René Delgado
20 Abr. 13
Obsesión enfermiza o ambición legítima de más de un gobernante es dejar un legado que trascienda con mucho el término de su gestión. Agregar un "ismo" a su apellido para perdurar en la memoria hasta quedar inscrito como referente ineludible en la historia donde incidió.
Pues bien, Felipe Calderón lo consiguió, pero no como lo ansió.
Hoy, el calderonismo es referente obligado para entender la barbarie y la violencia criminal, la procuración de la justicia como ariete de la venganza política, el desuso de la inteligencia para dar rienda suelta a la fuerza, la hipoteca de las políticas públicas por la renta electoral, el deshilvanamiento del tejido social para tramar la red de la sospecha, la lealtad como sinónimo de la obediencia acrítica, el menosprecio o la traición como pago al cuestionamiento, el descabezamiento de grandes cárteles como promoción de la competencia criminal, el gasto sin inversión, la corrupción como recompensa, la impunidad en lugar de la rendición de cuentas...
El "ismo" de Calderón es referente para entender todo eso y asumir algo peor: su legado perdurará lastimando al País en lo que se construyen otros derroteros.
Tan terrible realidad impide pronunciarse a favor de la idea de convertir La Estela de Calderón en el Memorial de sus Víctimas. La Estela de Calderón es, por antonomasia, el monumento a la corrupción, la impunidad, la negligencia, la perversidad, la violencia y la pusilanimidad que marcan su paso por la Presidencia de la República.
Lo ocurrido durante su sexenio no fue suficientemente subrayado por la crítica y no se debe olvidar, aunque en el colmo del absurdo el ex Mandatario haya construido un memorial para el olvido. No, la Estela de Calderón debe prevalecer como tal, como símbolo de la ignominia. El monumento del calderonismo.
20 Abr. 13
Obsesión enfermiza o ambición legítima de más de un gobernante es dejar un legado que trascienda con mucho el término de su gestión. Agregar un "ismo" a su apellido para perdurar en la memoria hasta quedar inscrito como referente ineludible en la historia donde incidió.
Pues bien, Felipe Calderón lo consiguió, pero no como lo ansió.
Hoy, el calderonismo es referente obligado para entender la barbarie y la violencia criminal, la procuración de la justicia como ariete de la venganza política, el desuso de la inteligencia para dar rienda suelta a la fuerza, la hipoteca de las políticas públicas por la renta electoral, el deshilvanamiento del tejido social para tramar la red de la sospecha, la lealtad como sinónimo de la obediencia acrítica, el menosprecio o la traición como pago al cuestionamiento, el descabezamiento de grandes cárteles como promoción de la competencia criminal, el gasto sin inversión, la corrupción como recompensa, la impunidad en lugar de la rendición de cuentas...
El "ismo" de Calderón es referente para entender todo eso y asumir algo peor: su legado perdurará lastimando al País en lo que se construyen otros derroteros.
Tan terrible realidad impide pronunciarse a favor de la idea de convertir La Estela de Calderón en el Memorial de sus Víctimas. La Estela de Calderón es, por antonomasia, el monumento a la corrupción, la impunidad, la negligencia, la perversidad, la violencia y la pusilanimidad que marcan su paso por la Presidencia de la República.
Lo ocurrido durante su sexenio no fue suficientemente subrayado por la crítica y no se debe olvidar, aunque en el colmo del absurdo el ex Mandatario haya construido un memorial para el olvido. No, la Estela de Calderón debe prevalecer como tal, como símbolo de la ignominia. El monumento del calderonismo.
¿Por qué regresar de nuevo sobre el tema? Porque, desde el momento en que Felipe Calderón dejó la Administración –que nunca pudo elevar a la condición de Gobierno– un día tras otro afloran los datos o la información que redimensionan el daño provocado y la importancia de ponerle freno a las administraciones que, en su parafernalia por legitimarse a como dé lugar en el poder, terminan por arrasar con las instituciones y la paz que exige el desarrollo.
La semana que hoy concluye es elocuente al respecto. Sin ni siquiera llamarlo por su nombre, en el curso de estos días el calderonismo quedó expuesto como una calamidad, una desgracia que urge remontar sin olvidar para darle perspectiva al País y conducirlo por un sendero distinto al de la confrontación, que, al final, polariza y paraliza a las sociedades.
