miércoles, 14 de agosto de 2013

Raymundo Riva Palacio - La reforma que pudo

El presidente Enrique Peña Nieto inició este lunes la batalla que definirá su gobierno, y lanzó a sus legiones a defender la reforma energética. Pero la iniciativa más ambiciosa en 55 años salió a ser explicada en radio y televisión por generales y capitanes con la pólvora mojada. ¿Qué sucedió para que provocara un rechazo instantáneo de quienes la querían a fondo y quienes no la querían? En la pregunta está la respuesta: se quedó a la mitad. Es como el peor de los mundos de quien se pasa un semáforo en rojo, se asusta y al reducir la velocidad, lo más probable es que terminen arrollándolo.





En la política siempre se aspira a lo ideal, pero se busca lo posible. Es la díada del realismo y elpragmatismo. La reforma de Peña Nieto entiende la dicotomía aunque, quizás, el cálculo político está equivocado. Si sabía que la izquierda parlamentaria -que está en el Pacto por México- y la izquierda social -la de las calles que maneja Andrés Manuel López Obrador- rechazarían cualquier cambio constitucional, ¿por qué entonces no apostó por los contratos de riesgo en la producción y escogió los contratos de riesgo en la utilidad? En términos del debate, la diferencia es irrelevante. Pero para los inversionistas, el matiz es decepcionante.

Compartir riesgos en la utilidad, como lo hacen Bolivia, Ecuador e Irán, no permitirá a las grandespetroleras multinacionales contabilizar fiscalmente las reservas probables. Al no poder hacerlo, tampoco podrán ir a los mercados a conseguir los recursos para financiar sus exploraciones en aguas profundas mexicanas. Pensar en compartir riesgos sobre la utilidad, por utilizar un ejemplo grotesco, es como como ir a jugar a Las Vegas con dinero prestado sin tener garantizado que un porcentaje de las fichas es para el apostador. ¿Cuál es la diferencia con el outsourcing que existe hoy en día? Para Pemex mucho: las obligará a compartir costos en caso de no encontrar petróleo. Pero ellas, si no ganan nada y sólo pierden, ¿por qué cambiarían el status en el que se encuentran?

La reforma no otorga las garantías jurídicas que ofreció el presidente Peña Nieto a los inversionistas, lo que explica el porqué de su decepción. La única garantía jurídica para que las multinacionales consiguieran recursos para exploración en aguas profundas, era que pudieran contabilizar las reservas como activos, lo que no sucederá. Si al final el Presidente no iba a caminar ese trecho, no se entiende elevar tanto las expectativas que, a la vez, le unió a la oposición doméstica. Los empresarios dicen que no les gusta, pero es mejor que nada. El PAN, cuya iniciativa energética puso la vara muy alta para el gobierno, está desencantado. A la izquierda le hacen un favor porque no importa lo que salga de la reforma, al no haber modificaciones constitucionales -sólo a las leyes secundarias-, todo el ruido que haga irá en su beneficio.

Pero esta es la reforma de Peña Nieto, vendida como el detonador del gran desarrollo mexicano. Sin embargo, es debatible si llegarán los capitales que esperaban, lo cual repercutiría directamente en los programas prometidos al no tener financiamiento para ser plenamente instrumentados. Pero aun en la limitada escala de inversión que sugiere la iniciativa, el escenario no corresponde a la manera como los escuderos del Presidente empiezan a defender la reforma. Si la parte técnica y fiscal está resuelta entérminos negativos ante los inversionistas, lo único que queda para sacar adelante el resto, es el alegato político. Sin embargo, los defensores de la reforma son tecnócratas, o hablan como tales. En la arena pública, se equivocaron de armas para el duelo por las mentes.

El debate técnico estaba perdido antes de comenzar. En el político, López Obrador ya les dio el primer golpe. Los técnicos del gobierno hablan con datos y estadísticas. Los políticos con verdades, verosimilitudes, maniqueísmos y manipulación. Nadie debe de asustarse. Así son todos. Es el recurso del método. Visto bajo esta perspectiva, el gobierno se equivocó de estrategia para lograr el consenso nacional en torno a la reforma. Si quiere darle la vuelta a la ruta de la derrota a la que se encamina -que no necesariamente significa que no será aprobada-, tiene que reorientar la batalla hacia el campo de la política y debatir con los opositores en sus mismos términos chapuceros e inductivos. Esto, claro, si le interesa tener el apoyo de la opinión pública. Si no le quita el sueño lo que piense la gente, tendrá la reforma energética que quizás no quiso, pero es la que pudo.



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