lunes, 8 de julio de 2013

Giovanni Papini - Novísimas ciudades

Giovanni Papini
1881 - 1956

Novísimas ciudades

Capetown, 8 noviembre

¿Quién ha podido decir a Mr. Sulkas Perkunas que yo pensaba seriamente en crear una nueva ciudad? No puedo recordar que haya confiado eso a nadie ¿Y cómo se las habrá arreglado este fantástico lituano para descubrirme en esta África del Sur donde esperaba, al fin, permanecer incógnito?

Mr. Sulkas Perkunas no ha querido satisfacer mi curiosidad. Es un hombre de unos treinta años, pero hosco y ceñudo como un director de cárcel que tenga setenta. En su rostro quemado y tostado como el de un plantador, se abren dos ojos de azul claro. casi blancos, atentos y severos como los de Los muchachos pobres. Largo, seco, mal vestido, coronado con un fieltro gris amplísimo, se acercó a mí atrevidamente, en el momento en que entraba en el hotel, y me pidió hora para una entrevista, que, según dijo, no admitía dilación. Le hice entrar conmigo en una sala de espera. Me di cuenta entonces de que tenía los cabellos rubios y que llevaba bajo el brazo un gran rollo de papeles.



-No perderé el tiempo en excusas superfluas-comenzó diciendo-. Soy Sulkas Perkunas y hago proyectos de ciudades. Comencé mis estudios en Alemania como arquitecto, pero pronto me cansé de un arte que se limita míseramente a edificios aislados, sujetos a la servidumbre estética de los ya existentes. Me di cuenta de que las viejas ciudades, creadas lentamente por culturas y épocas heterogéneas, eran ridículamente politonas y, por mucho que se haga, irremediables. Ha llegado, según mi opinión, la era de la creación total y de la ciudad diferenciada. Un arquitecto ya no puede concebir un templo o un palacio aisladamente para insertarlo en un complejo anticuado, sino una masa compacta de construcciones, inspirada en un concepto unitario y revolucionario. ¿Imagina usted un poeta moderno que quiera introducir un verso suyo en medio de un canto de la Ilíada, o una escena de su invención a la mitad de un acto de Shakespeare? Y, sin embargo, lo que se pide a los arquitectos modernos, y que éstos bellacamente realizan, es un absurdo de ese género.

»Yo no tengo la pretensión de presentarle proyectos para una «villa», un teatro, una Banca, o un kursaal. Esto es tela para arquitectos adocenados, sin conciencia ni estilo. Le ofrezco, en cambio, proyectos de ciudades enteras, distintas de todas las que existen. Sólo usted, según supongo, es el que puede comprender la novedad de mi arte y decidirse a elegir una, para construirla de verdad.

»Todos estos amontonamientos de casas esparcidas por el mundo y que se llaman ciudades, son, a excepción de ciertas pátinas, de una uniformidad en el desorden que produce rabia. Ninguna de ellas fue ideada en síntesis por un genio, como una obra de arte, y realizada con fidelidad espiritual para encarnar en la piedra una idea. Son, en su mayor parte, conglomerados monstruosos debidos al acaso y al capricho de las generaciones, y todas ellas obedecen a las necesidades usuales de la odiosa vida en común. En todas partes caserones con puertas y ventanas, alineados de cualquier manera -montones de argamasa habitados, que pueden gustar a los aguafuertistas, a los decadentes o a los especuladores, pero que dan repugnancia a los que tienen un sentido más delicado de la dignidad del hombre.

-Perdone -interrumpí-; ya me he enterado bastante de la teoría. Usted ha hablado, según me parece, de proyectos...

-Eso es -contestó impávido Sulkas Perkunas-, pero es necesario, sin embargo, que le informe en pocas palabras de algunas de las concepciones que pueden tentarle más. Puedo ofrecerle, por ejemplo, una ciudad sin casas, compuesta solamente de campanarios y torres, una selva de tallos orgullosos de piedra y cemento. O bien, si le gustase más una ciudad constituida por un solo edificio: un palacio gigantesco de una milla de lado, con galerías infinitas, corredores y salas interminables, escaleras y rellanos innumerables y de vastas proporciones, patios y subterráneos bien distribuidos, de modo que se puedan alojar bajo su techo único y desmedido decenas de millares de habitantes.

»Pero tal vez le convendría a usted más la ciudad toda hecha de casas altísimas sin puertas ni ventanas. Las entradas a las habitaciones son trampas que se abren al nivel del suelo y las habitaciones reciben la luz desde la altura o por medio de troneras abiertas en las paredes opuestas a la fachada. Las calles, en esta ciudad, serían largos corredores entre murallas desnudas completamente blancas o, si lo prefiere, pintadas al fresco hasta la altura del techo por pintores visionarios.

