martes, 26 de agosto de 2014

Carmen Boullosa - Una casa: el Carrillo Gil

Hace unos días, la periodista Myrna Martínez me decía que La Maga –la musa que zumba en la novela Rayuela de Cortázar-, fue el modelo para mi generación, y me preguntaba por qué, dando por hecho que para mí también.

Lo cierto es que yo nunca quise ser La Maga. Jamás. Cortázar fue mi adoración – hasta que dejó de serlo, cuando digerí su El libro de Manuel, un espejo manipulado de Rayuela que deseaba ser panfleto-. Tampoco quise imitar al autor de Rayuela, nada me quedó más lejos, aunque lo admirara, aunque yo quisiera ser escritora; ser un argentino de dos metros de alto y juventud perpetua no estuvo en mi lista de deseos. Lo que contesté a la entrevistadora fue que, si yo hubiese tenido un modelo y conocido la obra consolidada de Jaime López, yo habría querido ser él. Un poeta como él, con humor, con escenarios varios, y con guitarra.









Pero yo no quería ser nadie. Tuve muchos deseos –y uno muy empecinado: ser escritora-, pero nunca un “modelo” a imitar. Puedo conjeturar que a mis quince no quería ser otra, porque tampoco deseaba ser quien era. Mi infancia fue dichosa, pero mi adolescencia y primera juventud miserables. Porque murieron mi mamá y mi hermana, y la amiga más querida de mi mamá, y sobre todo por actos voluntarios de adultos que no tenían que ver con el destino –un accidente, una enfermedad invisibles- sino con sus neurosis, debilidades e impotencias. Involuntariamente, mi papá me hizo muy infeliz. Voluntariamente, su nueva esposa hizo cuanto estuvo en sus manos, todo lo que pudo, por robarnos la felicidad, y procuró lo que le dieron sus artes por demolernos.
Supe sentir admiración por otros. Por ejemplo, por la joven Lauren Bacall de las películas “viejas”, pero ni de asomo quise imitarla. Más me habría gustado parecerme a un hippie andrógino. Tampoco me empecinaba en hacerme de un “estilo” propio.


Mi intimidad era una región salvaje a la que yo no intentaba gobernar ni dominar, sólo quería apropiármela. Quería no ser una extranjera de mí misma, no vivir el último exilio (el de mi propia persona), y eso no fue fácil. Estaba enfrascada en una lucha íntima por encontrar un espacio vital. El mandato que apoyaba el “poder” más cercano daba una orden: eliminarme. Yo quería vivir.
En medio de esta lucha, hubo luces e iluminaciones. Las iluminaciones eran lo que otros llamarían “inspiración”, de eso tenía yo para dar y repartir, me llovían iluminaciones. Las luces veían del medio más ancho al de la familia primera –otras de la cola histórica de mi papá: antes había sido amoroso, cuando su anterior vida con mi mamá-, mi tío Gustavo -mi luz-, mis amigas, algunas de sus mamás y las mentoras en el círculo escolar (Gabriela Raynal). Poco después Huberto Bátis. Y la ciudad. En un espacio citadino apareció, como de la nada, de pronto a la izquierda de donde pasara el tranvía que me llevaba a las citas con mi primer sicoanalista y a las clases en que me colaba de oyente en la UNAM, el Museo Carrillo Gil.

Lo recorrí muchas veces, de arriba a abajo, gozando de las virtudes de un museo que se podía ver de una sentada, seleccionado con inteligencia, con voluntad explícita y buena mano. Adquirí en el MACG una herencia que, vía los ojos, me dio un hogar mayor.

La ciudad cambiaba a grandes pasos. Llegaron los Ejes Viales, me hacía más difícil encontrar un espacio habitable. Pero de la mano del MACG se había abierto una puerta. El MACG fue mi casa.
Este domingo cerró la exposición de unos borradores que, sobre los borradores de un pintor fotorrealista neoyorkino (Robert Neffson), hice hace más de una década. En el Gabinete de tinta y papel del MACG, Guillermo Santamarina curó la exposición. Las piezas – de hechura lúdica - fueron el pretexto para, con unos borradores manuscritos sobre éstos, reflexionar sobre las dos culturas antípodas (que lo son, la norteamericana y la mexicana), y sobre otros temas, sólo bordando en sus márgenes. Con esa exposición, volví a mi casa. Fue un regalo estar ahí, les doy las gracias, así como a quienes (generosos con su tiempo) la visitaron. Gracias.



Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/una-casa-el-carrillo-gil-11394.HTML


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