lunes, 10 de marzo de 2014

Jesús Silva-Herzog Márquez - Comprender y convivir

Luis Villoro fue el mejor defensor de la filosofía -aventura y compromiso-, que ha encontrado México. En sus trabajos se muestra la vitalidad de ese empeño intelectual de cuestionar el dogma, de rechazar lo que la herencia impone. Interrogar lo que suele aceptarse sin pregunta. Creía, con Kant, que la filosofía no puede enseñarse: “Sólo se enseña a filosofar”. Es que la filosofía no está en las ideas que solidifican en doctrina. Es lo contrario: un pensamiento disruptivo, un disolvente de las creencias. La filosofía es la razón punzante.

Curiosa tarea: el filósofo lo cuestiona todo sin pretender conocimiento. Aún tras aclarar el reino de los significados, ofreciendo conceptos pulcros para la comprensión, nada dice de los hechos del mundo. No es propiamente una ciencia y tal vez sea su reverso o su conciencia. Por eso Villoro, en su brillante discurso de ingreso a El Colegio Nacional, dijo: “La filosofía propiamente no conoce, piensa”. La filosofía es dinamita para la razón soberbia. No es la memoria de un pensamiento muerto que se reitera en manuales de preparatoria o revistas de académicos. Por el contrario, la filosofía expresa la indocilidad de la inteligencia. La idea incuestionada, el sistema confortable, el prejuicio legitimado por el uso pasan por el ácido de la razón. Enemiga mortal de la doctrina, la filosofía destroza las coartadas del poder. Desde el primer momento ha querido salir de la caverna. Por eso la filosofía rehúye la neutralidad. Debe estar del lado opuesto a esa dominación que siempre encubre su mando.






Abrirse a una nueva comprensión del mundo no es más que el primer paso para vivir de otro modo. A la filosofía, dice Villoro, le corresponde también buscar la “vida buena”. Las pautas para transformar la vida pueden ser muy distintas a lo largo de la historia pero coinciden en dos puntos: implican liberación y autenticidad. Ahí, en su mayor servicio, la filosofía encuentra también su maldición. El pensamiento puede fijarse en fórmulas, degenerar en programa, decretarse como mandato imperativo. Al parecer, el virus de la creencia es congénito a la filosofía. Cuando la política engulle a la filosofía apaga su chispa; la razón ya no conversa, impone. Ya no invita a un cambio de vida, ordena al otro que se sujete a su verdad. La doctrina es filosofía domada. Por eso el verdadero filósofo no deja de formularse preguntas, de interrogar al mundo y de interrogarse a sí mismo.

Hay un destino trágico en la filosofía: nace para cuestionar el dogma y suele encallar en dogma. Si los brebajes de la medicina provocaran periódicamente epidemias letales, la ciencia estaría tan dedicada a romper fórmulas como a descubrirlas. Así la tarea de la filosofía es la perpetua erosión de sus propias certezas. Es que el repelente intelectual de la dominación suele terminar santificándola. Las doctrinas políticas pueden nacer liberadoras y morir opresivas. Ése es el caso del marxismo... y del liberalismo. El liberalismo es, para Villoro, una ideología conformista que ha terminado por encubrir la dominación económica. Los liberales defienden una libertad abstracta mientras ignoran o justifican la exclusión concreta. En la tradición republicana pero, sobre todo, en el comunitarismo de los pueblos indígenas creyó encontrar una alternativa práctica al liberalismo.

Entendió que la izquierda era una postura moral antes que una persuasión doctrinal. Ser de izquierda no era para él suscribir un programa. Ése es, seguramente, el error histórico de la izquierda. Al adherirse apasionadamente a una ideología se volvió intolerante y persecutoria. Quien difiere de la Idea es un traidor, un reaccionario, un tránsfuga. La izquierda de Villoro no iba a la cacería de los infieles. Con sus ideas dio cuerpo una forma abierta, inteligente, sensible y generosa de compromiso político donde no cupiera la inquisición. La izquierda debía comprenderse, ante todo, como una actitud contra la dominación. La izquierda como cuestionamiento, denuncia y práctica; nunca como un credo. Pero no descansa aquí la idea de Villoro. La izquierda es combate de la dominación, no sometimiento del dominador. Para que la dominación termine es indispensable escapar del bárbaro círculo del desprecio y el rencor. Por ello Villoro pidió un paso adicional a la izquierda: el reconocimiento del otro. El proyecto de la no-dominación no debe alimentar una tentación de venganza. La dominación sólo puede terminar cuando reconozcamos, de verdad, al otro.

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Twitter: @jshm00



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