sábado, 18 de mayo de 2013

René Delgado - Soltar lastre del pacto

Sólo el instinto de sobrevivencia y el ansia de poder connatural a todo político explican los arrestos como también la ingenuidad del presidente Enrique Peña Nieto y de los dirigentes partidistas para pretender, a partir de un Pacto fincado en la voluntad, asegurar un edificio cuya estructura -de los cimientos al penthouse- acusa cuarteaduras y amenaza con derrumbarse.

La impunidad, causa de las cuarteaduras, urge acciones mucho más osadas, firmes y radicales si se quiere conjurar el derrumbe. Frena esa acción un insostenible espíritu de cofradía y un malentendido sentido de unidad. Se perdona a quien se debe castigar. Se encubre a quien hay que descubrir. Se entiende bamboleo por estabilidad. Se confunde solidaridad con complicidad. Se quiere no agitar las aguas cuando se navega en un mar embravecido.



El jefe del Ejecutivo y los dirigentes partidistas están obligados a reconocer una deficiencia del Pacto suscrito: no basta la buena voluntad y el exhorto reiterado para someter o contener a quienes corrompen la estructura de ese edificio; a quienes roban y venden el acero como fierro viejo; a quienes lo desmantelan en beneficio propio a costa del bienestar general. Están obligados a reconocer eso, y algo más: no sólo en el campo electoral se cimbra el edificio.

La descomposición política y social que desestructura al país, que un día estalla aquí y otro allá y siempre sacrifica lo importante por lo urgente, reclama redimensionar el tipo de acción a emprender si de reconducir al Estado se trata. Es tiempo de depurar, no de reciclar. De reformar, no de parchar.


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Durante años -15 cuando menos- el desencuentro político y, por lo mismo, la falta de acuerdos echaron abajo el gradualismo como la vía para reformar oportunamente el edificio, adecuando su condición y función. La divisa de los ajustes fue de más a menos: de lo deseable a lo posible, luego de lo perdido a lo que aparezca.

Esa circunstancia, así como la miopía y la ambición, condujo a la clase política a entablar alianzas y formular arreglos de ocasión para sostener y administrar el edificio, aun cuando no se gobernara. El remedio salió más caro que la enfermedad: empoderó a corporaciones, gremios y caciques de toda laya, desbocó a movimientos y grupos inconformes o desesperados. Por la vía del halago, el patrocinio, la presión, la extorsión, el chantaje, los bloqueos o incluso las armas, contra la pared y sufriendo el síndrome de Estocolmo -la veneración de sus secuestradores- quedó la clase dirigente que, ahora, busca reposicionarse. La política de sálvese-el-que-pueda hizo del Estado y del gobierno algo fallido, y de la clase dirigente una compañía de marionetas.

En el ejercicio del no poder pero de ocupar como fuere el penthouse del edificio, al calderonismo fácil le resultó sentarse en las armas. Se fue a la guerra sin estrategia, haciendo todo lo necesario para perder y agregar, a la descomposición, la violencia criminal que, conforme a los modos políticos, sencillamente aplicó los mismos métodos: extorsión, robo, tráfico, secuestro, eliminación o decapitación.

La violencia y el agandalle en sus más diversas expresiones fueron el legado, la forma de relacionarse de los mexicanos.

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Hoy, hay un acuerdo básico pero limitado. Un Pacto suscrito en el pináculo del edificio. Hay acuerdo, pero no tiempo y sí titubeos ante el qué hacer frente a una realidad donde las manifestaciones de corrupción y desesperación, de resistencia y violencia, de brutalidad y desencanto son aterradoras.

Los hechos recientes sellados por la impunidad y la pusilanimidad integran una relación interminable y, a la vez, invitan a no creer en la recomposición. Día a día, un nuevo caso alimenta la desesperanza.

Un ex subprocurador acusa el uso de la procuración de justicia como instrumento de venganza de un general secretario para aplacar a sus iguales. Un ex secretario particular de la Presidencia aparece implicado en un fraude a la paraestatal que debía defender. Un ex gobernador confiesa su rapacidad pero, luego, jura hablar cuete, aunque las arcas vacías de su estado lo desmienten. Un delegado, el de Coyoacán, muestra sin cesar el cobre en busca del oro y su partido lo encubre igual que el jefe de Gobierno. Un grupo empresarial seduce y hostiga de diversos modos a funcionarios públicos y privados, según se plieguen o resistan sus designios.

El cruce de acusaciones entre candidatos en el marco de la incompetencia electoral en Veracruz confirma que el cártel político más fuerte es el del narco. El desgobierno en Michoacán es mezcla de inconformidad social con criminalidad organizada. El afán de acallar a billetazos cualquier inconformidad en su presencia pinta al gobernador de Guerrero. Las casas en Barcelona, los departamentos en Miami, en Cancún o no importa dónde, comprados o rentados por los perros o los cachorros de la corrupción, son un agravio. Los negocios ilícitos de la autoridad electoral, sea en el Instituto o el Tribunal, son burla a la confianza ciudadana.

Por todo eso se entiende por qué un par de meseros muele a golpes hasta matar a un cliente por no pagar la cuenta adulterada, por qué violan a una joven en un antro sin que éste cierre un solo día sus puertas, por qué el robo de cables, postes, coladeras o, incluso, el armazón de un puente para venderlos como fierro viejo es un negocio, por qué un franelero se apropia de una calle o un maestro de una autopista, por qué un puñado de encapuchados asalta la Universidad violentamente manifestando disposición al diálogo, por qué se puede perder la cabeza -en sentido real y figurado- por cualquier motivo.

En esa circunstancia y guardando proporciones, la defenestración penal de Elba Esther Gordillo y política de Humberto Benítez son plausibles, pero insuficientes. Son buenos ejemplos, pero los ejemplos son muestra. Son parte de un conjunto, pero no son el conjunto y, por lo mismo, no reconfiguran un sistema ni recimentan el edificio. Son dos gotas de agua dulce en la mar.

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La descompostura política y social del país es de una magnitud superior a lo calculado. Exige del presidente de la República y los dirigentes partidistas radicalizar su Pacto si, en verdad, quieren reestructurar el edificio donde están parados. Esto supone no sólo reformar y reformar leyes, sino también aplicarlas a propios y ajenos. Si hay más arrestos que ingenuidad, es hora de soltar lastre._____________

sobreaviso12@gmail.com

Leído en http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/871826.soltar-lastre-del-pacto.html

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