diferencia del propio Excélsior que rara vez “da la nota”, la columna de Garfias se ha convertido en imprescindible.
Ocasionalmente la columna de la que se va a hablar en la sobremesa procede de autores no considerados aquí. Pero qué se le va a hacer. Salvo que usted sea jubilado o ex Presidente, resulta difícil encontrar tiempo para repasar docenas de textos que terminan por ser reiterativos entre sí.
En resumen, mi lista imprescindible, no por gusto o coincidencia sino por deber profesional: “Templo Mayor”, “Bajo Reserva”, Loret, Garfias. Y una ojeada un par de veces a la semana: “Astillero”, Kathia, Ciro y López Dóriga. Y aquí en Sin Embargo.mx ”Casa de Citas” se ha vuelto una agradable costumbre.
El tema de los escritores semanales requiere un texto para otra ocasión. Pero adelanto cuatro imprescindibles: Jesús Silva Herzog Márquez, Lydia Cacho, Jorge Castañeda y Ricardo Raphael.
Se reciben sugerencias.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net
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