En las últimas semanas el ya de por si escaso vocabulario de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela por la gracia de Hugo Chávez, se ha limitado hasta el hartazgo a dos palabras: golpe y fascismo. Las protestas estudiantiles del Día de la Juventud (12 de febrero) centradas en pedir la libertad de estudiantes presos y el respeto a la libertad de expresión, han bastado a Maduro para denunciar ante el mundo el golpe fascista que se gesta para derrocar su gobierno. Inmediatamente ha contado con el apoyo de unos cuantos gobiernos asalariados o incondicionales de su régimen porque cojean de la misma pata.
Los herederos de Chávez, que han celebrado con bombos y platillos este 4 de febrero, el 22º aniversario del frustrado golpe militar de su ídolo contra el gobierno legítimo y constitucional de Carlos Andrés Pérez, temen que alguien les aplique la misma medicina. ¿Pero quién o quiénes? ¿Unos estudiantes desarmados? ¿Unos líderes civiles sin acceso a las armas que se necesitan para derrotar a una fuerza armada politizada, cubanizada y supuestamente leal al chavismo? Entonces surgen los comodines: el Imperio yanqui que invadió Panamá para llevarse preso al narcopresidente Manuel Noriega, pero que desde entonces muestra sangre de horchata ante otros dictadores del Continente, y el ex presidente colombiano Álvaro Uribe que si acaso comanda algún grupo armado, debe ser a unos cuantos escoltas a su servicio. Venezuela, según la obsesión discursiva de Maduro, sería el único país del mundo en el que un golpe de Estado es perpetrado por civiles desarmados contra un gobierno que ha invertido muchos billones de dólares en comprar armas de todo tipo y que además del ejército regular, cuenta con milicias armadas y con grupos paramilitares.
Vale la pena detenerse un momento en estos grupos, los Tonton Macout o Camisas Pardas del régimen. Nacieron en tiempos de Hugo Chávez con el mote de “colectivos” y han servido a lo largo de quince años para sembrar terror y caos. Fueron los autores de saqueos e incendios a raíz de la abrupta salida y pronto retorno de Chávez en el sainete golpista de abril de 2002. Han participado con sus motocicletas y armas de fuego, en cada una de las incontables elecciones producidas en Venezuela, para aterrorizar a los electores que hacen filas en los centros de votación. Disparan contra manifestantes pacíficos y aprovechan para cometer desmanes como destrozos y desvalijamientos de automóviles. Maduro les ha hecho un llamado público a deponer las armas, la credibilidad de esa invocación va a la par de la supuesta agresión sufrida por funcionarios chavistas a manos de los estudiantes que manifestaban. Uno de los “agredidos” fue presentado en cadena nacional por el insuficiente Maduro, con un collarín colocado al revés y con una mano que fue aplastada por los malvados estudiantes, pero que por algún milagro del candidato a beato José Gregorio Hernández, podía mover con la agilidad de un prestidigitador. La verdad es que esos colectivos ya no responden a Maduro ni a ningún otro de los títeres manejados desde el más allá por el egregio comandante inmortal. Son grupos delincuentes que actúan por su cuenta y a su antojo. El chavismo creó un monstruo paramilitar que ahora es incapaz de controlar.
Con la esperanza de haber aclarado el tema del golpe que le roba el sueño al presidente Maduro, debemos pasar al del fascismo de sus opositores. Sería interesante que algún curioso de esos que disfrutan en coleccionar records, contara la cantidad de veces que la palabra fascista ha sido pronunciada por el susodicho. Suponemos que para la gran mayoría de los televidentes y radioescuchas venezolanos, fascista debe ser el equivalente a delincuente, mafioso, criminal, golpista, facineroso. No le vamos a exigir a una población cuyo curriculum muestra graves carencias por tres lustros de mediocrización educativa, que tenga noticias ni remotas de lo que fue el fascismo. Veamos algunas características de esa ideología y comparemos: El fascismo clasifica a las personas según su pertenencia a un grupo. Los buenos son quienes están conmigo y los demás son el enemigo. Exacerba sentimientos de miedo y frustración colectiva mediante la violencia, y los desplaza contra un enemigo común, real o imaginario, interior o exterior, que actúa como chivo expiatorio. Utiliza como armas la desinformación, la manipulación del sistema educativo y destruye la voluntad popular transformándola en idolatría por el caudillo. El fascismo es militarista y practica un nacionalismo exacerbado que identifica tierra, pueblo y estado con el partido y su líder.
