jueves, 12 de septiembre de 2013

José Woldenberg - Muchos Méxicos

Una profunda fractura social marca nuestra convivencia (para llamarla de alguna manera). Somos una sociedad fragmentada y polarizada. Una serie de islas autorreferentes con escasos puentes de comunicación y escindidas por una desigualdad oceánica. Mientras en 2010 el 10 por ciento de los hogares más pobres apenas recibía el 1.5 por ciento del ingreso total, el 10 por ciento más rico concentraba el 37. Mientras la mitad más pobre recibía el 19.3 por ciento del ingreso, la mitad "más rica" se quedaba con el 80.7 (Fernando Cortés. "Medio siglo de desigualdad en el ingreso en México", 2013). Esa situación genera realidades no solo distintas, sino alejadas unas de las otras. Son islotes tapiados que solo ven por sus propios intereses y no pueden (o no quieren) ver por el conjunto.

Extrema riqueza y extrema pobreza coexisten en el territorio nacional y el conjunto de grises intermedios no puede construir un nosotros inclusivo. Por el contrario, lo que aflora y se expresa son la infinidad de "nosotros" particulares, cada uno con sus intereses, expectativas, reclamos y horizontes propios. Lo que la Cepal con buen ojo clínico ha diagnosticado como un déficit de cohesión social. Cada quien -organización, grupo o pandilla- ve para su propio santo, porque lo que le suceda al resto no le incumbe, no se reconoce en los otros, no los considera dignos de atención.



Ese archipiélago no genera puentes de contacto; divide y crea desconfianza mutua, y sobra decir que la mano invisible del mercado, tan potente para premiar y castigar, para estimular la competencia y la innovación, es ciega ante las desigualdades que en su despliegue se generan. No hay que esperar de él ni piedad ni correcciones. Hace lo que hace. No es un mecanismo juicioso sino inclemente. Por ello, si no queremos convertir a la sociedad en un mercado, se requieren políticas que pongan en el centro de su atención la construcción de un nosotros inclusivo y una sociedad menos polarizada. No solo por razones éticas -que a muchos no conmueven-, sino por razones políticas es imprescindible pensar si seremos competentes para construir una convivencia digna de tal nombre.

¿Será la reforma fiscal/social presentada por el gobierno un primer paso o pasito? Plantear una pensión universal para mayores de 65 años y un seguro de desempleo temporal, elevar el Impuesto Sobre la Renta a quienes ganan más de 500 mil pesos al año, gravar la venta de acciones, aplicar IVA al pago de colegiaturas y a la compra/venta de viviendas, la eliminación de la consolidación fiscal y el no haber introducido el IVA en alimentos y medicinas (ya se sabe que los que más tienen aportarían más en términos absolutos, pero los más pobres dedican un porcentaje mucho más alto de su gasto en comida), parecen ser acciones en el sentido correcto. Buscar que quienes más ganan cooperen con más y que lo fiscal tenga un cierto impacto redistributivo.

No obstante, como era de esperar, los resortes insolidarios se han activado de inmediato. Nadie depone sus privilegios sin por lo menos acusar al gobierno o/y al Congreso o/y a los partidos o/y al Pacto de abusivos, insensibles o lo que usted quiera. Los privilegios son eso, un trato excepcional a través de reglas o indultos que benefician a unos en prejuicio de otros, pero que son vividos por sus beneficiarios como si fueran derechos. Y es imposible esperar que quienes han explotado y sobreexplotado esos privilegios los depongan de buena gana. Nadie milita contra sus intereses. Si la consolidación fiscal fue utilizada por algunos empresarios para cargar pérdidas a empresas sanas y con ello evitar el pago de impuestos, ahora que se intenta remover, más de uno se sentirá defraudado. Si quienes invierten en la bolsa de valores ahora tendrían que pagar un impuesto por sus utilidades, es "natural" que se quejen para intentar mantener la exención que los beneficia. En el reino de los intereses particulares es (quizá) iluso esperar solidaridad. Pero para eso -se supone- está el Estado, para intentar ver por el conjunto.

Resulta sintomático que en muchas de esas reacciones se omita lo que quizá otorga el mayor sentido a las medidas propuestas: la pensión universal y los primeros pasos hacia un seguro de desempleo. Dos propuestas que estarían apenas iniciando una especie de "piso social" para hacer de la nuestra una sociedad menos escindida.

Otra fuente de reacciones adversas es la que tiene que ver simple y llanamente con la (i)lógica política. "Si el gobierno es la encarnación del mal -dice la pulsión opositora-, no estoy dispuesto a concederle nada, ni el beneficio de la duda. Porque todo reconocimiento lo fortalece y me debilita a mí". Esa fórmula maniquea y simple asume que solo el destacamento opositor es capaz de generar mejores condiciones de vida para todos. Una ficción útil para mantener la cohesión de los propios y enfrentar a los otros.

Se me acaba el espacio: ciertamente una mayor recaudación demanda una mayor transparencia y rendición de cuentas. Eso que ni qué.

Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=191000

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