“Empezamos a amar cuando
dejamos de estar enamorados”.
Erich Fromm
Permítame decirle, señora, que no puedo evitarlo. Mi testosterona se agolpa en el cuerpo y se vuelve efervescente simplemente al verla o al oler sus estrógenos. ¿Significa esto que tenemos química?
Mi corazón late con mayor velocidad; perspiro, aunque no haga calor; mi rostro se sonroja; siento mariposas que me revolotean por el estómago; y sufro cambios en mi anatomía que, por pudor, prefiero no compartir en este espacio. ¿Podría ser amor? ¿O es simplemente un aumento de oxitocina?
No lo sé. Las definiciones del Diccionario de la Real Academia no me ayudan a comprender lo que me pasa: “Amor. 1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. 2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear… 4. m. Tendencia a la unión sexual”. ¿Realmente aclaran algo estas definiciones? No parece que el amor sea el mejor campo de acción de los lexicógrafos.
Pero ¿qué dicen los químicos? Que las sensaciones que tengo cuando me acerco a usted empiezan con la emisión de una dosis de feniletilamina en mi cerebro. Ésta es una especie de anfetamina -que no nos oigan los políticos a los que les gusta prohibir estas sustancias- que hace que se libere en mi cuerpo dopamina, un neurotransmisor que genera una sensación de bienestar y de placer, y norepinefrina, una sustancia similar a la adrenalina que produce un aumento del ritmo cardiaco y excitación.
La feniletilamina también manda la señal para la liberación de otro compuesto de este complejo coctel: la oxitocina, una hormona que tiene funciones muy distintas en los cuerpos de hombres y mujeres dependiendo del momento. La oxitocina, por ejemplo, promueve las contracciones del parto y hace brotar la leche materna, pero también ha generado en mí ese deseo que ha hecho que me acerque peligrosamente a usted.
Como cuando bebo tres martinis, este coctel del enamoramiento me hace perder la cabeza… y no sólo en sentido figurado. Me baja el nivel de serotonina, otro neurotransmisor. Este descenso se registra también en las personas que registran comportamientos obsesivo-compulsivos. O sea que si usted piensa que estoy loco de amor, ésa es la verdad pura y simple. Y, como dice el maestro Armando Manzanero, “usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos”.
Si lograra convencerla de hacer a un lado sus reticencias y me aceptara en un desnudo abrazo de amor, los dos segregaríamos oxitocina. La que surja en el orgasmo nos ayudará a formar lazos emocionales y permitirá que nuestro abrazo no se limite a un solo encuentro. Si llegamos a tener un hijo, la oxitocina y otra hormona llamada vasopresina facilitarán que la relación se mantenga algunos años, suficientes para que el pequeño pueda desarrollarse con dos padres que lo protejan. Pero cuidado porque estas sustancias que ayudan a generar un amor más duradero, suprimen también la dopamina y la norepinefrina, lo cual explica por qué las relaciones de largo plazo pierden con el tiempo el entusiasmo del enamoramiento.
Ya el psicólogo alemán Erich Fromm nos decía en “El arte de amar” de 1956 que una cosa es el enamoramiento, esa sensación intensa que hoy siento por usted, y otra el amor que perdura en una relación que nos permita cuidar a unos hijos varios años. Una química compleja dicta nuestro comportamiento en este primer momento de locura intensa y otra distinta pero contraria nos permite mantenernos juntos, aunque ya no tengamos la intensidad del encuentro inicial.
Pero dejemos de lado la química. ¿Qué dice usted? ¿Juntamos nuestras oxitocinas a ver cómo nos va?
HÉROE SALVADOR
“Salvando a México” es el título del artículo de portada que TIME publicará de Enrique Peña Nieto. La fotografía nos muestra a un verdadero héroe. Claramente una es la visión de fuera y otra la de dentro del País.
Twitter: @SergioSarmiento
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