El 16 de noviembre, en Casa Lamm, se le hizo un cálido y bien ganado reconocimiento a Raúl Álvarez Garín. La siguiente fue mi breve intervención.
Raúl Álvarez Garín fue, para mí, primero una referencia rodeada del halo mágico del 68. Uno de los dos o tres dirigentes más importantes del Consejo Nacional de Huelga y por ello mismo la encarnación de un sueño de libertad y democracia segado por la violencia paranoide del Estado.
Luego, en los años setenta, en el marco de los esfuerzos por construir sindicatos en las universidades del país, siendo yo parte del Consejo Sindical, Raúl era una referencia constante, rotunda. Me explico. Si el Consejo Sindical era la corriente de profesores que se convertiría en una especie de columna vertebral del Sindicato del Personal Académico de la UNAM; el Consejo Sindical tenía a su vez una columna vertebral un poco más reducida: la de los integrantes de la revista Punto Crítico. Pablo Pascual, Rolando Cordera, Isabel García Coll, Montserrat Gispert, Margarita Collazo, Raúl Trejo, entre otros, eran al mismo tiempo parte de los afanes de la revista militante y de la organización laboral de los académicos universitarios. Y a través de ellos, una voz se escuchaba de cuando en cuando: la de Raúl. No estaba presente en la UNAM pero por boca de sus compañeros de Punto Crítico sus opiniones se oían.
Punto Crítico era entonces una revista indispensable de y para la izquierda mexicana. Su primer número había empezado a circular en enero de 1972, y en su directorio aparecía como su director general Adolfo Sánchez Rebolledo y como su administrador Raúl Álvarez Garín. Se trataba -sobre todo visto en retrospectiva- del esfuerzo político/editorial más ambicioso de una parte de la generación del 68. Algunos líderes de aquel movimiento (Raúl, Gilberto Guevara, Roberto Escudero, Félix Hernández Gamundi, Eduardo Valle, entre otros) una vez libres luego de más de dos años y medio de prisión, de un breve exilio, y de la reaparición de la violencia criminal el 10 de junio de 1971, junto con algunos profesores universitarios jóvenes y militantes de la izquierda (Rolando Cordera, Juan Felipe Leal, María Antonieta Rascón, Santiago Ramírez, Pablo Pascual, etcétera), echaron a andar una publicación singular.
Punto Crítico fue una escuela a distancia para muchos de nosotros. Más allá de las lecturas dogmáticas y cerradas que por entonces eran de curso común en el mundo de la izquierda, la revista abrió un campo para el análisis y la reflexión inédito hasta entonces. Quizá su mayor virtud fue su apuesta a documentar, acompañar y ayudar a pensar a eso que de manera genérica se llamaba el movimiento. Una constelación de movilizaciones, intentos de organización, reivindicaciones, denuncias, que en conjunto expresaban un aliento transformador en términos democráticos y con un horizonte socialista. Así, huelgas, invasiones de tierras, paros estudiantiles, comunicados de organizaciones armadas, esfuerzos por construir partidos, persecuciones, represiones, fueron documentados y analizados en sus páginas. Se trataba de estar o escoltar o dar a conocer a un México cuyo rostro no aparecía en los medios de comunicación tradicionales. Un México diverso, profundamente agraviado, que no se reconocía ni quería hacerlo en los rituales tradicionales del oficialismo estatal. Un México emergente en términos políticos que combatía los usos y costumbres de una pirámide autoritaria.
Sin aquel esfuerzo pionero, del que Raúl fue una de sus cabezas, no se entendería mucho de lo que sucedió después. Estoy hablando de la creación de sindicatos y organizaciones agrarias, de agrupaciones populares y formaciones políticas, de grandes movilizaciones y actos de denuncia del autoritarismo prevaleciente. De un potente movimiento, con múltiples expresiones, que hizo patente que el país no cabía ya bajo el manto, los rituales, el discurso y la organización del oficialismo de entonces.
No me extraña el afecto y el respeto múltiple que hoy se le expresan a Raúl Álvarez Garín. Es apenas el merecido reconocimiento de que la conquista de buena parte de las libertades que hoy se ejercen es fruto de las batallas emprendidas por lo que el propio Raúl gusta denominar la generación del 68. Y todos lo sabemos, él fue y es un pilar y un referente obligado de dicha generación. En alguno de sus cuentos, Francis Scott Fitzgerald decía que hay generaciones condenadas a no tener sucesores (La última belleza sureña); no fue el caso de la del 68. Su herencia sigue viva.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=205575
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