Esta semana, quedó expuesto el error de sustituir la comunicación con el ejercicio de exhibir a los delincuentes como seres a los que hay que temer en vez de someter, como modelos a seguir por la expresión bárbara y soberbia de sus hazañas criminales. Ahí está la entrevista capitulada hecha por la autoridad a Édgar Valdez Villarreal para que, con ropa a la moda, relatara en red nacional su biografía y reclamara admiración como consumado bandolero. Cuántas veces no se dijo que con balas y spots no se iba a combatir al crimen.
Esta semana arrancó el juicio contra la principal aliada del calderonismo, Elba Esther Gordillo. La maestra que, a lo largo del calderonismo y el foxismo, encontró refugio y calor de hogar en Los Pinos y, ahora, ocupa una crujía. Una alianza para la cual el calderonismo residual activo no acaba de encontrar la explicación que justifique el canje de políticas públicas por votos de temporada electoral.
Esta semana salieron de la prisión donde nunca debieron estar el General Tomás Ángeles y el ex Subprocurador Noé Ramírez Mandujano, y con ello dejaron testimonio de cómo, durante el calderonismo, de la procuración de justicia se hizo instrumento para saborear la venganza. Su liberación exhibió, de paso, el abuso de figuras jurídicas acuñadas por el calderonismo: la de los testigos comprados –presentados como "protegidos"– y la del arraigo, útiles al propósito de fabricar delitos al gusto para vengar supuestos agravios. Si no Felipe Calderón, ¿quién de sus leales explica lo ocurrido?
Esta semana, el otorgamiento de amparos a MVS confirma cómo políticas de Estado se aplicaban para castigar a los indisciplinados, a las voces que desafinaban en el coro impulsado por la traída y llevada narrativa oficial destinada a aplaudir la decisión presidencial de comportarse como comisario mayor del intendente de la Policía.
Esta semana quedó aprobada, con ajustes por analizar, la reforma de las telecomunicaciones que la anterior Administración no quiso impulsar porque de la alianza con los grandes concesionarios hizo el pedestal de su estatua evanescente. El "ismo" de Calderón se hundió todavía más esta semana en la ciénaga de la impunidad, la negligencia y la pusilanimidad política.
***
Es comprensible que, al emprender muchas de sus políticas, programas y acciones, el Gobierno actual evite mencionar como causa de ellas lo hecho y deshecho por el calderonismo. Se llevaría el día en eso, y echar mano del manido recurso de cargar al pasado las rectificaciones del presente podría resultarle contraproducente.
Como quiera, los cinco meses transcurridos del nuevo Gobierno han expuesto brutalmente los seis años del calderonismo. Afloran datos e información que obligan a redimensionar el tamaño del fracaso de la anterior Administración, el Gobierno fallido de Felipe Calderón, y cuestionan si la crítica política y la oposición se expresó y actuó con el vigor que el momento exigía. Si quienes pedían la renuncia a quienes no podían, si quienes reclamaban un interinato ante la evidencia del ejercicio del no poder, si quienes aplaudían al príncipe valiente sin mirar a los siervos sacrificados sin querer, si quienes canjeaban apoyo por privilegios, estuvieron a la altura.
Lo ocurrido ayer, encapsulado en el "ismo" de Felipe Calderón, exige un examen de conciencia tanto para no reeditar capítulos como ése, como para determinar si basta la sola conciencia para dejar atrás, cerrado en el pasado, lo mucho que todavía hay por explicar: los desaparecidos, en primer lugar. Un examen de conciencia que, aun siendo becario en Harvard, Felipe Calderón se niega a presentar.
Algún día, quizá, Calderón explique por qué arrumbó la doctrina que supuestamente sostenía su fe política para hacer del manual de policía la más grata filosofía de su práctica administrativa. Es una pena su "ismo".
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sobreaviso12@gmail.com
Periodista. Diarista desde 1978, especializado en asuntos políticos y conflictos armados. Su columna "Sobreaviso" data de 1989. Es autor de La oposición: debate por la Nación, Ovando y Gil: Crimen en Víspera de Elecciones y de la novela El Rescate. |
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