Nunca como ahora se hace tan evidente la posibilidad de expresar la solidaridad, pero también el odio, el racismo, el resentimiento y el desprecio a las y los demás. Gracias a Internet y a las redes sociales millones de personas han comprendido que pueden romper la barrera de la educación, de los límites éticos y que, bajo la máscara del anonimato, son capaces de descalificar, amenazar o atacar a quien les plazca. ¿Es cierto que la pantalla les impide asumir el riesgo emocional de expresar odio o ira? ¿qué sucede con la salud emocional de quienes pasan varias horas del día entregando expresiones violentas en la red? ¿y con quienes la usan para ocuparse de mejorar el mundo?
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