domingo, 30 de junio de 2013

René Delgado - Espejismos

Por efecto de la luz -a veces esperanza, a veces fantasía-, la clase política comienza a ver espejismos... y, estando a tiempo, más vale evitar las ilusiones que, en su desvanecimiento, dejan su lugar a la frustración, el engaño o la desesperación.

Los espejismos se están formando en el campo de los partidos, las elecciones, la migración, el Pacto por México y, cuidado, en la idea de que todo se puede al mismo tiempo con la misma dimensión y en el mismo espacio. Eso y nada es lo mismo. Define por espejismo el diccionario "la ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz cuando atraviesa capas de aire de densidad distinta, con lo cual los objetos lejanos dan una imagen invertida". A mayor abundamiento, la ilusión puede darse por bajo del suelo o, bien, en lo alto de la atmósfera.




Las capas de aire por donde transcurre la política tienen distinta densidad y son diversas y variadas. Constituyen un catálogo de microclimas, donde igual se respira acuerdo y desa- cuerdo, generosidad y mezquindad, competencia e incompetencia, lealtad y deslealtad con las instituciones, apego y desapego a la legalidad, venganza y perdón. Neutralización.

Aflojar el paso en el propósito de sanear el ambiente y tener un solo clima, una atmósfera aceptable y estable para el conjunto de la clase dirigente, puede llevar a confundir el cielo con el suelo del entendimiento democrático y la posibilidad del desarrollo, en el legítimo rejuego del consenso y el disenso.


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En los partidos opositores se venera el espejismo de su cohesión interna, fortaleza y organización e, incluso, el grado de su implantación nacional.

La realidad es que los partidos están partidos, reducidos y agotados por las guerras intestinas, cuyo objetivo no es la conquista del poder, la instrumentación de un proyecto y el ejercicio del gobierno. No, la meta es el sometimiento o aniquilamiento del adversario interno para preservar -desde el confort del conformismo- los espacios de poder pequeños: esta coordinación, aquel asiento, este beneficio, aquella plaza o, al menos, el dominio y despilfarro de algún recurso público.

Tal es la ausencia de perspectiva y de legítima ambición de poder de los partidos opositores que los grandes conflictos en su interior se reducen a un asunto tribal. Pleitos de caníbales dentro de su propia organización, donde no importa tanto el control y la dirección del partido como el control del registro y el acceso a las prerrogativas, donde el adversario externo resulta a veces el mejor aliado y los grandes intereses nacionales materia de trueque o canje.


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Una oposición de ese tipo nada ayuda a la consolidación de la democracia.

La interlocución del gobierno y el partido en el poder -cualquiera que estos sean- con una oposición como esa es un desperdicio de saliva, depende con qué grupo, corriente o tribu se entable el diálogo y se acuerde para incurrir en otro espejismo: el de pensar o creer que, finalmente, se tiene base y compromiso para emprender grandes proyectos. Empero, como ese acuerdo o pacto sólo responde al interés de un grupo del partido opositor y no de su conjunto, su sustento es tan fuerte como el de una mesa montada sobre unos picadientes.

Si la teoría establece que no hay democracia sin partidos, entonces donde no hay partidos, no hay democracia. ¿Son la solidez y la cohesión de los partidos opositores pilar de la democracia mexicana?


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Pese a la fragilidad de los partidos, hay políticos y politólogos fascinados por otro espejismo: el de la normalidad democrática que arrumbó en el desván de los malos recuerdos o del pasado vergonzante la figura de los caudillos y los caciques.

En esa ilusión y en la necesidad de tener un enemigo capaz de representar "el mal", lo políticamente incorrecto, Andrés Manuel López Obrador es por antonomasia -vaya paradoja- "el villano favorito": el último caudillo político, el espécimen sobreviviente de un pasado superado. El resto o la mayor parte del resto de los dirigentes políticos puede dictar cátedra de modernidad y civilidad democrática no importa en qué universidad del extranjero.

Ese espejismo incorpora en la ilusión de "la normalidad y la modernidad democrática" a los más diversos personajes. A los gobernadores que ya no son señores de horca y cuchillo, sino caballeros de traje y presupuesto, de chequera abierta para satisfacer grandes gustos personales o comprar a posibles adversarios, gente que antes de vaciar las arcas públicas se hace manicure. A los dirigentes sindicales que han hecho de la venta protección o el ejercicio del chantaje, el negocio aceptable de la extorsión, un delito no configurado en el código de la complicidad. A los grandes empresarios a favor de la apertura económica en su beneficio o dispuestos a recibir tal o cual concesión sólo por adelgazar al Estado a costa de engordar su cartera. Los burócratas de cierto nivel que hacen de su oficina la empresa de su bienestar o de licitación con afortunado derrame.

En esa ilusión esos personajes ya no son caudillos ni caciques, lejos están de pertenecer a ese pasado inexistente, son compañeros, aliados, colaboradores o, si quiere una brizna de tradición, cuates o compadres.


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En la visión de espejismos, la mejor diplomacia ante Estados Unidos es la que dicta la avestruz.

En esa lógica y en el ánimo de generar empleo, quizá convendría construir un muro en la frontera sur, en la ribera del Suchiate, semejante -hasta donde el recurso dé- al del otro lado del Bravo. Sólo así, el país se podrá integrar a la política global de confundir el ancestral fenómeno de la migración con el neurótico problema de la seguridad. Que nadie pase a ningún lado, que cada quien se quede encerrado en su lugar de origen como destino, ejerciendo soberanamente y a plenitud la incomprensión de los fenómenos sociales y económicos que, curiosamente, fueron cuna del vecino.

Vaya en prenda de la amistad bilateral, la hostilidad unilateral. Pone en evidencia que, ahora sí, México es tomado en cuenta. Felicidades.


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El mayor y más grande espejismo del momento es el que deriva de la mejora constante del régimen electoral.

Esa ilusión, entre otros temas, propone la segunda vuelta electoral. Por qué dos vueltas, cuando se podrían pedir tres o más. Si a fin de cuentas no se cree ni se respeta la primera vuelta, ¿por qué rayos armar sólo una segunda? Así, sí se podría hacer del conflicto postelectoral el modus vivendi sexenal.

Vamos por más, qué más da si los espejismos son sólo ilusión... o engaño.




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