martes, 17 de diciembre de 2013

Federico Reyes Heroles - El próximo eslabón

O P I N I Ó N
F E D E R I C O   R E Y E S   H E R O L E S
El próximo eslabón

La reforma energética fue para México sobre todo una prueba de globalidad. De no acceder a los códi­gos internacionales de la materia, México hubiera quedado tatuado como una nación rehén de tabúes. Ese logro no se mide en millones de barriles o en BTUs. Es un indi­cador aún más severo: la capacidad de una nación para adaptarse a las reglas de un mundo que no espera ni hace concesiones. ¿Por qué ha­cerlas cuando hay otros yacimientos esperando inversiones? La apertura del sector energético es, después del TLC con Estados Unidos y Canadá, el paso más importante hacia esa modernidad, es un acto de libera­ción de los tabúes.





Pero la palabra modernidad a muchos les genera urticaria. Co­mo si con ella llegara la inexorable desaparición de la identidad, como si fuera una simple imitación. El asunto es más complejo. México es uno de los países con mayor dispa­ridad en sus ingresos: pocos muy ricos y muchos muy pobres. Esa irritante convivencia lleva siglos, lo cual no la justifica. El crecimien­to de las clases medias ha venido a amortiguar la tensión generada por el abismo, pero los números no cambian. En México hay una importante movilidad social ascen­dente explicada por la mejoría en la forma de vida –sanidad, vivienda y su equipamiento, electricidad, etc.- pero no por un incremento signifi­cativo en el ingreso. Algo está muy mal. Más grave aún, también hay movilidad descendente resultado de un sistema de seguridad social rebasado. México es el país de la OCDE en el cual el paciente gasta más en salud. De allí la urgencia de seguridad social universal.

La modernidad es esa transfor­mación institucional que facilita mayor prosperidad y justicia. Los que se oponen a la reforma debe­rían pensar que este país injusto y con un crecimiento mediocre se explica en parte por la deformación del sector energético: subsidios a gasolinas que benefician a las cla­ses medias y altas, precios caros de electricidad y gas que sangran a empresas pequeñas, medianas, grandes y también a decenas de millones de consumidores como resultado de un sector anquilosa­do, muy ineficiente y con graves problemas de opacidad. Un México con mayor crecimiento, con más y mejores empleos, con más bienes­tar era inviable sin transformar al sector. Reforma energética, pros­peridad para millones, seguridad social y mayor justicia van de la mano. Pero hay un pendiente.

La ecuación para lograr un Mé­xico más próspero y justo cruza por el territorio de la transparencia. El desorden en el gasto y la opacidad provocan resistencias a una mejor recaudación que urge. La depen­dencia fiscal del petróleo no se aca­ba con la reforma. La percepción de los mexicanos y del mundo sobre la corrupción en México es terrible: lugar 106 de 177 países (Transpa­recy International). Pero México ha avanzado en la última década, y mucho, en el acceso a la informa­ción y en una mayor transparencia, sobre todo en el ámbito federal. Las más recientes reformas que for­talecen al IFAI e incorporan nue­vos sujetos obligados son un gran avance. Entonces, ¿cómo explicar que ni los mexicanos ni el mundo lo perciban? La respuesta está en la palabra impunidad. De muy poco sirve transparentar el gasto si la impunidad galopa frente a los ojos de todos.

Eso explica la exigencia de crear una verdadera fiscalía pa­ra combatir la impunidad en ca­sos de corrupción que pasa una factura carísima en inversiones, en empleos, en bienestar. La úni­ca forma de corregir los hechos y la percepción es encarando la impunidad. Ese es el eslabón que falta. De ahí la importancia de lo aprobado en el Senado: una Fisca­lía Anticorrupción, unipersonal, con capacidad de investigación a servidores públicos y a particu­lares que incidan en esos delitos, mismos que no prescribirán en un plazo inferior a cinco años. Mi convicción es que la Fiscalía debió de haber tenido facultades de Mi­nisterio Público para no someterse a la PGR. La gran mayoría de los casos de impunidad en esta área se producen por omisión, es decir la autoridad no investiga. Aflora así el conflicto de intereses que surge por el hecho de que la instancia de investigación sea, al final del día, un brazo del Ejecutivo Federal o de los locales. Entiendo que la nueva Fiscalía General de la República -de operar con total independen­cia- frenaría esta perversión. Pero eso se llevará años.

Si Peña Nieto de verdad quiere romper rápido con el costoso círcu­lo vicioso provocado por la impuni­dad que hunde la percepción, debe­ría convocar a un Consejo Nacional de Probidad y Ética donde el Fiscal Anticorrupción y la PGR -que du­rará con su actual diseño varios años- rindan cuentas a la opinión pública, a los gobernadores y al Je­fe de Gobierno, a la República y al mundo. Sólo allí se podrían alinear los esfuerzos de los tres órdenes de Gobierno y construir políticas nacionales para arrinconar a este flagelo. México no puede esperar el largo tránsito hacia la Fiscalía General. El costo es demasiado alto.

Reforma energética, prosperi­dad y mayor justicia social son una cadena. El próximo eslabón es la lucha frontal contra la impunidad en actos de corrupción.

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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