No sorprende que la revista “Time” lo haya designado como una de las 100 personas más importantes en el mundo. Después de todo, Enrique Peña Nieto es el presidente de un país cuya economía ocupa la posición 11 en el mundo, por encima de España o Canadá y otros actores de primer nivel internacional. El hecho de que se encuentre en su primer año de gobierno lo convierte en una figura novedosa y atractiva para los que construyen hit parades de personalidades.
Lo que sí sorprende son los adjetivos utilizados para describir a Peña Nieto en el perfil publicado por Time. Cualquiera diría que Nelson Mandela se ha instalado en Palacio Nacional: “combina el carisma de Reagan, el intelecto de Obama y las habilidades políticas de Clinton”, escribe un entusiasta Bill Richardson, ex gobernador de Nuevo México. Y en efecto se tiene que ser un verdadero fan del mexiquense, con muy poco sentido crítico, para considerar que sus capacidades intelectuales son equivalentes a las de Obama, un egresado de Harvard con máximas calificaciones y lector voraz toda su vida. Algo de lo cual Peña Nieto no puede ser acusado ni siquiera por sus admiradores.
Lo que sí sorprende son los adjetivos utilizados para describir a Peña Nieto en el perfil publicado por Time. Cualquiera diría que Nelson Mandela se ha instalado en Palacio Nacional: “combina el carisma de Reagan, el intelecto de Obama y las habilidades políticas de Clinton”, escribe un entusiasta Bill Richardson, ex gobernador de Nuevo México. Y en efecto se tiene que ser un verdadero fan del mexiquense, con muy poco sentido crítico, para considerar que sus capacidades intelectuales son equivalentes a las de Obama, un egresado de Harvard con máximas calificaciones y lector voraz toda su vida. Algo de lo cual Peña Nieto no puede ser acusado ni siquiera por sus admiradores.
Confieso que el priista ha mostrado algunas cualidades que no le habíamos adivinado, pero la del intelecto no es una de ellas. En todo caso, las referencias de Richardson me parece que están invertidas: Peña Nieto combinaría el intelecto de Reagan con el carisma de Obama… y el gusto por las mujeres de Clinton.
La pieza del semanario norteamericano culmina una andanada de publicaciones internacionales muy favorables al presidente mexicano y al retorno del PRI al poder. Le están dando a México el beneficio de la duda y un tratamiento de estrella ascendente que antes sólo se destinaban a Brasil y a Corea.
Me parece que estas visiones tan optimistas obedecen a la combinación de tres factores. Por un lado, las terribles expectativas que muchos nos habíamos hecho con respecto al PRI. La presencia de dinosaurios políticos en su equipo de operadores, la relación del candidato con Televisa y los poderes factuales, y su pertenencia al añejo grupo de Atlacomulco hacían prever el regreso de un PRI viejo y anquilosado.
Por el contrario, desde su triunfo electoral Peña Nieto ha hecho lo indecible para que dentro y afuera se le perciba como un gobernante sensible y democrático. Yo sigo creyendo que cinco meses es muy pronto para saber si tal rasgo es simplemente cosmético o se convertirá en una característica definitiva de su sexenio. Por ahora baste decir que su narrativa ha sido muy exitosa para vender la noción de que ha llegado un equipo profesional y moderno, capaz de poner en movimiento reformas y pactos que se habían atorado en la administración anterior.
Y justamente este es el segundo factor. Peña Nieto luce gracias a la opacidad de Calderón. El mundo estaba harto de escuchar la cantaleta de este Rambo y su cruzada solitaria en contra de los cárteles. Funcionó para los dos primeros años de gobierno, cuando el panista hizo giras internacionales en medio de palmadas de admiración y reconocimiento. Todos preferían que la guerra se hiciera en territorio mexicano y no en el suyo. Pero a la larga eso no alcanza para cubrir las responsabilidades y la importancia de México en la economía internacional. Súbitamente escuchar a Peña Nieto hablar de acuerdos comerciales, reformas fiscales, laborales y energéticas, e inversión extranjera ha sido mucho más reconfortante que el lastimero discurso calderonista del número de capos muertos o detenidos en el último trimestre.
El tercer factor tiene que ver con el wishfull thinking. Todos quisieran que México fuera el nuevo Brasil. Ahora que el país amazónico ha comenzado una lenta declinación, y el PIB de Estados Unidos y de Canadá crece a ritmos modestos (2.1 y 1.7 respectivamente en 2013), la promesa de Enrique Peña Nieto de alcanzar tasas de 6% al final de su sexenio es sumamente atractivo para el hemisferio norte. México y China se disputan la primera posición como socio comercial de Estados Unidos. Una alta tasa de crecimiento nacional provocaría un muy favorable impulso para la industria norteamericana. Los elogios a Peña Nieto por parte de la crítica internacional son también una forma de invocar a la fortuna en provecho propio. Se vale: si comienzan a creerlo ayudarán a hacerlo posible.
Eso está bien, pero hay límites. Deberíamos desconfiar cuando un vendedor nos asegura que somos un portento intelectual simplemente porque citamos (incorrectamente) un pasaje bíblico. ¿No creen?
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