Como la de los mexicanos migrantes que hacen los trabajos que ni los negros quieren hacer, la última de Vicente Fox es tan sabia como profética: dijo que, de volverse legal, él sembraría mariguana en su rancho. Será ese modo que tiene el ex presidente que le roba un poco a Cantinflas y otro poco al Piporro, pero no le veo al tema lo gracioso ni lo ridículo: casi la mitad de los estados de la unión americana —18, hasta hoy— han legalizado su uso para fines medicinales y la tendencia no parece decaer. De sus propiedades antiansiolíticas, antieméticas y analgésicas y sus relativamente pocos efectos secundarios resultará fácil prever la cantidad de médicos que, en lugar del Ativán o la Dramamina, se inclinarán por recomendar el ocasional carrujito a sus pacientes adultos, pacientes que quizá padezcan desde estrés simple hasta pérdida de apetito y mareos por quimioterapia.
El asunto es que, mientras casi 80% de la población mexicana rechaza la legalización, y el presidente Peña Nieto los secunda diciendo que esa opción es equivocada, el New York Times reportó la semana pasada que en Wall Street se reunieron 18 noveles compañías que trabajan con bienes y servicios alrededor de la mota con un grupo de 40 empresarios, mismos que buscan desde ya invertir en la futura industria de la cannabis. El Instituto Cato apunta que, aun con estimados conservadores, si la mariguana fuera enteramente legal el Tío Sam cobraría en impuestos algo menos que 9 mil millones de dólares anuales, ahorrándose encima otro tanto que hoy destina al combate policial del tráfico, cultivo y uso de la misma. Aun si aumentaran considerablemente el gasto en campañas de salud pública alusivas a la sustancia, la ganancia no sería despreciable.
Pero esto es en Estados Unidos, país que no vacila en ponerse de acuerdo con México y otros vecinos hacia el sur en lo que respecta a las armas que cada quién destinará a la destrucción de los cultivos o al entrenamiento que dará a las fuerzas armadas locales para la captura de los capos y demás florituras punitivas, mientras que abre la discusión de quién se hará rico con la industria de la mota legal, cuando llegue el momento, a sus ciudadanos nacionales. No que nadie espere otra cosa de los vecinos al norte; lo que sorprende es que, al sur, ningún jefe de Estado parezca dispuesto a tomar el toro por los cuernos y salirse de este guión perverso. Cientos de miles de muertos después, nomás van a acabar balbuciendo: ¿quién se ha robado mi mota?
Fuente- Milenio
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