Por si cabían dudas acerca de la vocación fascista del régimen que Nicolás maduro heredó de Hugo Chávez con fascismo incluido, los últimos acontecimientos la ratifican de manera indubitable: la manipulación mediante la mentira sistemática, difundida en cadenas diarias por el presidente, contrastada con al cerco mediático que sufre la oposición. Los periódicos se han quedado sin papel y ya no circulan o lo hacen de manera muy disminuida. El bloqueo de canales de televisión internacionales como el canal NTN24 de Colombia, las multas, la persecución y las amenazas que han provocado la autocensura de los pocos medios televisivos y radiales que aún están en manos privadas. Venezuela está hoy a oscuras en todos los sentidos: en el literal porque gran parte del país permanece durante horas, diariamente, sin energía eléctrica. En el otro, casi también literal, porque solo una minoría con acceso a Internet y a redes sociales como Twitter, puede estar informada de lo que ocurre en su entorno. Muchos se han quejado de la indiferencia de los países vecinos ante el avance de Maduro hacia una dictadura sin caretas. Nada de extrañar después de ver a todos esos jefes de Estado acudir a La Habana para rendir pleitesía a los hermanos Castro y hacerse la vista gorda con la más anciana y cruel dictadura del continente.
Aún así, Maduro está asustado, sus incesantes cadenas llenas de los lugares comunes en que se han transformado sus insultos, acusaciones y amenazas a la oposición, son evidencia de inseguridad y miedo. Por escasas que sean sus luces, tiene que saber que el peligro no está en unos estudiantes armados con gritos y pancartas ni en una dirigencia opositora sin medios para comunicarse con la gente. El peligro está en una fuerza armada a la que ya no encuentran como halagar pero que en su mayoría sufre como el resto de la población, escasez de alimentos y medicinas, carestía y el acecho del crimen homicida en cada esquina. El peligro está en ese pueblo que hasta ahora ha aceptado con estoicismo, ser la víctima más inmediata de la violencia criminal y del desabastecimiento de productos básicos, pero que puede hartarse en cualquier momento. Ya lo dijo Mao Zedong tan admirado por estos seudocomunistas: una chispa puede incendiar la pradera.
Los herederos de Chávez, que han celebrado con bombos y platillos este 4 de febrero, el 22º aniversario del frustrado golpe militar de su ídolo contra el gobierno legítimo y constitucional de Carlos Andrés Pérez, temen que alguien les aplique la misma medicina. ¿Pero quién o quiénes? ¿Unos estudiantes desarmados? ¿Unos líderes civiles sin acceso a las armas que se necesitan para derrotar a una fuerza armada politizada, cubanizada y supuestamente leal al chavismo? Entonces surgen los comodines: el Imperio yanqui que invadió Panamá para llevarse preso al narcopresidente Manuel Noriega, pero que desde entonces muestra sangre de horchata ante otros dictadores del Continente, y el ex presidente colombiano Álvaro Uribe que si acaso comanda algún grupo armado, debe ser a unos cuantos escoltas a su servicio. Venezuela, según la obsesión discursiva de Maduro, sería el único país del mundo en el que un golpe de Estado es perpetrado por civiles desarmados contra un gobierno que ha invertido muchos billones de dólares en comprar armas de todo tipo y que además del ejército regular, cuenta con milicias armadas y con grupos paramilitares.
