lunes, 22 de abril de 2013

Metlatónoc: miseria y explotación


En las comunidades de la Montaña de Guerrero, los abuelos no tienen acceso a servicios médicos; tampoco a vivienda digna ni alimentación sana. Trabajan más de 12 horas al día y consiguen menos de 7 pesos por jornada. Programas para Vivir Mejor prefirieron remozar fachadas y construir curatos antes que establecer el primer hospital para los na’saavi, me’phaa y nahuas de la región. Con esta entrega, Contralínea concluye la serie de crónicas desde las zonas más pobres de México




San Pablo Atzompa, Metlatónoc, Guerrero. Las manos, gruesas y abundantes en callos, deslizan con destreza las hebras de tule. Las palabras en na’saavi fluyen tan rápido como los dedos entreveran los tallos. El matrimonio formado por Daniel Pantaleón Luna y Guadalupe Avilés Cano teje sombreros. Los abuelos, cuyas edades rondan los 60 años, se apresuran a completar una docena, la única manera de obtener algunos pesos.
 
A pesar de que desde el alba y hasta que la luz del sol se va sólo se dedican a confeccionar los rústicos tocados, tienen dificultades para finalizar los seis al día que les corresponden a cada uno. En cuanto completen tres docenas bajarán caminando –un trayecto de 5 horas– hasta la ciudad de Tlapa de Comonfort para venderlos.





 
Por los 36 sombreros les pagan 120 pesos. Ellos debieron desembolsar antes 80 pesos en la compra de un tercio de palma o tule con que los elaboran. Así, su “ganancia” se reduce a 40 pesos… O 20 pesos para cada uno por tres jornadas completas. Es decir, cada abuelo gana 6.66 pesos al día, en jornadas de más de 12 horas de trabajo.
 
No cuentan con ningún tipo de seguridad social ni saben de ningún Artículo 123 que “garantice” sus derechos; tampoco de la responsabilidad que el Estado y los empleadores tienen para con los trabajadores, según lo establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. No hay representantes gubernamentales en varios kilómetros a la redonda. Tal vez sea mejor así: formalmente serían para el Estado mexicano “personas físicas con actividad empresarial” y seguramente estarán “evadiendo” impuestos…
 
—Ésta es mi casa…, tiene pobre; tiene tabla; no tiene piso firme –había dicho Daniel Pantaleón a los reporteros, en entrecortado español, a manera de bienvenida.
 
En silencio, él y Guadalupe Avilés recorren con la mirada su hogar: dentro de la choza de tablas y lámina galvanizada, el espacio para el fogón, un comal, dos pequeñas sillas y una tina con maíz nixtamalizado. En la otra esquina, leña y un bote de plástico con envases vacíos de refresco. Del techo cuelga un garrafón desocupado. Nada más.
 
Invitan a su “otra casa” (en realidad la otra habitación), donde también el piso de tierra se hace lodo en las partes más húmedas. Es el “dormitorio”. Al fondo, cuatro huacales sostienen cinco tablas. Sobre de éstas, un petate. Es la cama. El panorama se completa con ropa amontonada en cajas de cartón, un foco y, sobre una mesa de madera desvencijada, un aparato estereofónico.
 
Mediante la traducción de Eulogia Flores –na’saavi del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan–, Daniel y Guadalupe platican sobre su vida en una comunidad de la Montaña de Guerrero, considerada la región más pobre del país. “Somos campesinos –explica Daniel–; sembramos la milpa, pero el maíz no nos alcanza para todo el año”. Guadalupe completa: “Entonces hacemos sombreros de palma y los vendemos en la ciudad de Tlapa para comprar maíz”.

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