No hay precedente de un conjunto de reformas económicas y políticas tan integral y profundo como el que el Enrique Peña Nieto comprometió en campaña e instrumentó en sólo un año. Sin embargo, el reconocimiento de esta hazaña política y de gobierno es escaso, y muy diferente dentro y fuera de México.
En lo internacional hay una coincidencia en que el país necesitaba reformas desde hace varios lustros. Dan un gran valor al Pacto por México como un mecanismo que permitió que la democracia mexicana pasara de la inefectividad a las realizaciones. Atribuyen al Presidente Peña Nieto y su equipo astucia política, capacidad de negociación, poder de ejecución y, con inconsistencias, una actitud madura de los partidos políticos.
Por contra, en México el reconocimiento es escaso, titubeante y, en ocasiones vergonzante, salvo contadas excepciones. Aquilatar esta situación tiene valor, pero lo relevante para una mejor comprensión de la sociedad y de la política mexicanas es preguntarse por qué se regatea ese reconocimiento.
Un primer elemento es que toda reforma siempre afecta intereses particulares que, en su intento por evitar los cambios, descalifican todo y a todos, sin proponer. Por contra, los beneficiarios de las reformas son muchos, pero están dispersos y no organizados, lo que dificulta concretar expresiones de reconocimiento. Además, como los beneficios de las reformas de fondo se darán gradualmente, es difícil que esas mayorías aprecien de inmediato los logros políticos de EPN.
Una segunda causa de ese regateo es que esas mayorías son muy escépticas acerca de los gobiernos. Este fenómeno extendido también responde al bombardeo permanente de contenidos informativos parciales o erróneos. En todo caso, no es que esas mayorías no tengan opinión, sino que su posición se define de manera más lenta, basada en realizaciones más que en promesas, que se consolida y expresa en las elecciones. En los hechos, es la opinión más firme y trascendente. La última encuesta GEA-ISA muestra que lo complejo del proceso de reformas, las resistencias de los intereses afectados, y que sus resultados se darán de manera gradual, deterioraron la popularidad presidencial hasta su punto más bajo. Lo bueno es que Enrique Peña Nieto no sólo lo anticipó, sino que expresamente estuvo dispuesto a asumir dicho costo, y así lo ha hecho.
Un tercer factor es la dinámica político-electoral de los partidos. Reconocen el valor del Pacto y el mérito de EPN “en lo oscurito”, pero lo niegan e incluso lo critican en público, todo en pos de las próximas elecciones. Esto refleja cómo las fuerzas más “destructivas” de los partidos logran imponerse a las “constructivas”, y cómo emiten un mensaje permanente de crítica en términos que confunden a la ciudadanía.
Por último, está el continuo asedio de los medios de comunicación, basado en las opiniones de la comentocracia. Basta leer los principales diarios y escuchar los noticieros radiofónicos y de televisión para exponerse a este bombardeo incesante de mensajes no ponderados y negativos; en esa dinámica, no caben realizaciones.
Todo esto ha profundizado las diferencias entre la ciudadanía y los gobiernos, de los cuales desconfía, al igual que de “los políticos”, a quienes se ha erigido como la encarnación del peor de los villanos en México.
Durante los próximos meses se seguirán escuchando todo tipo de reclamos y críticas a las reformas del primer año de EPN. De la eficiencia con que el Congreso produzca la legislación secundaria, depende cuándo se empiecen a observar resultados. Estará también en la capacidad del gobierno para explicarlas, que es más que comunicarlas. Dependerá de la capacidad del gobierno para iniciar su instrumentación pronto, mostrar más eficacia de gestión que durante 2013. Y, esperemos, estará en la capacidad del gobierno para seguir promoviendo otras importantes reformas, lo que constituirá la agenda política de 2014.
Es paradójico que la sociedad mexicana exprese en este momento su mayor desencanto con la democracia (Latinobarómetro), justo cuando la democracia mexicana mostró durante 2013 sus mejores resultados en materia de funcionalidad para las reformas. Parecería que los mexicanos sólo reconocemos que la democracia funciona bien cuando se da una alternancia. También hay que explicar que lo que vivió el Congreso durante 2013, incluyendo sus episodios patéticos, es muestra esencial de la madurez de la democracia mexicana.
Jesús Reyes Heroles G.G.
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