jueves, 12 de septiembre de 2013

Gil Gamés - La felicidad

Gil abandonó el mullido sillón del amplísimo estudio y dijo al viento estas palabras: “sigan ustedes, sabiendo que mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas, por donde pase el hombre libre”. ¿Dónde leyó Gamés estas graves palabras? Ah, la memoria de Gil es una balsa a la deriva. Gamés sigue esperando al hombre libre, ¿o ya pasó y ni cuenta se dio? Como sea la cosa, Gil se encontraba cerca de un asunto importante: la felicidad. Con los ojos arrasados, la melodía de la vieja canción de Víctor Iturbe, El Pirulí, se alojó en el lóbulo frontal de su cerebro.

El Reporte de Felicidad Mundial de 2013 publicado por el Earth Institute de la Universidad de Columbia revela que México aparece en el lugar 16, un lugar arriba de Estados Unidos, en términos de felicidad, pero muy lejos de Canadá, que ocupa el sexto lugar en la lista, informa CNN en español.




Bueno, a Gil no le extraña que subamos como la espuma en los índices de felicidad. Aquí en la Ciudad de México, el día de ayer fue uno de los más felices del año. ¿Lo dudan? La felicidad no debe medirse en naderías como quedar atrapado dos o tres horas dentro del coche porque los mentores han bloqueado las calles, na, la felicidad está en otra parte.

Pero ésta no es la única razón por la cual a Gil no le sorprenden nuestros alto niveles de felicidad. Los mexicanos somos mentirosos; ah, sí señor, muy mentirosos. El encuestador le pregunta al mexicano: del 0 al 10 ¿qué tan feliz se siente en este momento, donde cero es el Profeta Mimí y 10 Roberto Hernández? El mexicano empieza a saltar y le responde: salto de gusto, mire, me siento bien, a todísima madre. Luego entonces, México obtiene un honroso lugar 16. ¿Sí o no?

Dinamarca, Noruega, Suiza, Holanda y Suecia son los países más felices del mundo. De hecho (muletilla de poca monta), en esos países las personas son tan felices que se suicidan. En un ataque de felicidad, el tío Grunwaldg se voló la tapa de los sesos, en casa no cesamos de celebrar ese momento de plenitud. Gamés hubiera pensado que la frialdad, el corazón como un témpano de hielo, impedía la felicidad, pero no es así, al contrario, al parecer, el frío todo lo arregla. La fría felicidad.

Vean esto, sí, véanlo: Chile ocupa el lugar 28 y Argentina el 29. ¿Lo ven? Los argentinos, y no se diga los chilenos, nunca estarán satisfechos, y mucho menos contentos. Les da usted un cajón de oro y empieza la queja: qué boludo que sos, esto es un quilombo, io para que quiero la caja con el oro, ¡por favoooor! Y los chilenos: la caja de oro, la concha de tu madre, me cagué en tres tiempos cuando vi el cajón, huevón.

Gil se detuvo en el resumen del informe y leyó que se deben balancear las medidas económicas de progreso con las medidas de bienestar subjetivo. Gamés se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y caviló: ¿puede medirse la felicidad? Obviamente, no; quizás y quién sabe, el bienestar.

Me comí una tartaleta de fresa y fui feliz; luego entonces, en Singapur subió el índice de felicidad por el consumo de tartaletas. Gamés sostiene que para fortuna de propios y extraños, la felicidad no puede medirse. Nada que provenga del territorio de la intimidad puede medirse como se mide la intención de voto de una elección. Gamés les recuerda que el deseo y la felicidad se odian.

La máxima de Alberto Moravia espetó dentro del ático: “La felicidad es tanto mayor cuando menos la advertimos”.

Gil s’en va
gil.games@razon.com.mx
Twitter:
 @GilGamesX



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