miércoles, 5 de junio de 2013

¡No nos callarán! - Sergio Aguayo


De la indiferencia transitamos a la aceptación de que el periodismo es un oficio extremo y una vez asumido el hecho aparecen indicios de colaboración entre medios habitualmente distantes. Ambos supuestos se confirman con una exposición a inaugurarse el próximo viernes.

En un texto para Historia Mexicana (2010), Arno Burkholder de la Rosa captura, en una frase, la esencia de lo que fue el ejercicio periodístico bajo el autoritarismo mexicano: los medios "podían informar de todo" hasta el "límite que el [gobierno] les marcara". Era un México con reglas claras. Los periodistas y editores con vocación de independencia hacían su trabajo tentaleando los confines de lo permisible. Cuando se rebasaban (a veces sin darse cuenta), la advertencia podía llegar envuelta de lisonjas y regalos o como la antesala de la intimidación y la agresión.



En el centro de aquel submundo estaba Bucareli (también conocido como el Palacio de Cobián o Gobernación) con sus gruesos expedientes y sus torvos emisarios, su caja fuerte atiborrada de billetes (alguna vez la vi, pero no acepté su contenido) y sus periodistas encargados de difamar al insatisfecho. Su trabajo era relativamente fácil porque salvo uno que otro caso, el gremio era poco solidario, estaba profundamente dividido y no había organizaciones dedicadas a proteger a los periodistas.

La alternancia y sus secuelas han modificado el escenario en algunos aspectos. Sigue habiendo divisiones y éstas son bastante públicas pero hay aspectos positivos. Se han ampliado muchísimo los márgenes para la independencia, hay una mayor competencia entre pares y los lectores son exigentes. Ya no bastan los emotivos maquinazos al vapor; cualquier error o descuido es señalado con prontitud.

Bucareli también se ha transformado. Para empezar sus viejas mañas se multiplicaron. Abundan los gobernadores y los presidentes municipales decididos a comprar halagos o silenciar críticos. Pero la principal amenaza viene del crimen organizado protegido por funcionarios. "Ellos" tienen ideas propias sobre lo que debe saber la sociedad y los límites van cambiando por regiones, que finalmente conforman una geografía del silencio. Es tan grave la amenaza, son tan serios los riesgos que los medios están reconociendo la urgencia de lograr formas de colaboración que partan de intereses compartidos.

Este nuevo contexto explica la apertura, en el Museo Memoria y Tolerancia, de una exposición que se inaugurará el próximo viernes 7 de junio (día que se celebra en México la libertad de expresión). Dejo a quienes la visiten opinar sobre la calidad del guión o la pertinencia de la museografía, para centrarme en las lecciones que me deja esta iniciativa en la que me involucré de forma activa durante el último año.

Me impresionó, en primer lugar, la magnitud y profundidad del problema. El espacio resultó insuficiente para todos los que han sido o están siendo afectados por la violencia contra los periodistas. Un segundo aspecto fue la disposición a colaborar de todos aquellos medios a los que se solicitó alguna pieza original.

Otro consenso está en la insatisfacción con el Estado mexicano. En el sexenio de Felipe Calderón las instancias oficiales vivían en la desorganización, evadían, todo lo que podían, los problemas y eran incapaces de dar resultados.

El gobierno de Enrique Peña Nieto ha mostrado hasta ahora mejores intenciones. Es paradójico que la sede del viejo censor, Bucareli, ahora sea quien presida el Mecanismo encargado de coordinar los esfuerzos federales de protección a los periodistas. Sus propósitos son loables, su productividad todavía insuficiente. Al Mecanismo -en donde ya participan ONG- lo sigue lastrando la burocracia, la desorganización y el impulso a la opacidad. En tanto no mejore esa nueva herramienta, Gobernación podría rebautizarse como el Palacio de las Frustraciones.

Pese a toda la situación hay motivos para tener esperanza porque es notable el tejido de organizaciones mexicanas y extranjeras decididas a respaldar a la prensa libre. Ese acompañamiento fortalece a los periodistas y medios que se unieron tras una frase que es al mismo tiempo descripción, propuesta y nombre de la exposición:

¡No nos callarán! Las batallas por la libertad de expresión.



LA MISCELÁNEA

Mientras Bucareli flota en la nube de los buenos deseos, un gobernador priista transforma Veracruz en infierno de periodistas. Sanjuana Martínez relata en Sinembargo.mx (22 de abril de 2013) que cuando Mary José Gamboa "entró a la habitación de su niña había muñecos de peluche tirados en el suelo marcando una línea hacia el jardín. Con miedo, fue siguiendo la estela de peluches esperando lo peor. Le temblaban las piernas, le sudaban las manos cuando vio la escena: tres ositos de su niño, medio enterrados, uno con un machete incrustado". A ella sí la silenciaron porque la despidieron de su trabajo "por una supuesta orden de[l gobernador] Javier Duarte de Ochoa".


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Colaboró Paulina Arriaga Carrasco.

Fuente Reforma 5 jun 13

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