martes, 20 de agosto de 2013

Xavier Velasco - Más lazaristas que Lázaro.

Extraer el petróleo del subsuelo parece nada más que pan comido cuando se le compara con la misión tortuosa de traer a un difunto de regreso a la vida. “¡Lázaro, levántate!”, exclama con voz firme y estentórea el cirujano en jefe del equipo encargado de hacer posible lo imposible, con la frente perlada de un sudor entre hirviente y helado, pero ya un pelotón de ojos de pistola le reconviene por el atrevimiento. “Perdón, mi general”, se atropella el doctor, tose, carraspea, eructa, vuelve a tragar saliva, recupera el aliento, “quise decir que en nombre de La Patria, La Ciencia y El Deber le conmino a asumir la posición de firmes”.

Para quien lleva muerto la friolera de 43 años, levantarse y andar es pedir mucho. Tras un par de estertores intempestivos que asimismo sacuden a los presentes, el general intenta abrir los párpados; no bien lo ha conseguido, vuelve a cerrarlos y ya los aprieta, frunce el ceño, retuerce la mandíbula, suelta un quejido largo y escalofriante. Antes que espeluznarse, sin embargo, los cinco congresistas ahí presentes vuelven los ojos hacia el jefe de cirujanos, como reconviniéndolo por no haberle evitado esos inconvenientes al general.




Quienes lo conocieron no olvidan su mirada profunda, de pronto inquisitiva y a menudo enigmática. Y ahí están, finalmente, los ojos del difunto brillando de regreso, esforzándose acaso por vestir su estupor de gallardía. Médicos y enfermeras tiemblan de la emoción, pero ello es poca cosa comparado con la expresión beatífica de los congresistas, totalmente arrobados ante el que ya suponen un Gran Hito en la Historia Patria. No es tanto que la virgen les hable, sino que el general ya les sonríe. Ha venido a salvarlos, de eso ni duda cabe. Y a salvar a La Patria, no faltaba más.

Poner al día a un hombre del siglo XIX con la marcha del siglo XXI es empresa tortuosa y prolongada, incluso si éste fue protagonista destacado del siglo XX. A lo largo de varias epifánicas horas, los cinco congresistas se esmeran en pintar ante el resurrecto el panorama de las cuatro últimas décadas. Tienen prisa, pero no cualquier prisa, si he aquí que la suya es una auténtica premura nacionalista y revolucionaria. Y es por eso que se han abocado a esta gesta científico-patriótica, pues ahora más que nunca el país necesita de un guía con visión y tamaños para encarar los retos que usted, mi general, nos enseñó a afrontar con dignidad y aplomo…

Han sido muchos años de dormir en el sótano del Monumento a la Revolución, pero incluso después de tamaño letargo no olvida el general ese extraño escozor que sigue a los halagos de los lambiscones, cuyo más grande error suele ser asumirse herederos y defensores naturales de las ideas de sus halagados. ¿O es que acaso no pagaron por ellas con lujo de lisonja y carantoña? “Por eso el gran problema de ser Lázaro”, se dice el general, desconsolado tras su facha impasible, “es tener que lidiar con los lazaristas”.

¿De modo que de nada les ha servido el paso de 43 años? ¿No se les ha ocurrido en tanto tiempo una mejor idea que hurgar en sus palabras y pelearse por bieninterpretarlas, como si fueran un jodido evangelio? ¿Qué habría sido de sus años al timón de la patria, si se hubiera entregado a desenterrar ideas que eran buenas setenta años atrás? ¿Es que quieren hacerlo ver como un gaznápiro, o tal vez los gaznápiros son ellos? ¿Ahora resulta que los “progresistas” se distinguen por timoratos y conservadores? ¿Quién se creen tantos beatos para decir sandeces en su nombre sólo porque él no estaba para contradecirlos? ¿Cómo que qué haría él en esta situación? ¿Alguien lo vio sentarse a espulgar la memoria de su bisabuela, por mucho que el Señor la tuviera en Su gloria, para saber qué hacer con el petróleo? ¿Y a quién se le ocurrió la visión ésta de traerlo de vuelta de su eterno descanso para hacerle preguntas de escuela de párvulos? ¿Tan mal anda la educación en México?

“Se los dije, señores”, alza los brazos el cirujano en jefe, al poco rato de inyectar al general un sedante más fuerte que su sobresalto, “la ciencia en estos casos ofrece cualquier cosa, menos garantías. Si los muertos hablaran, no quedaría más que…”. En medio de un silencio vacío de aleluyas, los congresistas miran hacia los lados, luego atrás, y al final van alzándose de hombros. “¿Rematarlo?”, sugiere uno por fin, y enseguida recuerda a los presentes que ni los Mandamientos ni el código penal se refieren al acto de rematar. “Técnicamente”, corrige el doctor, “sería nada más que interrumpir un proceso fallido de resurrección...”

“Proceda, pues, doctor”, instruye un congresista y asienten cabizbajos los demás. Y ahora con su permiso, ya se les hace tarde para unirse a una marcha lazarista donde son oradores invitados.

Fuente Milenio 19 08 13

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