1.- Códigos. El edificio había sido identificado. La información fue confirmada: se encuentra allí, procedan. Los elementos subieron en absoluto silencio, de un golpe derribaron la puerta, segundos después caía otra. Allí, en la cama, estaba el temido capo con un arma larga atravesada sobre el pecho. Junto a él una mujer y una niña aterradas. Los tres estaban encañonados a un par de metros. Sin resistencia, el muy temido gangster, entregó su arma. De haber disparado, aquello hubiera sido una masacre. Quizá fue la imagen de la sangre de su hija y de su mujer la que lo impulsó a entregarse.
Horas después el capo habló con el encargado y cabeza del operativo. Ellas no tienen nada que ver, el asunto es entre tú y yo. No te metas con mi familia y yo no tocaré a la tuya. Así cayó Óscar Osvaldo “N”, líder de la organización criminal conocida como “La mano con ojos” en Toluca el 11 de agosto del 2011. No se pacta pero hay códigos. El interlocutor del narco aclara, también pensé en mi familia. Con balas la historia hubiera sido otra. La detención de “El Chapo” recuerda este episodio previo. ¿Por qué se generó en México la espiral de violencia que condujo a decenas de miles de muertos? En parte porque no se atendieron los códigos, las instrucciones eran otras. En el “Índice de letalidad” (NEXOS, Nov. 2011), que mide el número de muertos y heridos en cada operativo, brincan las diferencias por corporación. En ese comparativo en muchas ocasiones, sobre todo la Marina, se deja la impresión de no haber intentado la detención, de ajusticiar en caliente. Ahora detienen a “El Chapo” sin una bala.
Haber operado así durante años es un acto abominable desde la perspectiva de los derechos humanos y del debido proceso. Pero no sólo se violentan los principios, también están las consecuencias que esa estrategia provocó. Las muertes a mansalva de potenciales delincuentes y “víctimas colaterales” provocan venganzas, más violencia. Lo vimos con nitidez en Tabasco con la masacre de la familia del marino Angulo Córdova. La forma de proceder ha cambiado. Quizá eso explica dos datos duros recientes. El primero es la confirmación de que el número total de muertos vinculados al crimen organizado se ha reducido. Después de rozar los 17,000 en el 2011, el 2013 arrojó poco más de 10,000. El giro es abrupto. De seguir la tendencia, en poco tiempo estaríamos ante otro escenario nacional. El segundo dato muy relevante es el reporte de la CNDH sobre la reducción en 50% de las denuncias en contra de las Fuerzas Armadas por violación a derechos humanos en el 2013. En las consecuencias de las acciones también hay cambios.
2.- El lenguaje. Comienza por las palabras. La sobriedad del procurador Murillo Karam -sin asomo alguno de otra intención que no sea la aplicación de la justicia, lo mismo en contra de un conocido empresario hoy prófugo- es muy diferente del ánimo cercano al de una Cruzada del sexenio anterior. Ir tras los “malos” sin prever consecuencias es miope. Evitar que las acciones inyecten el veneno de la suspicacia sobre la actuación del Estado desintoxica. La forma de proceder del Estado mexicano debe ser pulcra. Los costos en la imagen de México por el caso Cassez son inconmensurables. Pero el lenguaje también es gestual y no ha habido errores. Tampoco en lo visual, la manera como se transmiten los hechos a la radio y a la televisión ha sido muy cuidada. Qué comparación con la escena del cuerpo baleado y cubierto de billetes de Arturo Beltrán Leyva después del grotesco operativo que puso a temblar a la mitad de Cuernavaca.
3.- Inteligencia. El operativo de las fuerzas federales fue impecable, coordinación, cero filtraciones y cooperación con la DEA. Mucha más inteligencia y menos balas.
4.- El Presidente. A diferencia del pasado inmediato la figura institucional y personal de Peña Nieto ha sido reservada. Congratula a todos los involucrados pero –hasta ahora- no arropa a su gestión excesivamente en el hecho. Sólo así puede seguir hablando de otros asuntos y romper el círculo vicioso en el cual la Presidencia ponía casi a diario la nota que los medios reproducían hasta asfixiar a la opinión pública. México era monotemático, reducido a la “guerra”.
5.- La burla. La fuga de “El Chapo” se convirtió en un símbolo de burla e impunidad. El Estado mexicano estaba tan infiltrado que la fuga de una prisión de “alta seguridad” se dio acudiendo al conocido recurso de película: escondido en la ropa sucia. Cómo creer en las autoridades si los narcos compran todo, están adentro, son lo mismo. La detención revindica así al Estado mexicano, se dice rápido.
¿Cuál es la estrategia de Peña?, se preguntan algunos. Las diferencias en la forma de proceder son múltiples. No son matices, hay fondo. De seguir por esta ruta podríamos salir de la trampa, de la loca espiral de violencia y también de la degradación en las percepciones internas y externas de lo que ocurre en México. Esa es la meta superior que hoy es evidente.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/reivindicacion-7303.html
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