viernes, 9 de mayo de 2014

Juan Villoro - Cuauhtémoc

Lo mejor del PRD es el logotipo diseñado por Rafael López Castro. Aparte de eso, el "sol azteca" está nublado.

En la política mexicana la autocrítica es un bien escaso. De ahí la relevancia del discurso de Cuauhtémoc Cárdenas con motivo de los 25 años del PRD. Su diagnóstico de la crisis de la izquierda es certero y su llamado a mantener la radicalidad del partido, evitando que los principios se diluyan en nombre de los pactos, es un manual de supervivencia para una formación política amenazada con transformarse en comparsa del poder. Si el PRD baila al son del PRI, de poco sirve que de vez en cuando le dé un pisotón.

El ingeniero Cárdenas cumplió 80 años dando muestras de vitalidad. Se le llama "líder moral" de la izquierda para señalar que influye sin tener un cargo. La expresión se ha vuelto cada vez más literal: es un líder ético. Más allá de las diferencias que se puedan tener con él, se trata de alguien íntegro, récord difícil de igualar para quien ha sido subsecretario, gobernador, jefe de Gobierno y tres veces candidato a la Presidencia.







Desde su primera infancia, parecía destinado a la historia patria. Fue el primer bebé que vivió en Los Pinos. Poco después, en el Jardín de Niños Brígida Alfaro, conoció a Porfirio Muñoz Ledo, con quien muchos años después fundaría la Corriente Democrática del PRI.

Respetuoso de las instituciones a un grado que a veces desespera a sus seguidores, Cárdenas también ha ejercido los favores de la discrepancia. Baste recordar el momento en que llamó a renovar desde dentro el partido oficial. Su llamado cayó en el silencio, como si ocurriera en las tierras sin viento de la luna.

Ni siquiera con la pérdida del poder en las elecciones del año 2000, el PRI se sometió a una transformación interna. En 2012 volvió a la Presidencia sin pasar por la autocrítica.

Hijo del mandatario más decisivo del siglo XX mexicano, Cuauhtémoc no vivió a la sombra del general. Como subsecretario de Agricultura y gobernador de Michoacán apuntaba a convertirse en un eficaz hombre del sistema. Su salida del PRI cambió esta ecuación, pero también suscitó desconfianzas. Quienes militábamos en partidos radicales pensamos que su protesta tendría poco recorrido.

Pero el vendaval retórico de Muñoz Ledo y el carisma de Cárdenas (la fuerza tranquila del que sabe escuchar y desconoce los arrebatos) llevaron a la construcción del Frente Democrático Nacional, oportunidad inédita para las izquierdas. La estatua del último emperador azteca cambió de signo; al pasar ante ella en Reforma, los manifestantes gritábamos: "¡Cuauhtémoc- Cuauhtémoc!".

La quema de las boletas de la elección de 1988, a la que contribuyó un supuesto opositor, Diego Fernández de Ceballos, impedirá conocer el desenlace de la jornada en la que "se cayó el sistema" cuando la voluntad popular favorecía a Cárdenas.

Para no volcar al país en la violencia, el ingeniero actuó con responsabilidad, sin deponer su postura crítica. Esta actitud debería haber bastado para que el agravio cometido en su contra se reparara en la siguiente elección. Pero el México de 1994 llegó a las urnas después del asesinato de Luis Donaldo Colosio y el levantamiento zapatista. En ese clima se impuso el voto del miedo.

Tres años después, en las primeras elecciones para jefe de Gobierno del Distrito Federal, nos llevó a un desconcierto difícil de creer: incluso nosotros podíamos ganar.

Desde entonces, el Distrito Federal ha sido la única entidad donde la izquierda ha gobernado de manera estable. Las bases de esa gestión se sentaron con Cárdenas.

Los debates no han sido el recurso fuerte de un político que prefiere el razonamiento dilatado de los discursos y que rara vez habla de algo que desconoce ("no lo sé, voy a informarme", dice con sinceridad, para desconcierto de los periodistas). En su tercer acto como candidato presidencial se topó con un populista de derecha, de innegable carisma, que usaba botas vaqueras para patear ataúdes de cartón con el emblema del PRI. El ranchero impetuoso que prometía sacar a las tepocatas, las víboras negras y otros bichos del presupuesto, parecía más radical que el ingeniero. Pero el jaripeo de Fox terminó al llegar a Los Pinos, donde su sombrero y su rebeldía quedaron colgados de una percha. Hoy Cuauhtémoc lucha por el cambio que no llegó con el PAN.

A los 80 años, representa algo que rara vez se asocia con la política. El papel de Cuauhtémoc Cárdenas como personaje histórico está fuera de duda. Lo excepcional es que lo haya ejercido sin dejar de ser algo de mayor valía: un hombre digno.
Leído en Reforma

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