Por el protocolo, los aplausos, el eco mediático, el discurso, su tono y contenido, los anuncios espectaculares, la concurrencia, los abrazos y la escenografía, el Segundo Informe de Enrique Peña Nieto fue una reedición de los de Luis Echeverría, José López Portillo y/o Carlos Salinas de Gortari, aunque con el formato (entre amigos) y la locación (fuera de la Cámara de Diputados) que le heredaron los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, expulsados desde 2006 de la máxima tribuna republicana del País.
El ritual y la adoración de una imagen vienen de aquellos sexenios populistas, pero ahora se reciclan en un cuerpo neoliberal. Hay en ello una contradicción, pero así es, lo peor del tricolor en dos tiempos: el fasto populista de antaño, incuestionable y proclive a la adulación, protagonizado ahora por un Gobierno genéticamente neoliberal.
Pero aún en la contradicción puede encontrarse cierta lógica: las de las expresiones de un PRI que regresó al poder con todo y lo que el historiador Enrique Krauze caracterizó como la “Presidencia Imperial”.
La transmisión televisiva, que extraoficialmente encadenó a los canales 2, 4, 11 y 13, lo mostró claramente: El Presidente sale de su despacho en Palacio Nacional con la banda terciada, camina rápido, como con prisa por los majestuosos pasillos del Salón Embajadores, desciende por la escalinata que arropa la historia plasmada en los murales de Diego Rivera y llega al Patio Central en medio de una ovación atronadora. Su paso y su prisa siempre flanqueados por cadetes del Colegio Militar. Sólo él, sin permitir brillo alguno a cualquiera de los otros mil 500 políticos e invitados ahí presentes, a los que va a rendir cuentas.
Pompa y circunstancia que el personaje único del evento atenúa con el saludo a los presidentes de las Cámaras de Diputados y Senadores, los perredistas Silvano Auroles y Miguel Barbosa. Y el comentario de lo valioso que sean dos legisladores de la izquierda los que conduzcan ahora a la máxima representación nacional, como clara expresión —dijo— de nuestra “normalidad democrática” y la raigambre republicana de las instituciones. Y sí, ahí estaba esa izquierda electoral, la del PRD, que lo acompañó en el Pacto y que aprobó las hoy festinadas reformas, sabedora de que en ellas estaba la energética que ahora se afana en echar para atrás.
Pero sobre las tenues expresiones republicanas sobresalía el fasto del formato clásico, las repetidas interrupciones con frenéticos aplausos, tan aduladores como interesados. Eso no se vio el año pasado en Los Pinos, cuando el Primer Informe. Pero ahora había “logros históricos” que cacarear: “once reformas transformadoras en 20 meses”.
Y si algo habría que reconocerle al Gobierno de Peña Nieto es precisamente eso: que sacó un paquete de reformas que modifica radicalmente fundamentos jurídicos del proyecto nacional, mediante el quehacer político y su activismo hiperactivo, mediante una interlocución con las cúpulas del poder, no con el ciudadano común que, según los más recientes sondeos, no está de acuerdo con muchos de esos cambios y quiere ser consultado sobre el futuro de su petróleo.
Peña Nieto y el grupo político del que es parte; el PRI, su partido; el PAN, que reclama la paternidad de las reformas; y el PRD claudicante de Los Chuchos, tienen en efecto mucho que celebrar. Lograron esas reformas que son muy buenas para ellos y para los intereses que representan, para el gran capital, para las petroleras transnacionales.
Reformas que coronan un proyecto de nación delineado hace 30 años sustentado hoy en el argumento de que ahora sí se dejó de hacer lo mismo que se hizo durante tres décadas y que nos llevó a los mismos resultados, cuando, visto con detenimiento, sólo se profundizó en lo mismo que se ha hecho y que, segura y finalmente, nos llevará a los mismos resultados de siempre.
Dijo el Presidente que la violencia disminuye, que serán mejores los programas sociales (Oportunidades cambiará a Prospera), que las reformas son para que crezca más la economía y haya más y mejores empleos y que, en suma, todo va muy bien. Y para muestra un emblemático botón: se construirá un nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México, la mayor obra de infraestructura en años.
Después, los aplausos, los saludos, los espaldarazos, las fotos, porque todo va muy bien, y si no… peor para la realidad, esa en la que los analistas del sector privado consultados por el Banxico volvieron a bajar, ahora de 2.56% a 2.47%, su pronóstico de crecimiento económico para este 2014. A la falta de reformas culparon los neoliberales de estas tres décadas de casi nulo crecimiento. Ahora ahí están, se acabó el pretexto
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/regreso-el-dia-del-presidente-11587.HTML
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