"Que el PRI no sea agencia política del gobierno, sino agente político de la sociedad", es la convicción de César Camacho.
Al menos, así interpretó el dirigente tricolor el pensamiento de Octavio Paz, cuando éste estableció (1994) que "la democracia plena sólo será posible cuando el vínculo entre el gobierno y el partido se invierte; quiero decir: cuando el PRI deje de ser el partido del poder y se convierta en un partido en el poder".
La cita y la interpretación del nobel mexicano tuvieron lugar en el homenaje que el tricolor rindió al pensador hace un par de días y, lo que sea de cada quien, resultaron bastante lucidoras. La cosa está en que entre el discurso y la práctica política hay una distancia enorme.
Hoy, sin embargo, Camacho está
ante una oportunidad de oro para cerrar en algo esa distancia. Le basta con poner la basura en su lugar, o sea, expulsar al hoy presidente con licencia del PRI en el Distrito Federal, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, del partido. Si la convicción es pintar la raya frente a conductas que pervierten, corrompen y denigran la política a costa de expoliar a la ciudadanía, la ocasión está ni mandada hacer.
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El desafío planteado no pretende poner contra la pared a César Camacho, cuadro tricolor respetable, como tampoco cebarse sobre Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, que encarna la más grotesca y abominable expresión del abuso del poder. Quiere, eso sí, subrayar que si la élite política no frena la degradación de su oficio y lo reivindica como instrumento
de acuerdo y convivencia civilizada, cualquier otra empresa para reponer el horizonte nacional saldrá sobrando.
De nada servirá contar con marcos jurídicos adecuados a la necesidad si el reino de la conducta lo domina el cinismo, la corrupción, la perversión y la denigración de quienes, en el más amplio sentido, llevan las riendas del país. En la conducta y la cultura, no en la ley, radica la frustración de las posibilidades del cambio con mejora.
Si del Senado se puede hacer salón de fiestas; de la promoción del voto, juego del hambre con despensa o, la última novedad, show de strippers frente a la clientela local; de la distribución de partidas presupuestales, institucionalización del moche; del voto de los legisladores, pagaré de voluntades; del presupuesto de un municipio
o un estado, fuente de riqueza personal o beca eterna; de la licitación de contratos públicos, caja de ahorro particular; del cargo público, plataforma para la consultoría o gestoría privada, saldrán sobrando leyes y discursos, así estén bien o mal escritos.
La corrupción y la perversión políticas, prácticas generalizadas en los partidos, están llevando al traste la aspiración de ver a estos, recitando a Camacho, como agentes políticos de la sociedad. Hoy, los ciudadanos organizados que no se dejan, que se atreven a participar en la política, la practican a pesar de los partidos, no gracias a ellos.
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En el rubro de la perversión y corrupción, los partidos no marcan diferencia. Tanto las practican que, de la solidaridad entre ellos,
han pasado a la complicidad: no te denuncio, siempre y cuando tú hagas lo mismo, y ambos disfrutemos de ellas, en nuestro estatus y nivel. Esa pluralidad es unidad frente al robo, el saqueo, el despilfarro o el abuso cometido desde el poder grande o chico. Un botín para todos, todos para un botín... sin importar si éste se cifra en dinero, personas, programas, diezmos, desvíos, contratos...
Ni el PRI ni el PRD se interesan por los moches del PAN. El PAN nada dice de la explotación sexual del personal del PRI en el Distrito Federal. El PRI se desinteresa por las transas del PRD en Coyoacán y, obviamente, al interior de los partidos, son contadísimas las voces que alertan, con honestidad, cuando algún correligionario incurre en abusos o delitos. Reina el cinismo sobre el civismo.
Lo peor de esa conducta de la élite
política, propia de cómplices o de criminales con espíritu de cuerpo, es el pretexto que deslizan para tolerar, entre sí, sus tropelías. Son tres los pretextos. Unos argumentan que en razón del interés nacional -léase las reformas estructurales-, ni con el pétalo de la denuncia pública, muchos menos de la judicial, hay que irritar al cómplice y aliado. Otros arguyen no proceder políticamente contra el corrupto o el abusivo de tal o cual partido porque primero está el Estado de derecho y hasta que concluya la correspondiente averiguación previa, que nunca pasa de ser previa, se pueden aplicar las sanciones del partido. Y por último, pero no al último, está el pretexto de primero ir por los criminales de a de veras, o sea, quienes sin credencial actualizada les disputan el
mercado del abuso o el delito.
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De ahí, la urgencia e importancia de que algún dirigente político o partidista rompa ese pacto de silencio y complicidad hacia adentro o hacia fuera de su organización y, aun a costa del sacrificio de uno de los suyos, recupere autoridad y credibilidad frente a la ciudadanía, reivindique la política y salga del circulo vicioso que hunde al país, con o sin reformas de por medio.
Hoy, César Camacho tiene la oportunidad. No tiene la palabra en tanto que ya la pronunció al insertar como convicción priista el pensamiento pacista, pero tiene la acción. Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre se hizo de la presidencia del PRI capitalino, unos cuantos días después de que el propio Camacho tomó la presidencia del PRI nacional. Se
entiende que, cuando Gutiérrez se alzó con el mando tricolor en el Distrito Federal, Camacho apenas se sentaba en su silla pero, ahora, si el mexiquense pretende hacer de su partido un agente político de la sociedad, debe poner la basura en su lugar.
La conducta de Gutiérrez de la Torre -el abuso del poder, descargado en la explotación del cuerpo de una mujer- expuesta hace unos días por una reportera del noticiario de Carmen Aristegui y hace 11 años por Reforma, no puede tomar por sorpresa a César Camacho, menos cuando manifiesta el afán de reconciliar al PRI con la ciudadanía.
sobreaviso12@gmail.com
Leído en http://plazadearmas.com.mx/rene-delgado-76#more-494558
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