jueves, 19 de diciembre de 2013

José Woldenberg - Del 2 al 3

Sin mucho ruido, sin demasiada visibilidad se está aprobando un cambio a la Constitución: la necesidad de que un partido logre por lo menos el 3 por ciento de la votación para refrendar su registro. Imagino que es así por la mala fama de los partidos, sin tomar en cuenta que sin ellos la democracia es imposible. Se refuerza la muy preocupante tendencia a cerrar cada vez más el espectro de las opciones.

En reformas anteriores se han construido condiciones cada vez más complejas para registrar un nuevo partido. Pasamos del registro condicionado a la votación que obtuvieran los partidos a un registro en el cual se requiere, además de contar con documentos básicos, un número determinado de afiliados que deben comparecer en asambleas distritales o estatales. En esa modalidad antes se requería el 0.13 por ciento de afiliados con relación al padrón y hoy el 0.26; antes se tenían que realizar 10 asambleas estatales o 100 distritales con 3 mil o 300 afiliados cada una y hoy se necesitan 20 o 200, respectivamente. Si eso fuera poco, antes se abría el eventual registro cada tres años y ahora cada seis. Si en la actualidad se produjera una escisión en alguno de los partidos o si un grupo de ciudadanos quisiera armar uno nuevo, tendrían que esperar a la convocatoria que será expedida en 2019 para participar en las elecciones de 2021. En una palabra, la puerta de entrada se viene estrechando. Una incongruencia cuando se sabe que existe un malestar creciente y difuso con los partidos existentes y que por ello valdría la pena mantener las puertas abiertas para el ingreso de nuevas opciones.





Ahora además se pretende que para refrendar su registro un partido obtenga por lo menos el 3 por ciento de la votación. Hasta ahora era el 2 y de 1977 hasta 1996 fue el 1.5. Estamos ante una disposición en la cual los partidos grandes quieren deshacerse de los chicos. La idea de que sean los ciudadanos votando los que decidan cuáles y cuántos partidos deben permanecer en la lid es correcta. La pregunta es cuál es el porcentaje adecuado para ello.

No se trata de que cada uno de los partidos reciba la aprobación de la mayoría de los ciudadanos, sino de que cada uno tenga un respaldo comprobado significativo. Si lo primero fuera necesario, creo que ninguno lograría más votos a favor que en contra. ¿Qué significa hoy el 2 por ciento? De un padrón de más o menos 80 millones de personas, votaron en 2012 un poco más de 50 millones, ello supone que para revalidar el registro los partidos requirieron de más de un millón de votos. Cantidad nada despreciable. Si queremos entonces un Congreso representativo de las diferentes fuerzas políticas que integran al país (no de las que a cada quien gusta), parece pertinente mantener la posibilidad de que una que haya reunido alrededor de un millón de adhesiones se mantenga en el mundo institucional. Además, el mecanismo funciona: de 2000 a 2012 participaron en las elecciones 16 partidos; solo siete confirmaron su registro. No es necesario hacerlo más restrictivo.

En el dictamen se aducía que existe: "un enorme descontento social por los costos de la democracia, pues un umbral tan bajo incentiva la creación de partidos sin suficiente representación popular". Se les olvida a los redactores que, gracias a la reforma de 2007, la bolsa del financiamiento a los partidos ya no depende de su número, como sucedía hasta esa fecha. Ahora, si hay más partidos, la bolsa no se altera, y lo que sucede es que cada uno de ellos recibe una cantidad menor. De igual forma, dado que el acceso a los grandes medios de comunicación (radio y tv) se hace a través de los tiempos del Estado, y dado que esos tiempos son invariables, la existencia de más o menos partidos no afecta ni en un peso las finanzas públicas.

Además en 2007 se canceló la posibilidad de coaliciones en las cuales bajo el cobijo de alguno de los más grandes no se podía conocer el aporte en votos de los más pequeños. Ahora, aunque por supuesto existe la posibilidad de hacer coaliciones, cada partido aparece con su propio sello lo que nos permite saber si logran las adhesiones ciudadanas que fija la ley. No deben ser los prejuicios los que guíen en esta materia nuestras definiciones. Cierto, hay disgusto con los partidos. Pero no será expulsando a los más pequeños como eso se resolverá. Lo más paradójico es que los mismos legisladores que quieren menos partidos siguen estimulando el surgimiento de candidaturas independientes, es decir, partidos personalistas. Tienen la brújula atrofiada.

Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=210604

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