viernes, 14 de febrero de 2014

Juan Villoro - El Amor, S..A

Profesora de Sociología en la Universidad Hebrea de Jerusalén, Eva Illouz se ha especializado en la forma en que el amor sobrevive en la sociedad contemporánea. Entre sus sugerentes libros se cuentan La salvación del alma moderna y El amor y las contradicciones culturales del capitalismo.

Sus reflexiones se basan en un hecho eminentemente moderno: la concepción de la pareja como una unidad que comparte tareas de reproducción y supervivencia, pero también de complicidad sexual y ocio. No siempre se asumió que los cónyuges deberían conversar, entretenerse y gustarse.





Tener una pareja estable contrasta con los incentivos de la época, tendientes a afirmar la singularidad y la realización personal. En un espléndido ensayo publicado en la revista La maleta de Portbou, Illouz afirma: “La cultura capitalista moderna requiere que se cultive la autonomía [Esto] entra en conflicto con la realidad del amor entendido como dependencia, apego y simbiosis”. La estabilidad opera a contrapelo de una sociedad que fomenta la independencia, la competitividad y la realización del yo. La publicidad y el estatus nos llevan a cambiar de coche y a cuestionar el kilometraje de nuestra pareja.


Cada cierto tiempo, Goethe se sentía amenazado de matrimonio. Esto ocurría en una época en que el amor libre y las relaciones ocasionales no formaban parte de la norma. El autor de Las tribulaciones del joven Werther había ganado prestigio como experto en formas artísticas de morir de amor. Amaba la parte romántica del cortejo, pero temía el desgaste de la rutina. En Las afinidades electivas dio con una fórmula deportiva para resolver el predicamento. Una relación debía plantearse como un partido de tenis a dos de tres sets. La pareja debía fijar un plazo de convivencia y valorar el resultado. Esto permitiría establecer otro plazo. Si el resultado era fantástico, la alianza se consolidaba; si había dudas, venía el set decisivo.
Toda pareja enfrenta dilemas que transforman la relación en una guerra de supervivencia. El enemigo manifiesto es el mundo exterior donde se acaba el papel de baño, no llega el gas y las escuelas castigan por los retardos. El incumplimiento de alguno de estos menesteres transforma la lucha en algo interno. Entonces recuerdas que tu pareja ronca, llegó tardísimo el jueves, se duerme con la tele prendida, no oye lo que le dices y hace mucho que no tiene un detalle contigo.
Rafael Pérez Gay define al psicoanálisis como una actividad para “un grupo ilustrado que encontró en la desdicha los misterios de la felicidad”. Esta frase afortunada y melancólica se aplica sin pérdida a la vida en pareja.
Cuando vemos a un hombre y una mujer llevarse mal con confianza pensamos que están casados. Goethe llegó a decir que casarse era la iniciativa más humana, pues iba contra el instinto natural. Por su parte, Dolly Parton justificó así su participación en un concierto a favor del matrimonio gay: “También ellos tienen derecho a ser infelices”. Rodeado de chistes y frases que lo desaconsejan, el matrimonio sobrevive como la resistente unión de dos personas que no pueden estar separadas ni completamente unidas.
“¿Seguimos necesitando la pareja?”, se pregunta Illouz. Su respuesta es positiva, aunque las razones que ofrece son graves. En su opinión, el matrimonio monogámico ha dejado de ser un baluarte del conservadurismo para transformarse en una zona de resistencia a la sociedad de consumo: “Una pareja es de hecho una proclamación contra la cultura de la elección [...] La pareja opera sobre una economía de la escasez. Por lo tanto, requiere virtudes y un carácter para el que la cultura moderna ya ha dejado de entrenarnos: requiere la capacidad de singularizar al otro, de suspender el cálculo, de tolerar el aburrimiento, de frenar el desarrollo personal, de vivir con una sexualidad (frecuentemente) mediocre, de preferir el compromiso a la inseguridad contractual”. Este párrafo engrandece la unión voluntaria como un gesto heroico, ajeno a los estímulos de la meritocracia. Al mismo tiempo sugiere que el entusiasmo y la vitalidad deben buscarse en otra parte.
Cuando los novios acaban con los protocolos de la boda, dicen: “al fin solos”. Pero el aislamiento no es absoluto. Eva Illouz estudia la forma en que el amor y la pareja son determinados por el entorno. A veces no es el matrimonio lo que fracasa, sino la época.
“Una pareja es una isla”, señala Illouz. Y toda isla necesita un ferry para llegar a la tierra firme. A veces, el problema no surge en la isla sino en el ferry.


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