»¿O preferiría, quizá, la Ciudad de la Igualdad Perfecta? Ésta está formada por millares de casas absolutamente iguales: de la misma altura, del mismo estilo, del mismo color, con el mismo número de ventanas y puertas. El conjunto puede parecer un poco monótono, pero el efecto es impresionante, sin contar el valor simbólico que salta a la vista, atendiendo al ideal de los tiempos.

»Pero en el caso de que la Ciudad de la Igualdad Perfecta no le llamase la atención podría proporcionarle otra mucho más original: La Ciudad Invisible. Quien la mirase de lejos no sospecharía que existiese: vería largas estrías de cemento que se entrecruzan y nada más. Al acercarse se daría cuenta de que a los lados de estas estrías se abren pozos cuadrados, semejantes, en pequeño, a las entradas a los metropolitanos, y allí dentro escaleras que descienden, que conducen a los alojamientos. Porque esta ciudad se halla enteramente fabricada en el subsuelo, y todas las habitaciones son subterráneas. No falta allí, sin embargo, el aire, que es introducido por tubos y refrigerado o caldeado, según la estación, ni tampoco la luz, que está asegurada por instalaciones eléctricas autónomas.

»En el caso de que no le satisfaga la vida subterránea, puedo edificar para usted la Ciudad Variopinta, con casas de estilo geométrico, pero todas pintadas de colores puros, vivísimos. Usted también debe estar harto de los tonos grises y negros que dominan en las ciudades septentrionales o de aquel' excesivo blanco de las ciudades de Oriente. En ésta, ideada por mí, tendría usted, en cambio, palacios en laca rosa, casas de alquiler en verde montaña, edificios públicos en amarillo canario y, para los ricos, castillos argentinos o dorados.

»O también podría ofrecerle algo más nuevo y más higiénico: la Ciudad Pensil. Las calles se presentarían como filas de murallas altísimas; en la cima, donde ahora se hallan los tejados, habría grandes terrazas de tierra convertidas en jardines; en el centro de esos jardines surgirían cottage; habitables. Las comunicaciones estarían aseguradas por medio de ascensores para los inquilinos, y para los viajeros, por medio de aeroplanos.

»Si tal ciudad le parece poco segura o incómoda he de proponerle la más original de todas: la Ciudad Camposanto. Ésta constituiría una práctica y sugestiva armonía entre la vida y la muerte. Las tumbas deberían ser espaciosas y aireadas con objeto de que pudiesen albergar juntos a los vivos y los difuntos. Las capillas de la nobleza podrían ser transformadas oportunamente en salas para banquetes en común y una parte del horno crematorio podría tener con ella a sus muertos, encajonados en los nichos de las paredes, y de ese modo se haría más agradable el culto a los difuntos. Aquí desearía como habitantes a los aficionados a Ana Radcliffe a Hoffmann y a Poe; no sería imposible reunir algunos millares para poblar esta ciudad, que sería única en el mundo. He pensado también que se podría construir en el centro, para palacio del Ayuntamiento, un esqueleto gigantesco de mármol amarillo. En la columna vertebral colocaría la escalera y el cráneo, enorme, serviría de sala: ¡imagínese los concejales asomándose por las cuencas vacías que servirían de ventanas, y al alcalde que se presenta, para hablar, a la multitud, asomándose por encima de los dientes convertidos en barandilla!

»¿O le gustaría más, tal vez, la Ciudad Titánica' Imagínese largas avenidas bordeadas de palacios altos como catedrales, estatuas de mármol blanco y veteado y, en medio de las calles, estatuas de colosos, inmóviles paseantes eternos. Luego, aquí y allí escalinatas anchísimas, infinitas, que se pierden en el cielo, y, arriba de todo, gigantes de bronce en actitud de salir por puertas más amplias que el Arco de la Estrella o de dirigirse hacia los altares vastos como plazas o hacia las agujas de cobre que parecen tocar las constelaciones. Ésta es una ciudad bastante costosa -se lo advierto antes-, pero más bella que un sueño de Piranesi o un poema de William Blake, superior a Nínive, a Persépolis y a todas las fantasías.

-¿Costaría?

-Al menos veinticinco mil millones -contestó breve y serio Sulkas Perkunas.

-Está bien. Me traerá dentro de un año los presupuestos, el plano en escala de diez mil, los prospectos y los dibujos panorámicos.

Y mientras decía esto, me puse en pie para despedir al peligroso proyectador de ciudades. Mr. Sulkas Perkunas, recogió en silencio sus papeles y añadió de pronto:

-Seré puntual.

Y apresuradamente, después de un conato de saludo, salió con furia de la habitación y del hotel.

Tomado de Gog



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