Vale la pena detenerse un momento en estos grupos, los Tonton Macout o Camisas Pardas del régimen. Nacieron en tiempos de Hugo Chávez con el mote de “colectivos” y han servido a lo largo de quince años para sembrar terror y caos. Fueron los autores de saqueos e incendios a raíz de la abrupta salida y pronto retorno de Chávez en el sainete golpista de abril de 2002. Han participado con sus motocicletas y armas de fuego, en cada una de las incontables elecciones producidas en Venezuela, para aterrorizar a los electores que hacen filas en los centros de votación. Disparan contra manifestantes pacíficos y aprovechan para cometer desmanes como destrozos y desvalijamientos de automóviles. Maduro les ha hecho un llamado público a deponer las armas, la credibilidad de esa invocación va a la par de la supuesta agresión sufrida por funcionarios chavistas a manos de los estudiantes que manifestaban. Uno de los “agredidos” fue presentado en cadena nacional por el insuficiente Maduro, con un collarín colocado al revés y con una mano que fue aplastada por los malvados estudiantes, pero que por algún milagro del candidato a beato José Gregorio Hernández, podía mover con la agilidad de un prestidigitador. La verdad es que esos colectivos ya no responden a Maduro ni a ningún otro de los títeres manejados desde el más allá por el egregio comandante inmortal. Son grupos delincuentes que actúan por su cuenta y a su antojo. El chavismo creó un monstruo paramilitar que ahora es incapaz de controlar.
Con la esperanza de haber aclarado el tema del golpe que le roba el sueño al presidente Maduro, debemos pasar al del fascismo de sus opositores. Sería interesante que algún curioso de esos que disfrutan en coleccionar records, contara la cantidad de veces que la palabra fascista ha sido pronunciada por el susodicho. Suponemos que para la gran mayoría de los televidentes y radioescuchas venezolanos, fascista debe ser el equivalente a delincuente, mafioso, criminal, golpista, facineroso. No le vamos a exigir a una población cuyo curriculum muestra graves carencias por tres lustros de mediocrización educativa, que tenga noticias ni remotas de lo que fue el fascismo. Veamos algunas características de esa ideología y comparemos: El fascismo clasifica a las personas según su pertenencia a un grupo. Los buenos son quienes están conmigo y los demás son el enemigo. Exacerba sentimientos de miedo y frustración colectiva mediante la violencia, y los desplaza contra un enemigo común, real o imaginario, interior o exterior, que actúa como chivo expiatorio. Utiliza como armas la desinformación, la manipulación del sistema educativo y destruye la voluntad popular transformándola en idolatría por el caudillo. El fascismo es militarista y practica un nacionalismo exacerbado que identifica tierra, pueblo y estado con el partido y su líder.
Por si cabían dudas acerca de la vocación fascista del régimen que Nicolás maduro heredó de Hugo Chávez con fascismo incluido, los últimos acontecimientos la ratifican de manera indubitable: la manipulación mediante la mentira sistemática, difundida en cadenas diarias por el presidente, contrastada con al cerco mediático que sufre la oposición. Los periódicos se han quedado sin papel y ya no circulan o lo hacen de manera muy disminuida. El bloqueo de canales de televisión internacionales como el canal NTN24 de Colombia, las multas, la persecución y las amenazas que han provocado la autocensura de los pocos medios televisivos y radiales que aún están en manos privadas. Venezuela está hoy a oscuras en todos los sentidos: en el literal porque gran parte del país permanece durante horas, diariamente, sin energía eléctrica. En el otro, casi también literal, porque solo una minoría con acceso a Internet y a redes sociales como Twitter, puede estar informada de lo que ocurre en su entorno. Muchos se han quejado de la indiferencia de los países vecinos ante el avance de Maduro hacia una dictadura sin caretas. Nada de extrañar después de ver a todos esos jefes de Estado acudir a La Habana para rendir pleitesía a los hermanos Castro y hacerse la vista gorda con la más anciana y cruel dictadura del continente.
Aún así, Maduro está asustado, sus incesantes cadenas llenas de los lugares comunes en que se han transformado sus insultos, acusaciones y amenazas a la oposición, son evidencia de inseguridad y miedo. Por escasas que sean sus luces, tiene que saber que el peligro no está en unos estudiantes armados con gritos y pancartas ni en una dirigencia opositora sin medios para comunicarse con la gente. El peligro está en una fuerza armada a la que ya no encuentran como halagar pero que en su mayoría sufre como el resto de la población, escasez de alimentos y medicinas, carestía y el acecho del crimen homicida en cada esquina. El peligro está en ese pueblo que hasta ahora ha aceptado con estoicismo, ser la víctima más inmediata de la violencia criminal y del desabastecimiento de productos básicos, pero que puede hartarse en cualquier momento. Ya lo dijo Mao Zedong tan admirado por estos seudocomunistas: una chispa puede incendiar la pradera.
Paulina Gamus fue miembro de la Asamblea Nacional de Venezuela
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