Una de las lecturas más crudas de una cultura es la vinculación con el medio ambiente. Ahí donde el ser humano alcanza estadios superiores de sensibilidad, por lo general el respeto a la vida se convierte en un termómetro obligado. Y la vida tiene múltiples expresiones, para comenzar la del propio ser humano que siempre es puesto en el centro. Ahí radica buena parte del problema, el eje son las necesidades presentes de la humanidad y por lo tanto el calentamiento global, la merma en las pescaderías, la deforestación, la destrucción del entorno, son observadas en función de esa óptica inmediatista. En el largo plazo es suicida, pero la destrucción no se detiene.
La vida incluye a la fauna y la flora. En la segunda mitad del siglo pasado por fortuna tomaron fuerza diferentes movimientos de denuncia y preservación que fortalecieron la conciencia de las maravillas vivas que nos rodean. México no es la excepción y personajes como José Sarukhán, Ezequiel Escurra o la propia Julia Carabias o Patricio Robles Gil, han contribuido de manera excepcional en esta lucha. Pero de pronto hay muestras evidentes de que la cultura popular no ha cambiado demasiado. Este año tuvimos un estiaje muy prolongado y destructor. Los incendios forestales –la gran mayoría de ellos inducidos- son un horror anual ante el cual pareciéramos impotentes. La desaparición de especies como la Vaquita Marina -endémica del Mar de Cortés- o la persecución y asesinato, porque esa es la palabra, de la gran variedad de cetáceos que visitan nuestro territorio, incluida la ballena azul que es el ser vivo de mayor tamaño del que se tenga registro, forman un triste expediente de nuestra necia capacidad destructora.
Pero no tenemos que ir tan lejos, basta con observar nuestro entorno, nuestras ciudades. En el trato a los animales se ha avanzado, pero la gran mayoría de los perros en México no tiene amo, son abandonados a su suerte y con frecuencia terminan en ese horrendo espectáculo de ser arrollados por los automóviles y dejados en la vía pública, ante la mirada acostumbrada de los transeúntes. Uno de los rubros más dolorosos es el descuido y maltrato de los árboles. Son parte del patrimonio de nuestro País, de la herencia para las próximas generaciones, además de su belleza nos brindan un gran servicio. Y sin embargo son sometidos a mutilaciones, no podas -podar es una ciencia y un arte- que los hieren de por vida o los matan.
México tiene una enorme riqueza en biodiversidad y los árboles son una muestra de ello. Sin embargo pregunte usted a su alrededor por el nombre de los árboles y descubrirá un brutal desconocimiento y falta de apreciación de esa forma de vida. La magnitud del vacío es apabullante, la Asociación Mexicana de Arboricultura de México registra 21 arboristas certificados, eso en un País con alrededor de 2 millones de kilómetros cuadrados. Leyó usted bien ¡21! Cómo capacitar a los trabajadores de la CFE, de las delegaciones, de los municipios si escasean los especialistas. México tiene una clara vocación silvícola, más del 20 por ciento del territorio está llamado a esa función. No sólo es un asunto de corazón verde sino de dinero, de ingresos para ejidos y comunidades en las cuales muchas veces está asentada la población muy pobre. Una explotación racional atendería dos problemas a la vez: la miseria y el entorno. Muchas variedades comerciales tienen en México ritmos de crecimiento hasta cinco veces superiores a la de países exportadores de madera, de celulosa o de papel como varios europeos e incluso escandinavos.
El Valle de México podría ser uno de los sitios más verdes del orbe, eso si se reforestaran las montañas y cerros aledaños, ello ayudaría a mejorar la calidad de aire, y si por fin se contuviera la tala que continúa. Lo acabamos de ver en el sur de la Ciudad con una acción muy eficaz del GDF. Pero muy cerca las lagunas de Zempoala languidecen. Como si fuera poco están las plagas. Desde hace años el valle está infestado de distintos tipos de muérdago que atacan a muchas variedades, pero sobre todo a los fresnos, uno de los orgullos de nuestra ciudad. El muérdago termina por matar al árbol. Camuflado entre el follaje, hoy hay cientos de miles de árboles amenazados por el muérdago. Necesitan atención inmediata. De Coyoacán, a Santa Fe pasando por la Condesa y la Roma el muérdago avanza y la sociedad no reacciona. Somos testigos de una creciente destrucción que podría mermar de por vida las de por sí escasas áreas verdes. El GDF, el Estado de México, municipios aledaños, delegaciones y propietarios de predios, tienen que actuar en conjunto y de manera decidida. Es una emergencia. Qué cuentas les vamos a entregar a las futuras generaciones cuando reconozcamos que dejamos morir -sin hacer nada- árboles centenarios, que no tuvimos la sensibilidad, el conocimiento y determinación para actuar. Sería un retrato muy triste de nuestra cultura. Los árboles también son cultura y hoy nos desnudan.
Leído en http://www.enlagrilla.com/not_detalle.php?id_n=23728
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