Leo y escucho la indignación que ha expresado gente que respeto ante el caso de la muerte del jornalero José Sánchez Carrasco y no puedo evitar preguntarme dos cosas: 1) de dónde proviene este rasgamiento de vestiduras tan unánime, y 2) cuánto hará que esos amigos y colegas no se dan una vuelta por un centro de salud público.
La muerte de José Sánchez Carrasco es una tragedia. No la minimizo. Pero es sólo una de las muchas tragedias que ocurren a diario en cualquiera de las instancias del sistema de salud del Estado mexicano.
Por eso me llama la atención esta indignación tan generalizada. Porque bastan unos pocos datos, al alcance de cualquier consumidor de medios, ya no digamos de expertos como los periodistas que han publicado su indignación, para saber que la muerte de un jornalero en las puertas de un hospital del sector público puede ser moralmente insoportable pero de ninguna manera racionalmente sorprendente.
Hagamos un repaso de memoria de unos pocos elementos que nos ayudarán a recordar que ya sabíamos que nuestro sistema de salud ha sido vapuleado:
–El caso de José Sánchez Carrasco no puede sorprender a nadie que recuerde al grado al que llegaron el año pasado en Tabasco, donde el anterior gobierno estatal desfalcó el sistema de salud al punto de poner en riesgo su viabilidad. La Federación tuvo que inyectar recursos extraordinarios para evitar el colapso. Literalmente colapso.
–Otro ejemplo. En Oaxaca, entre otras denuncias por irregularidades en los servicios médicos durante la administración de Ulises Ruiz destacó la “desaparición” de equipo médico para detección del cáncer cervicouterino y de mama por un valor de 118 millones de pesos. Quienes se quedaron con esos aparatos llegaron al extremo de falsificar la documentación que supuestamente ampara la entrada al almacén de la Secretaría de Salud de Oaxaca de ese equipo. Aquí el reportaje al respecto de Fátima Monterrosa, realizado en 2011.
Por cierto, hace tres semanas la misma Fátima denunció en Punto de Partida cómo importantes hospitales de Veracruz operan en una precariedad que llega al extremo de tener a bebés sin comer durante largas horas a la espera de turno en los quirófanos para cirugías programadas.
–¿Y no está acaso siendo perseguido (es un decir, pues tiene diligentes abogados que le consiguen amparo tras amparo) el ex Gobernador de Aguascalientes Luis Armando Reynoso acusado, en parte, por la desaparición (oootra desaparición) de un tomógrafo que nunca llegó al sector salud?
–Y en mayo de este año en Guanajuato se abrieron procesos judiciales contra colaboradores del ex Gobernador Juan Manuel Oliva por irregularidades en, otra vez, unidades médicas.
–Finalmente, la decisión del gobierno federal de re-centralizar las compras de medicamentos se da luego de escándalos de precios hiperinflados en ese rubro en estados como en Chiapas. Aquí un reportaje de MVS Noticias de Carmen Aristegui emitido hace semanas:
¿Le seguimos?
Qué bueno que todavía haya capacidad de indignación, pero caray, si este mismo mes vimos cómo nacen bebés en la calle (Oaxaca) o en salas de espera de hospitales (Puebla), qué de sorprendente tiene que ahora veamos cómo mueren también a ras del suelo, en medio de la indiferencia de entidades hospitalarias totalmente rebasadas, los más pobres de los pobres.
Darse una vuelta a un centro de salud (siempre será por estricta necesidad, nunca por gusto) es enfrentarse sin anestesia que valga al terrible espectáculo de “la humanidad doliente”, como puntualmente bautizó a esos enfermos pobres hace más de dos siglos el benefactor de Guadalajara Fray Antonio Alcalde, a quien está dedicado el hospital civil de aquella ciudad. Institución a la que por cierto le tengo total admiración y agradecimiento.
Esa es una realidad de la que estamos, de una manera u otra, lo suficientemente lejos quienes ocupamos puestos de dirección en los medios de comunicación e incluso quienes opinamos en ellos.
En esto somos igualitos que los diputados y gobernantes que tanto criticamos. Denunciamos a los funcionarios porque se compran seguros de gastos médicos con dinero público, pero quizá nos aseguraríamos de que esa denuncia fuera realmente efectiva, de que cambiara algo, si nosotros mismos usáramos regular o prioritariamente el sistema público de salud.
Ya estoy escuchando al que argumentará que uno se paga con dinero no público sus gastos médicos y que de ahí la legitimidad de la crítica contra los funcionarios que toman del erario el dinero para pagarse seguros médicos privados. Pues es un argumento que no resuelve el problema. Es igual que con la policía. Hasta que no dignifiquemos la labor policial para que ser policía no sea asunto identificado con una clase social (baja), buena parte de nuestros déficits en materia de seguridad no cambiarán. Es igual que con la educación. Es una versión de aquel dicho de “hágase la voluntad de dios en las mulas de mi compadre”. Nos indignamos en público y en privado hacemos todo lo posible por salvarnos como individuos, no como sociedad. Algún día no tan lejano nos alcanzará la quiebra del sistema de pensiones y a ver quién se atreve a tratar de consolarse con un “se los dije”.
Todo esto me recordó algo que dijo el gran periodista neoyorquino Pete Hamill. En 1998 publicó News is a verb. Ahí plantea una propuesta provocadora. Ante la crisis de algunos periódicos locales en varios puntos de Estados Unidos, Hamill sostenía que la cobertura se había vuelto insustancial porque los editores y directivos ya no vivían en su ciudad, se habían mudado a los suburbios. Así que su conocimiento de la realidad de la comunidad no era de primera mano. Su propuesta era que por contrato todos los editores y directivos tenían que ser obligados a vivir en la ciudad, y que no debía permitírseles estar en sitios a una hora en auto de la misma. “La mayoría de los editores deben aprender por ósmosis, a través de tener vida cotidiana como las de sus lectores”, decía Pete Hamill.
Sin embargo, sigámosle. Discutamos horas y horas, columnas y columnas, sobre cosas tan lejanas al bienestar de la gente como la nueva reforma electoral (prácticamente desde los ochenta cada elección federal estrenamos una reforma electoral). Mientras, en el sector salud de nuestro país nacen y mueren en el piso.
Nosotros, como los políticos, haremos todo lo posible por alejarnos de ese infierno. A pesar de ello de vez en cuando nos enteraremos de casos como el de José, o de los bebés que nacen en el suelo, y recordaremos que todavía por ahí anda nuestra capacidad de indignarnos.
Solo me queda una duda: ¿qué será más puntual, nuestra denuncia por las carencias del sistema de salud o nuestro próximo pago del seguro médico privado?
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