miércoles, 31 de julio de 2013

Giovanni Papini - Visita a Wells

Giovanni Papini
1881 - 1956

Visita a Wells

Herbert George Wells
1866 - 1946
Londres, 17 mayo

H. G. Wells me ha tomado por un periodista.

-Nací -ha dicho en seguida, acercándome una poltrona de cuero- en 1866, en Bromley, en el Kcnt. Fui comisionista en un almacén de novedades, luego estudié biología; en 1886 fundé la Science Schools Journal, donde publiqué mi primer artículo, sobre Sócrates...

He tenido que explicarle quién era y que no deseaba que me repitiese a voces la biografía del Who's Who, que ya conocía.

-Entonces, ¿qué puedo hacer por usted?

H. G. Wells es un hombre gordo, seguro de sí mismo, que tiene el aspecto de un administrador de fincas rurales mejor que el de un escritor.

Bien alimentado y sano, su cara redonda y maciza parece que quisiera decir:

-¡Cartas a la vista! ¡Terminemos!



Nada de un poeta, nada de un soñador o de un metafísico Ha permanecido eternamente el «vendedor de novedades». En vez de lazos y sombreros, comercia desde hace treinta años, con utopías científicas, «últimas novedades» noveladas, historias para el domingo, paradojas proyectadas en narraciones.

Tuve que decirle, para hacerle hablar, que iba realizando por Europa una encuesta acerca de la suerte futura de la Humanidad. Apenas la palabra «futuro» llegó a sus oídos, Wells se reanimó:

-Usted sabe -dijo- que la exploración y la previsión del futuro es mi especialidad y que nadie ha conseguido, en este país, arrebatármela. Inglaterra tiene en la sección de literatura tres altos empleados: un Bardo nacional, que es Kipling; un Clown nacional, que es Shaw, y un Profeta nacional que soy yo. Desde noviembre de 1901, es decir, cuando publiqué Anticipations, mi ocupación dominante ha sido la profecía. Profecías científicas, mecánicas, astronómicas, biológicas, políticas, militares, sociales; nada ha escapado a mi espíritu. Nada más alto puede emprender la mente humana. La religión, tanto la pagana con los oráculos, como la judaica con los profetas, se halla fundada sobre las profecías: el único fin de la ciencia, como han demostrado Ostwald y Poincaré, es el de profetizar. Mi gloria está en el haber impuesto triunfalmente la profecía en el mercado de la literatura.

La elocuencia de Wells se vio interrumpida por los timbres del teléfono.

-¿Cuántas palabras? -gritaba el poeta a su lejano interlocutor-. ¿Para qué día? Well, seis mil palabras, el 25 de mayo. Well, good bye! Se trata -dijo Wells volviéndose hacia mí- de una nueva profecía para la Westminster Gazette. Léala: le interesará. Puedo adelantarle la idea principal. Antes de que nuestro siglo llegue a la mitad, tendremos una espantosa guerra intercontinental que destruirá al menos las tres cuartas partes del género humano. La técnica de la guerra aérea y de la guerra química, que realizará nuevos y espantosos progresos en los próximos años, abolirá la distinción histórica entre combatientes y civiles. Las mayores metrópolis del mundo serán destruidas; las ciudades menores derrocadas y despobladas; los centros de alta cultura, incinerados y dispersados; las zonas industriales, aniquiladas. Cuando la guerra -mejor el suicidio en masa de los pueblos- termine por falta de gases y explosivos, no quedarán en el planeta más que pocas decenas de millones de seres espantados y famélicos, originarios de las regiones más pobres y menos civilizadas. Todos los intelectuales, los jefes, los ingenieros, habrán muerto, y los sobrevivientes semibárbaros no serán capaces de reconstruir, ni siquiera aproximadamente, la civilización que conocían tan sólo por el exterior. Las palabras capitales se habrán perdido; los secretos del poder y del saber serán ignorados u olvidados. Las bibliotecas que hayan escapado al incendio servirán a los que hayan quedado refugiados entre las ruinas de las iglesias y de las oficinas, para calentarse.

»Poco a poco los últimos utensilios se gastarán y los hombres no serán capaces de hacer otros. Las carroñas arrugadas de las máquinas destrozadas cubrirán los nuevos desiertos, pero nadie conseguirá descubrirlas ni copiarlas. Antes de que el siglo termine, las bandas de los que hayan escapado, impotentes para resucitar la obra de los muertos, se verán reducidas al estado salvaje. En las selvas, que habrán vuelto a surgir, en los campos incultos, se congregarán tribus sospechosas y hostiles que se lanzarán en busca de un poco de alimento. En menos de cincuenta años, Europa, orgullosa de su ciencia, y América, soberbia de su riqueza, estarán pobladas por clanes de neoprimitivos que habrán olvidado el florecimiento efímero de la civilización entre los siglos XVII y XX. Y entonces comenzará un nuevo, fatigoso, largo ciclo de la historia universal. Podrá ver mejor todos los detalles en la Westminster Gazette, último número de mayo.

Era una invitación a que me marchase. Apenas salí de la habitación, oí el repiqueteo apresurado de la máquina de escribir. Era Wells que comenzaba a redactar su profecía sesenta y siete.

Tomado de Gog





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