La violencia volvió a explotar en el país. En una semana, los cárteles de la droga la esparcieron por 14 estados, y reaparecieron frontalmente contra las fuerzas federales en Guerrero, Jalisco y Tamaulipas, algo que no había sucedido desde el gobierno de Felipe Calderón por el repliegue en el combate a la delincuencia organizada, que adoptó como estrategia inicial la administración del presidente Enrique Peña Nieto. El desafío esta semana provocó al menos tres enfrentamientos que tuvieron una duración de más de dos horas, lo que refleja la capacidad de fuego de las organizaciones criminales, que desplegaron sus sicarios en territorios donde tienen presencia Los Caballeros Templarios, Los Zetas, y Jalisco Nueva Generación.
Secuestros de súbditos españoles –un empresario y un grupo musical- provocaron una alerta del gobierno de Mariano Rajoy para que sus connacionales no viajen a México por problemas de seguridad. Previamente, la Secretaría de Relaciones Exteriores cabildeó en Washington y evitó que Estados Unidos emitiera una más a sus ciudadanos. Varias embajadas han recomendado a su personal extremar precauciones ante el repunte de los secuestros que, de acuerdo con el Observatorio Nacional Ciudadano, están en los niveles de 1997, cuando el fenómeno se disparó. Reuniones internacionales a celebrarse próximamente en la ciudad de México fueron canceladas por las mismas razones.
El impacto negativo en el mundo aún no puede cuantificarse. Las imágenes de la ciudad de México tomada por maestros, campesinos, electricistas, macheteros y gente desnuda; el aeropuerto internacional bloqueado; el Zócalo, la sede del poder político, con blindaje policial; y fuerzas de seguridad envueltas en fuego, en coma o golpeados repetidamente mientras sus atacantes alcanzan la libertad porque el partido que controla al gobierno local modificó la ley para permitir el abuso contra las instituciones, se han replicado en los medios de comunicación internacionales.
La velocidad con la que se difunden los paisajes negativos es proporcional al aumento de eventos para documentar la incertidumbre y el descrédito. El país, en medio de sacudidas en la espiral de violencia, tampoco es visto con grandes defensas ante las revelaciones continuas de la putrefacción institucional. Esta misma semana cayó una banda de 18 secuestradores en Guerrero, de los cuales 13 eran policías federales en activo –dos de ellos fueron anteriormente soldados- que aprobaron los exámenes de control y confianza en abril de 2012.
En el Distrito Federal, la ambivalencia con las fuerzas de seguridad genera incertidumbre. Por un lado hay policías que no son parte del problema de la delincuencia, sino el problema mismo, al ser los ejecutores materiales de secuestros y asesinatos. Por el otro, son víctimas de la incontenible violencia en las calles ante la falta de consenso para utilizar la fuerza. La debilidad institucional y la ausencia de garantías jurídicas, en todo caso, es el mensaje que se transmite cotidianamente.
La violencia, además, genera inestabilidad. En este caso, la inestabilidad es una externalidad de la fuerza centrípeta producida por el congestionamiento político derivado de las reformas propuestas por el presidente Peña Nieto, que generaron resistencias entre la élite gobernante –política y empresarial-, y que al mismo tiempo, agudizaron las tensiones entre los actores políticos. Por diseño, el Presidente se embarcó en todas las reformas durante este, su primer año de gobierno; por experiencia, el primer año de un gobierno es el mejor que se tiene, por la fuerza inercial del arranque, para alcanzar las más profundas y complejas. El andamiaje construido con la oposición para generar todos los cambios planeados para elevar las tasas de crecimiento y el bienestar colectivo a través del Pacto por México, fracturó a los partidos de oposición, en una caprichosa geometría política de colaboracionistas y oposicionistas, que ha unido a la beligerancia social con la beligerancia política.
Este fin de semana se materializa el escenario en el cual los sectores de oposición dentro del sistema coinciden en la protesta con los sectores antisistémicos en contra de las mismas reformas, la hacendaria y la energética. Es el colofón de una semana donde no sólo la violencia de los cárteles regresó con toda su capacidad de fuego, sino que subraya el caldero del Diablo donde se funden las crisis política, social y económica, en el que todas las fuerzas probarán, por un lado, la energía para profundizar la desestabilización, y por el otro, la capacidad para demostrar que la apuesta presidencial para cambiar a México, tuvo sus riesgos calculados para no sucumbir en el intento.
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