La publicación en tres de los medios financieros más importantes del mundo que el gobierno, el PRI y el PAN negociaban bilateralmente una reforma energética más agresiva y ambiciosa que incluyera concesiones petroleras al sector privado, aceleró la conclusión inevitable: cuando hay proyectos de nación excluyentes, si quien está en medio quiere alcanzar su objetivo, tiene que pactar con uno de los extremos. En este caso, si el PAN quiere la apertura casi total de los hidrocarburos, que implican cambios en la Constitución ante los cuales el PRD se amuralló para impedir, ¿qué opciones tiene el presidente Enrique Peña Nieto?
El presidente Peña Nieto planteó a los mexicanos una reforma energética que les cambiaría el futuro. Habría una mejor distribución del ingreso con los recursos provenientes del petróleo y el gas, que significaría mejores condiciones de vida. Para esto se tendrían que enmendar dos artículos constitucionales, pero el petróleo seguiría siendo propiedad de la Nación. Pemex, como consigna ycompromiso histórico, no se vende. Como este tema no responde a lógicas económicas sino culturales, a una idea de propiedad y pertenencia, y a definiciones nacionalistas, la iniciativa presidencial quiso acomodar todos los intereses a la ideología mexicana, que a nadie dejó a gusto.
La reforma propuesta tenía tan poco alcance, que no podría garantizar que los sueños de grandeza nacional se materializaran. Aunque en el mundo se reconoció el esfuerzo por hacer algo, no despertóentusiasmo. La iniciativa regularizaría lo que ya existe de facto y los contratos de utilidad compartida –la mayor audacia presentada-, no permitiría que los potenciales inversionistas pudieran contabilizar lasreservas de hidrocarburos en sus balances fiscales. Sin esta posibilidad, conseguir dinero para perforar en aguas profundas –la parte donde Pemex no tiene ni experiencia ni recursos para hacerlo- sería muy difícil la inversión. Cada pozo tiene un valor estimado en 250 millones de dólares, y para tener posibilidades de éxito se necesitan perforar simultáneamente al menos tres. Al final, es un asunto de pesos y centavos. Para los inversionistas, la única ideología es la del dinero en sus bolsillos, y la pretensión más soberana son las utilidades para sus accionistas.
El tema económico no está en la racional del PRD. Ni siquiera con las reformas a la Constituciónpropuestas por el Ejecutivo, que reducirían significativamente el potencial de inversión de 400 mil millones de dólares, están de acuerdo. El no a las enmiendas es tan tajante como claro es el costopolítico que ya pagó, aún antes de saber cómo queda finalmente la Reforma Energética, el presidente Peña Nieto, incluso en otros campos. El PAN y el PRD, antagónicos en la energética, se aliaron en la Reforma Política. Con ese respaldo, el PAN condicionó la energética a la política. Necesitados de ellos, desde Los Pinos se instruyó al PRI, a sus diputados y senadores, no enfrentar a los panistas para mantener el frágil equilibrio en la negociación. Para el PRD no hubo recomendaciones similares. Su dirigencia, para efectos prácticos, se ha vuelto funcional para el Ejecutivo y, en algunos momentos, también para el PAN.
La publicación en The Wall Street Journal, Bloomberg y Financial Times sobre una negociación más ambiciosa y agresiva entre el gobierno y el PAN, exhibió al PRD como el partido más inmaduro en la coexistencia de principios e intereses. Una lectura de lo publicado es que en este momento de definición histórica, el PRD es desechable. No importa qué haga el Presidente con la reforma energética, votarán en contra. Por lo mismo, explica el porqué de las consideraciones de Los Pinos al PAN. Se puede plantear como hipótesis de trabajo que en la búsqueda de pesos y centavos para lograr el sueño prometido –las enmiendas constitucionales en este contexto son un instrumento-, el Presidente tomó la decisión de ir con los panistas en las dos reformas. Los beneficios, en ese cálculo, tienen que ser más altos que los costos.
Sin embargo, si esta es la estrategia, como parece ser al no desmentirse el fondo –sólo la forma- de lo publicado en Nueva York y Londres, los costos no pueden minimizarse. Entre los mexicanos no hay matices. Apertura es igual a privatización, y privatización es igual a vender Pemex. El sofisma conlleva problemas políticos que no son salvables en el corto plazo. El discurso que el gobierno vendió el patrimonio de la Nación será persuasivo y golpeador, que sólo podría desarmarse si los resultados arrojan los beneficios prometidos.
Hechos, no palabras, es lo que necesitaría el Presidente en el mediano plazo para demostrar que lo ofrecido no fue mentira. Pero si el cálculo es errado y la apuesta equivocada, difícilmente podrá evitar caer en la ignominia. Entonces, los más beligerantes hoy contra la Reforma Energética, tendrán su momento.
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