viernes, 5 de julio de 2013

Jenaro Villamil - Snowden, el disidente, y los "United Stasi of America"

MEXICO, D.F. (apro).- Edward Snowden no sólo reveló uno de los secretos mejor guardados por las 17 agencias estadunidenses de inteligencia. El joven experto en sistemas de informática lanzó una auténtica bola de nieve que puede arrastrar no sólo las relaciones entre Estados Unidos y China, la Unión Europea y Rusia sino el futuro mismo de Barak Obama y su segundo periodo presidencial.
El presidente de Estados Unidos que llegó con la oferta del “cambio”, de una nueva generación política y que encumbró a las redes sociales –en especial, a Twitter y Facebook– como nuevas herramientas de interlocución con la sociedad, puede acabar como un vulgar Richard Nixon que, en lugar de espiar a su gabinete, espía a sus ciudadanos, a sus aliados y no logra acertar a modernizar al imperio herido.




El caso Snowden ha pasado del escándalo mediático a la crisis diplomática global, en una trama digna no sólo de una gran novela de espionaje sino de una serie de ciencia ficción que supera los peores pronósticos orwellianos.

La revelación del sistema PRISM constituyó, en esencia, una hoja de ruta para demostrar que Estados Unidos no es menos autoritario que China en el control de sus ciudadanos en sus redes sociales, sino más hipócrita con sus presuntos aliados. El tamaño del negocio que pone en riesgo Snowden supera los 2 mil millones de dólares anuales, tan sólo en el llamado “Big Data”.

Los últimos detalles de PRISM, publicados por The Washington Post el lunes 1, indican que el FBI tiene equipos incrustados en los “proveedores de datos”, es decir, en Google, Yahoo o Facebook, de donde las autoridades pueden extraer información con o sin el consentimiento de estas grandes compañías.
Una vez que se consigue la información, ésta es analizada por diversos sistemas y programas en función de su tipo. Para cada caso, ya sea bien una notificación generada en tiempo real o una pieza de datos que debe ser almacenada, se le otorga una anotación. Al 5 de abril pasado, en la base de datos de PRISM existían más de 117 mil 675 objetivos de vigilancia activa.
Cuando Snowden lanzó el 7 de junio la bomba informativa a The Guardian y The Washington Post sabía de qué dimensiones eran sus revelaciones. No se trata de un sistema de “entrega de datos” habitual, a solicitud de la NSA, sino de un “acceso directo” a las cuentas de los ciudadanos. Con ello se acaba el mito del Internet libre.
“En buena conciencia, no puedo permitir que el gobierno de Estados Unidos destruya la intimidad, la libertad de Internet y las libertades fundamentales de las personas con esta máquina de vigilancia que está construyendo en secreto”, declaró Snowden en la única entrevista pública que se ha conocido hasta el momento.
Es decir, colocó al gobierno de Obama contra las cuerdas y lo desnudó frente a sus aliados, ante los ciudadanos estadunidenses –que son los menos alarmados hasta ahora– y ante la prensa mundial.
Desde que la Unión Europea reaccionó a las últimas revelaciones del caso Snowden, el joven dejó de ser un “traidor” o un “topo” para convertirse en un auténtico disidente del régimen estadunidense.
Por esta razón, Daniel Ellsberg, el protagonista de la filtración de los llamados Papeles del Pentágono, de 1971, calificó lo revelado por Snowden como la más importante en la historia de Estados Unidos, nación a la que rebautizó como United Stasi of América, en clara alusión a la Stasi, la policía secreta de la República Democrática Alemana que convirtió a los ciudadanos de la Alemania Oriental en víctimas de un sistema de intromisión y lavado de cerebro, apenas documentado en películas recientes.
La persecución reciente contra Snowden, su condición de perseguido del Estado estadunidense y el papel clave que está jugando el gobierno de Vladimir Putin –un exjefe del sistema de espionaje de la KGB, que sabe las dimensiones del asunto– bien pueden prepararnos para lo que sigue: la caída de la cortina informática mundial.
Comentarios: www.homozapping.com.mx
Twitter: @JenaroVillamil


Edward Snowden “no es una maleta, no es un bicho, no es una mosca a la que yo pueda meter al avión y llevármelo a Bolivia”. 

Eso declaró el miércoles 3 de julio el Presidente de Bolivia, Evo Morales, después de protagonizar uno de los episodios más delirantes en esta historia de persecución al joven informático de 30 años, cuyas revelaciones a principios de junio actualizaron la distopía del Big Brother orwelliano de 1984, pero la persecución contra él decretada por Washington desde el 14 de junio son dignas de El Proceso, de Franz Kafka. 

No en balde el escándalo internacional por la revocación del permiso de sobrevuelo al avión Falcon 900, donde viajaba Evo Morales, ocurrió el mismo día que se cumplían 130 años del novelista que describió la maquinaria del poder burocrático capaz de anular toda libertad de decisión individual. 

