lunes, 20 de enero de 2014

Jesús Silva-Herzog Márquez - Una carta

Gabriel Zaid está cumpliendo ochenta años. La revista R de Reforma, en una estupenda edición, lo celebra. Se alaba la limpieza de su escritura, su inteligencia práctica, su amor por las ideas, la perspicacia de sus lecturas, el filo de su crítica. Quiero agregar un texto al homenaje. Recordar aquí un documento fundamental de la vida pública mexicana del siglo XX. Un escrito ejemplar de la tradición crítica mexicana. El testimonio de una polémica que no ha recibido la atención que merece. Es la carta pública que Zaid dirigió a Carlos Fuentes a principios del gobierno de Luis Echeverría y que Plural, la revista dirigida por Octavio Paz, publicó en su edición de septiembre de 1972.






El novelista había pedido un voto de confianza al presidente Echeverría quien declaró que investigaría y castigaría a los responsables de la represión de junio del 71. La diferencia entre Zaid y Fuentes no era simplemente una discrepancia sobre la figura del presidente o sobre el rumbo del gobierno, sino sobre el sitio del escritor en el espacio público. Una discrepancia radical sobre el trato del escritor con el poder. Para Zaid, Carlos Fuentes usaba su autoridad moral para sumarse al presidente. No lo apoyaba con argumentos razonables sino con justificaciones palaciegas. Zaid sabía mejor que nadie de los recursos del poder para seducir a sus críticos, para engañarlos con acceso al palacio, para someterlos con elogios, recursos, nombramientos. Jugando con un epigrama de Ernesto Cardenal que habla de la desdicha autoinflingida de un amante que se hace encarcelar cuando se entera que su amor lo ha abandonado, Zaid escribió:


Me dijiste que ya no me querías.
Intenté suicidarme gritando ¡muera el PRI!
Y recibí una ráfaga de invitaciones.
Lo grave para Zaid no era que Fuentes coincidiera con las políticas de Echeverría, que respaldara sus decisiones de gobierno sino la calidad de los argumentos que empleaba. Si Fuentes creía en las buenas intenciones del presidente era por su relación personal con él--no por lo que hubiera hecho el presidente. Creía en su palabra y aceptaba la versión de que sus enemigos (inclusive los que estaban dentro de su gobierno) impedían el progreso. Si hay acechanzas oscuras que obstruyen la marcha justicia, es indispensable aliarse al presidente. Con ingenuidad inaceptable, el escritor hacía suya la noción conspiratoria que sirve al poder al envolverlo en misterio. Escribía Zaid entonces: "Si para salvar a México de las Fuerzas del Mal, hay que someter la vida pública a las necesidades del ejecutivo, como en el pasado (...), seguimos en la tenebra: ganan las Fuerzas del Pasado."
Zaid denunciaba la tenebra: esa zona privada en la que se resuelven los asuntos públicos. Ese sitio oculto y misterioso que no tolera la luz del sol, que no se ventila con aire fresco, que jamás se expone a la crítica. Ese lugar al que tienen acceso unos cuantos y que resulta incomprensible para la gente en la calle. La tenebra es la negación de la vida pública: un cofre de secretos terribles. El dominio de la conjura incomprobable. Eso que los mortales nunca podremos conocer pero de lo que podemos especular con fruición. Lo que le irritaba era que un escritor del prestigio de Fuentes asumiera como válida la retórica de esa grilla, las fantasías autocomplacientes del poder. Zaid denunciaba la política palaciega que imponía--aún en las mentes más brillantes del país--la lógica de la corte. Pensar para defender al poder y esgrimir, en nombre propio, las razones del poder. El patrimonialismo no es sólo una manera de administrar los recursos públicos como si fueran patrimonio personal; es también una forma de pensar, un estilo de discutir que emplea los argumentos privados como si tuvieran relevancia pública. Es dar al chisme la dignidad de una demostración.
Desde luego, coincidir con el poder no es pecado. No es indigno estar de acuerdo con una política oficial si se coincide desde la independencia, si se emplean argumentos públicos. Lo que resulta inaceptable es que se coincida desde la subordinación--más aún si ésta es subordinación a la lógica palaciega que confronta las nobles intenciones del Señorpresidente a las miserables intrigas de los enemigos de la Patria. Un crítico no es un asesor. Su responsabilidad es otra. Su medio de acción, su poder (modesto pero crucial para el debate público) es muy distinto al del gobierno. "La lealtad fundamental del que publica debe ser con el público. Lo cual no quiere decir halagarlo: el público merece una leal oposición hasta para desafiarlo".

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