domingo, 2 de marzo de 2014

Jorge Zepeda Patterson - La resistencia

O P I N I Ó N
J O R G E  Z E P E D A  P A T T E R S O N
La resistencia

Las rebeliones po­pulares operan de manera misteriosa. El 20 de febrero, 80 personas de una multitud que protestaba en la ahora famosa plaza de Maidan, en Kiev, Ucrania, fueron masa­cradas por francotiradores apostados por el régimen. El día anterior, otras 25 habían muerto a manos de policías vestidos de civil.

En condiciones norma­les, tal represión, categórica y brutal, habría provocado que la gente se encerrase a cal y canto para resguardar­se de la violencia política. Padres que retendrían a sus hijos en sus casas, madres que suplicarían a sus espo­sos pensar primero en la fa­milia. Nada de eso sucedió.

El 21 de febrero, un día después de la masacre, dece­nas de miles de ucranianos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, inundaron la plaza Maidan dispuestos a desa­fiar las balas. Los generales se negaron a seguir dispa­rando a la gente, el dictador huyó del país.






¿Qué es lo que lleva a una comunidad a decir basta? Más aún, qué es lo que deci­de a sus miembros arriesgar la vida en aras de conseguir un cambio?

Nada más contrastante que el clima de Kiev y el de El Cairo, ucranianos y egip­cios pertenecen a universos opuestos por donde se le mire; y sin embargo lo que sucedió en la plaza Tahrir es exactamente lo mismo que sucedió en Maidan. Enormes dosis de heroísmo espontáneo, disposición a la inmolación colectiva, exasperaciones capaces de romper el natural instinto de seguridad que anida en los seres humanos.

Se me dirá, con razón, que detrás de la caída del ré­gimen pro ruso de Yanuko­vych tuvo mucho que ver la presión del Occidente. La negativa de los generales a seguir disparando a la pobla­ción obedece al cálculo de la correlación de fuerzas y a la indignación internacional; sabían que eventualmente podrían ser llamados a res­ponder por los crímenes en contra de la población civil. Pero eso es una lectura ex post.

 Las personas que acudie­ron a Maidan el 21 de febrero lo único que sabían es que el miércoles habían asesinado a 25 personas en ese sitio y a 80 más el jueves. El pro­nóstico para el viernes bien podría haber sido de 200 víctimas adicionales. Y sin embargo acudieron en masa. Y cambiaron las cosas.

Algo muy similar a lo que había sucedido con la sociedad civil en Egipto, en Túnez o en Libia ante regí­menes violentos que siem­pre habían tenido éxito en sofocar toda expresión de descontento.

¿Qué es lo que hace fallar a ese mecanismo de repre­sión que funciona tan bien una y otra vez y mantiene el heroísmo cívico en cuotas marginales e inofensivas? ¿A partir de qué punto de in­flexión esa represión tan efi­caz hasta el día anterior deja de tener resultado y provoca justamente lo contrario? No podemos ignorar que atrás de las experiencias exitosas de Maidan o Tahrir hay mu­chos Tlatelolcos fallidos.

Me pregunto cuánto hay de semejante en lo que está sucediendo en México con las brigadas de autodefensa.

Durante más de una dé­cada los cárteles locales de la droga se fueron adueñan­do de la vida cotidiana de muchos pueblos de la sie­rra y de la Tierra Caliente en Michoacán. Impusieron autoridades municipales y gravaron a las familias con todo tipo de expoliaciones, incluyendo la virginidad de las hijas, los secuestros y la extorsión sistemática a las actividades económicas. La menor expresión de rebeldía fue brutalmente reprimida por la vía expedita de dego­llar al inconforme.

Hoy las guardias autoar­madas han liberado a una buena porción del territo­rio de ese enemigo que hace apenas unos meses parecía invencible. Un cáncer deve­nido en metástasis frente al cual ni siquiera el Ejército había podido hacer mella.

Por supuesto que detrás de la emergencia popular se esconden muchas agendas, impulsos oscuros y una mi­ríada de intereses. Sucedió en Egipto y está sucediendo en Ucrania o en las sierras michoacanas. El derroca­miento de un orden estable­cido, así sea pernicioso, en­traña siempre la apertura de una caja de pandora, un río revuelto que prohíja abusos y oportunistas del caos.

Y no obstante, tengo la impresión de que esas irrup­ciones del subsuelo son mo­mentos extraordinarios de la historia. Extraordinarios por ser infrecuentes e igual­mente admirables. Breves interrupciones pero con im­pactos telúricos, de hombres y mujeres de a pie en contra del monopolio de la escena pública por parte de las éli­tes de siempre.

Tras la marea regresarán los profesionales de la políti­ca a tejer urdimbres y a cons­truir las maquinaciones de todos los días. Pero, una vez más, quedará la sensación de que a veces, por razones más emparentadas con el azar que con la ciencia, los ciudadanos no renuncian del todo a convertirse en protagonistas de su propia historia.

@jorgezepedapwww.jorgezepeda.net

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104


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