sábado, 29 de junio de 2013

María Amparo Casar - Segunda vuelta, la polémica en el Senado


María Amparo Casar es licenciada en Sociología por la UNAM; maestra y doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la University of Cambridge, King's College; catedrática e investigadora del Departamento de Estudios Políticos del CIDE; columnista en el diario Reforma; miembro de los comités editoriales de la revista Nexos y el Fondo de Cultura Económica, y colaboradora en espacios de análisis como el programa Primer Plano de Once TV México.
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Como en la mayoría de los temas que se discuten en las mesas de reforma del estado convocadas por el Senado, en el de la segunda vuelta ha habido polémica. La discusión no es nueva ni entre la clase política ni entre los académicos.



Dentro de la clase política el PRI ha sido el más reacio a aceptar la segunda vuelta y el PAN el más proclive. Desde las propuestas de 2010-2011 que derivaron en la Reforma del Estado promulgada en 2012, el PAN y el entonces presidente Felipe Calderón, plantearon esta reforma y el PRI logró frenarla.
Ninguno de los dos partidos pensaba en qué convenía al país –por ejemplo si la segunda vuelta llevaría a mayor estabilidad o a una disminución en la conflictividad electoral o a mayor legitimidad- sino en qué convenía al propio partido. Por eso hicieron simulaciones con las votaciones y evaluaron cómo les iría con y sin segunda vuelta.
En el caso del PAN, estimaban que ellos siempre habrían llegado en primero o en segundo lugar y por lo tanto tenían asegurado un lugar en la papeleta de la segunda vuelta. Más aún, en el caso de llegar en segundo lugar, calculaban que podían explotar el sentimiento anti-priista que todavía prevalece entre la población. Este argumento operaba pero en sentido inverso para el PRI.
Del lado académico también hay posiciones encontradas. Están los que atribuyen a la segunda vuelta enormes beneficios y aquellos que toman con mayor escepticismo y no le ven tantos atributos.
Entre los primeros, se argumenta que los sistemas de mayoría relativa o fórmula de mayoría simple para elegir al presidente presentan problemas serios:
 1)    el inconveniente de un bajo apoyo electoral (unos dicen menor al 50% y otros menor al 40%);
2)    el de que, cuando compiten más de dos, se presenta la tendencia a producir ganadores con escasa diferencia entre los candidatos más votados;
3)    el del status minoritario del partido del presidente y la consecuente dificultad para formar mayorías gobernantes en el Congreso;  
4)    el de que resulta injusto o no adecuado que el candidato menos preferido por la población se alce con la victoria.
Todos estos males, dicen los pro-segunda vuelta se acabarían con la fórmula por ellos propuesta y habría entonces más gobernabilidad. Me temo que la evidencia no permite confirmar que la segunda vuelta resuelva los problemas reseñados salvo el último.
El apoyo electoral menor al 40% o al 50% puede lastimar el ego del ganador pero no le resta ni legitimidad ni facultades para gobernar.
La legitimidad deriva de la aceptación de las reglas del juego por los participantes y si esas reglas dicen que será presidente quien obtenga más votos, pues será un presidente legítimo. Si no hay jugadores dispuestos a acatar las reglas del juego y sus resultados, no hay porcentaje de votación que valga.  
Por su parte, la capacidad de gobernar deriva –entre otros factores- de las facultades que la Constitución otorga al ejecutivo y de la posición (y disciplina) de su bancada en el Congreso. Ninguna de estas dos se modifica por efecto de la segunda vuelta.
Con respecto a la supuesta menor distancia en votos que media entre los candidatos, lo que muestran los resultados de las segundas vueltas tanto en Francia como en los países de América Latina es que a veces se amplía la diferencia y a veces se acorta; a veces se invierte el resultado y a veces se confirma.
En referencia a la falta de mayoría en el Congreso para el partido del presidente, la segunda vuelta presidencial -si no es acompañada de la segunda vuelta legislativa-  deja intacta la distribución ente las bancadas parlamentarias y por tanto, también deja intocado el problema de los gobiernos divididos o sin mayoría.
Finalmente, hay que reconocer que con segunda vuelta se evita que gane ese candidato que se llama en ciencia política el “perdedor Condorcet” que no es otro que aquel que es la peor opción o el menos apreciado por la mayoría. La idea es muy simple. Si hay 3 candidatos y el que más votos se llevó obtuvo solamente el 38%, resulta que el 62% no lo quiere.
Si nos fuéramos a la fórmula de segunda vuelta, se tendría un candidato “preferido” por la mayoría aunque muchos argumentarían que sería una mayoría artificial.
No sabemos por que fórmula acabarán optando los partidos pero, sea cual fuere, nos debe quedar claro, al menos, qué se puede esperar. Se vale inclinarse por una u otra posición. Lo que no se vale es seguir atribuyendo a las reformas resultados que no pueden producir.
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