Enrique Anderson Imbert 1910 - 2000 |
Dodecafonía
Ahora no vienen más: mi fama de inmortal los ha descorazonado. Lo siento. Aquellos juegos entre espadas eran una fiesta. Yo esperaba, más o menos, el mandoble, que a veces se demoraba o se precipitaba; y enseguida sentía que la nueva que me brotaba era como un súbito cambio en mi vida, o que esa continuaba la expresión de la anterior, o que la repetía exactamente.
Gracias a esta expectativa mía en que el retoño era inevitable y, sin embargo, sorprendente, yo me gozaba a mí misma como si fuera música. Tiempo. Puro tiempo. Ahora me aburro; y éstas doce que ves ya no son como notas de una melodía, sino como bostezos en el vacío.
-Has hablado- dijo el visitante- de tu expectativa de cambio, de continuidad y de repetición. Te faltaba aprender a esperar lo mejor de tu melodía, que es la conclusión. ¿Quieres jugar una vez más? Y poniéndose, Heracles blandió su espada
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