El martes 2 de julio, después de sostener un encuentro de países exportadores de gas en Moscú, Evo Morales partió de regreso a Bolivia. La tarde del mismo día su avión fue impedido de cruzar el Atlántico porque Portugal, Francia e Italia revocaron el permiso de sobrevuelo. La aeronave hizo un aterrizaje forzoso en Viena, donde permaneció varado 13 horas. 

“Alguien” avisó que en esa aeronave de Evo Morales podía estar Snowden, “refugiado” desde el 23 de junio en un aeropuerto de Rusia tras su espectacular fuga de Hong Kong. El mandatario ruso Vladimir Putin, experto en espionaje e intrigas de Estado, le puso como condición a Snowden para quedarse en territorio eslavo que prometiera cesar sus “filtraciones” contra su “socio” Estados Unidos. El joven prefirió pedir asilo a 21 naciones, pero sólo tres se han convertido en opciones reales: Bolivia, Venezuela o Islandia. 

Bajo esta circunstancia de persecución imperial contra un individuo –que también recuerda a la fatwa de Jomeini contra Salman Rushdie por Los Versos Satánicos–, el avión de Evo Morales se transformó en una especie de “bomba humana”, quizá más peligrosa para los intereses de Washington que aquellas aeronaves que se estrellaron contra las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001. 

El Presidente español Mariano Rajoy dio la nota cuando declaró que “lo importante es que Snowden no va en ese avión y que, por tanto, todo ese debate que se ha producido es un poco artificial”. ¿Cómo sabía Rajoy que “lo importante” es que Snowden no viajara con el mandatario bolivariano? 

Desde su cuenta de Twitter, la Presidenta argentina Cristina Fernández de Kichner se convirtió en narradora y animadora de este episodio que sorprendió a todos. 

La mandataria dio a conocer su intercambio de llamadas con el propio Evo Morales y con los presidentes de Ecuador, Rafael Correa, y de Perú, Ollanta Humala para convocar a una reunión urgente de Unasur (el bloque de países sudamericanos) y condenar el bloqueo al avión del boliviano.

“Definitivamente están todos locos. Jefe de Estado y avión tienen inmunidad total. No puede ser este grado de impunidad”, exclamó Fernández de Kichner. Y, al mismo tiempo, confirmó que se comunicó con Evo Morales. La reproducción de esta conversación es digna de Kafka también: 

“-Hola compañera, ¿cómo está? –¡él me pregunta a mi cómo estoy! 

“Me lleva miles de años de civilización de ventaja. Me cuenta la situación: ‘estoy aquí, en un saloncito en el aeropuerto. Y no voy a permitir que revisen mi avión. No soy un ladrón’. Simplemente perfecto. Fuerza Evo”. 

La paradoja de esta historia es que la Presidenta argentina logró transmitir su indignación utilizando el Twitter, una de las redes sociales que Estados Unidos aspira a controlar y vigilar después de Facebook. ¿Para qué quieren espiar si los propios mandatarios pueden revelar de manera directa y simultánea su comunicación privada frente a una crisis diplomática de estas dimensiones? 

Los mandatarios latinoamericanos –con la notable excepción del mexicano Enrique Peña Nieto– hicieron aflorar la incordia mundial frente a la actuación de Washington como sheriff mundial y, al mismo tiempo, como Big Brother orwelliano exhibido de manera impecable. 

Lo más kafkiano de esta persecución es que las verdaderas víctimas del espionaje reciente de la administración de Obama –los Estados europeos– actúen como naciones subdesarrolladas, algo que en otros momentos le hubiera correspondido a los regímenes latinoamericanos. 

Angela Merkel, la mandataria de Alemania, sólo hasta ahora ha reaccionado reclamándole una explicación a Obama, tras la presión que han ejercido los opositores verdes y socialdemócratas. 

Ellos le han reclamado a Merkel que debió estar al corriente del programa PRISM, la primera gran revelación de Snowden. La revista Der Spiegel documentó que Alemania estaba entre los objetivos principales del espionaje vía intercepción de comunicación en redes sociales. 

El caso de Gran Bretaña es más bochornoso. The Guardian ha documentado que los flemáticos servicios de inteligencia británicos han actuado como si fueran mayordomos de la serie Downton Abbey para favorecer la compulsión intrusiva de las 12 agencias de inteligencia norteamericanas. 

En medio de este debate, The New York Times publicó este jueves 4 de julio que también el Servicio Postal de Estados Unidos ha vigilado la correspondencia de los ciudadanos norteamericanos. La información indica que esta dependencia fotografió 160 mil millones de sobres, paquetes y tarjetas postales. Esto le permite saber dónde residen las cuentas bancarias de los norteamericanos, con quiénes se comunican y otras pistas de “inteligencia”. 

En esencia, la persecución contra Snowden es la admisión del Estado norteamericano que desde el Acta Patriótica de George W. Bush esta nación dejó de ser de libertades y derechos para transformarse en una maquinaria paranoica global. 

La principal consecuencia será para el futuro de las poderosas empresas de la web 2.0, como Facebook, Apple, Google y Microsoft. A menos que la rebelión de los propios usuarios coloque al espionaje ilegal contra la pared. 

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