domingo, 23 de marzo de 2014

Jorge Zepeda P - Colosio: propuesta indecorosa

Como en el tema del cáncer, al parecer nunca habrá una investigación que nos deje convencidos sobre el origen del asesinato de Luis Donaldo Colosio o, para el caso, el de John F. Kennedy. Pero en el caso del cáncer po­demos pensar que la ciencia llegará a dilucidar el miste­rio, no así el de los atentados políticos. Siempre habrá res­quicio para mantener latente la hipótesis del complot, pese a la versión oficial de un "ase­sino solitario".

Veinte años después de la muerte de Colosio los mexi­canos siguen divididos entre las dos hipótesis. Desde lue­go la idea del complot tiene mas charme y presupone la existencia de una orquesta­ción malévola desde las altas esferas. Algo que, además, coincide con la manera en que sabemos se definen la mayor parte de los asuntos públicos en nuestro País.



Una y otra vez los pe­riodistas confirmamos que los temas importantes no se resuelven en los recintos parlamentarios y ni siquiera en las oficinas ministeriales, sino en las charlas de sobre­mesa entre las élites en los restaurantes elegantes de Polanco y Las Lomas, en la Ciudad de México.

Y por el contrario, ase­gurar que el responsable fue Aburto, y sólo él, resul­ta anticlimático e ingenuo. Qué un individuo humilde, desequilibrado y sin recur­sos haya vencido al Estado mexicano y trastocado la vida nacional resulta inve­rosímil. Si se tratase de una novela política, la trama se­ría invendible incluso para el lector menos exigente.

Y sin embargo, la vida se da tantas mañas para sor­prendernos que en algún momento he terminado por militar en el segundo grupo de mexicanos. Cualquier no­vela política que recurriera al accidente aéreo dos veces en el mismo sexenio para deshacerse del titular de la Segob (Camilo Mouriño y Francisco Blake) también habría sido tachada de inve­rosímil.

En otras palabras, en determinadas ocasiones el azar y las motivaciones per­sonales suelen jugar un pa­pel decisivo, imponiéndose a las lógicas estructurales. De vez en vez la microhistoria se impone a la macrohisto­ria; los individuos de a pie irrumpen en sus 15 minutos de gloria (o infamia) en la trama monopolizada por los grandes protagonistas na­cionales.

Toda maquinación para perpetrar un atentado po­lítico supone al menos dos elementos. Una trama logís­tica adecuada para asegurar el éxito y una estrategia para evitar que los autores inte­lectuales sean descubiertos. Para ambos fines, la elección de Mario Aburto es absurda.

Hace unos días Sergio Sarmiento hizo un buen re­cuento de las incongruen­cias de una teoría del com­plot que pretenda descansar sobre este autor material. Un joven desequilibrado de 23 años, sin experiencia previa, con una pistola vieja y balas en mal estado, que trabajó su jornada normal y luego acudió a Lomas Tauri­nas preguntando cómo lle­gar y en transporte público porque no tenía para el taxi, que ni siquiera buscó una vía de escape después del atentado.

Si Aburto fue el autor material, la mente diabólica detrás de su plan parecería ser La Paca o equivalente. En resumen, el "protocolo" al que recurrió Aburto tenía muy pocas probabilidades de éxito y todo indica que el azar y una acumulación de circunstancias y fallos pro­vocaron el resto.

Y el segundo factor me parece aún más absurdo. Si alguien va a utilizar a un joven turbado para dar el golpe, ¿cómo asegurar que luego vaya a mantener en se­creto la identidad de los titi­riteros? El asesinato de Lee Oswald horas después de ha­ber sido detenido constituye una probable estrategia para silenciar al instrumento de ejecución. Una de las razo­nes que mantienen vigente la idea de un complot en caso del asesinato de Kennedy. Pero en el caso de Aburto no hay un plan para silenciar­lo. Durante 20 años el ahora no tan joven presidario ha mantenido la versión de su autoría en solitario, aunque cambiando la razón para em­prenderla.

Por lo demás, igual que el común de los mortales no tengo más elementos a favor o en contra para inclinarme por una u otra de las tesis so­bre el asesinato de Colosio. Jesús Blancornelas, funda­dor del semanario Zeta de Tijuana, amigo ya falleci­do, tuvo la oportunidad de hablar con Aburto durante largas horas. Quedó conven­cido de los desequilibrios del joven y la imposibilidad de que en su inestabilidad al­guien hubiera podido ma­nipularlo con algún margen de certeza.

Más allá de eso, optar por una u otra versión se con­vierte en un tema subjetivo y abierto a todos los gustos. Pero me quedo con la idea de que en numerosas ocasiones la historia se escribe por gol­pes anecdóticos o que están más emparentados con el diván sicoanalítico que con las explicaciones raciona­les, el análisis prospectivo o el Excel. Celos y envidias, frustraciones y deseos com­pulsivos de ser amados, auto boicoteos, inclinación a la negación. Digo, por ejemplo, ¿de qué otra manera explicar la administración de Vicente Fox?

Fuente http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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