EMPATÍA
Y en los sistemas oligárquicos, como el nuestro, ¿cómo le hacen los de arriba para entender a los de abajo? Se puede echar mano de dos clásicos, uno sociólogo y otro novelista como introducción al tema: "No se necesita ser César para entender a César", propuso Max Weber; "Los ricos son diferentes de ti y de mí", aseguró Scott Fitzgerald.
De la primera afirmación resulta que es posible entender lo que motiva la acción de otro si uno se adentra en el conocimiento de sus circunstancias, pero el autor de El gran Gatsby lo duda. En The rich boy, Fitzgerald es contundente: "a menos que hayas nacido rico, es muy difícil que entiendas [la manera de ser de los ricos]".
Como sugieren estos dos autores, el asunto de la empatía es complicado. Según Weber,
a los poderosos como César quizá se les puede comprender poniéndose en su lugar, aunque realmente nunca se podrá estar absolutamente cierto sobre qué los motivó a tomar las decisiones que tomaron. Hasta aquí, todo pareciera marchar con la debida ambigüedad en la medida que el objetivo es ver desde fuera al César, aunque Fitzgerald supone que, en relación con el poder que da la riqueza, lo propuesto por Weber no funciona; que en ese caso la empatía opera horizontalmente: sólo un rico puede realmente entender a otro rico. Y el asunto se complica más si se invierten los términos, es decir, si nos preguntamos si alguien con poder o riqueza puede entender a los que carecen de esos atributos. Mariano Azuela, por ejemplo, desde la clase media intentó en una novela entender a "Los de abajo", aunque
finalmente es imposible saber si el personaje central, Demetrio Macías, aprobaría al autor.
· ¿Y SI EL RICO O PODEROSO ES EFECTIVAMENTE DIFERENTE?
Acaba de aparecer un estudio donde se ahonda en este tema por vía de experimentos, y resulta que en caso de que una persona con poder intentase ponerse en el lugar de otro, es muy probable que no pudiera hacerlo, aunque sí es factible y común la situación contraria: que alguien sin poder puede ponerse en el lugar de otro. Esta es la forma como dos neurocientíficos resumen la situación: "Los estudios muestran de manera repetida que los participantes [en el experimento] que están en posiciones altas de poder (o que temporalmente se les induce a sentir como si estuvieran ahí) son menos capaces de adoptar las perspectivas visuales, cognitivas o emocionales
de otras personas si se les compara con [las capacidades] de los participantes sin poder (o de quienes se les hace sentir que no lo tienen)" (Michael Inzlicht y Sukhwinder Obhi, The New York Times, julio 25).
Dicho estudio, publicado en el Journal of Experimental Psychology, mostró que los cambios en el cerebro de los que se sentían poderosos simplemente "no resonaron" frente a las acciones de otros. En contraste, los cerebros de aquellos que no tenían o no creían tener poder resonaban bastante, tenían capacidad de empatía. Y la conclusión es tan simple como contundente: "a nivel neurológico, los poderosos, por default, no están motivados a interesarse por los demás", aunque Inzlicht y Obhi advierten que, al menos en teoría, la insensibilidad "natural" de los superiores pudiera llegar a modificarse. Claro
que los autores también aceptan, como explicación complementaria, la más simple y brutal de Susan Fiske, psicóloga de la Universidad de Princeton: "La gente con poder no pone mucha atención en los otros porque no los necesita para tener acceso a los recursos que les importan pues, como personas con poder, ya tienen el acceso que necesitan".
· LAS IMPLICACIONES POLÍTICAS
Sea porque su cerebro es menos capaz de mostrar empatía o porque objetivamente no necesitan a los demás, el problema es que, en política, son las minorías con poder las que toman las grandes decisiones que afectan a todos, pero al tomarlas o no quieren o no pueden ponerse en el lugar de la mayoría. Si la falla en la capacidad de empatía de los poderosos causa problemas en sistemas autoritarios -lo constató Nerón
en el año 64 cuando el pueblo creyó que su emperador, insensible a su situación, había mandado incendiar su ciudad (Roma) simplemente porque no le gustaba-, el inconveniente aumenta en sistemas democráticos o que pretenden pasar por tales. En efecto, hoy se supone que la mayoría elige a quienes ejercen el poder y los vuelve poderosos justamente para que tengan y mantengan empatía con los electores, para que se pongan en su lugar y defiendan sus intereses.
· CONCLUSIÓN
Si Inzlicht, Obhi o Fiske están en lo cierto, la representación política democrática será siempre y en cualquier parte un problema, pero más aún en el caso de sistemas con muchos rasgos autoritarios, oligárquicos e invadidos por la corrupción, como el mexicano. Aquí, la élite
política ya nace y vive en ambientes muy alejados del ciudadano común y los poderosos económicos están concentrando riqueza a un ritmo que los aleja del mexicano común a velocidades siderales. En fin, quizá podamos entender a César, pero ¿quiere o puede César entender a aquellos sobre los que ejerce su poder?
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Leído en http://periodicocorreo.com.mx/agenda-ciudadana-2/
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