jueves, 25 de septiembre de 2014

Raymundo Riva Palacio - Narcoperiodistas (II)

En febrero de 1978, Roberto Martínez Montenegro, que escribía la columna “Escaramuzas” para el periódico El Noroeste, y era corresponsal de Excélsior en Culiacán, fue asesinado a balazos. El reportero Francisco Arizmendi, en aquél  entonces ayudante de Martínez Montenegro, narró a Carlos Moncada cuando preparaba su libro “Periodistas Asesinados” –publicado en 1991-, el entorno de violencia que vivían en aquella época, donde los periodistas tenían que andar armados. Según Arizmendi, siempre creyó que Martínez Montenegro estaba en convivencia con policías judiciales que trabajaban para el narcotráfico. Fue el primer periodista que se tenga registrado, asesinado por presuntos vínculos con el crimen organizado.


Mucha sangre ha corrido en México desde entonces. Periodistas acribillados por lo que sabían o quizás pensaban publicar, como Manuel Buendía en 1984, el columnista político más importante en los últimos 50 años, asesinado a la hora del crepúsculo para mostrar fuerza e inyectar terror a sus colegas, o quienes sólo el destino impidió que murieran en un ataque salvaje, como Jesús Blancornelas, en 1997, cuyo chofer lo protegió de más de 100 disparos con AK-47. La prensa fue acallada en el primer quinquenio de este siglo por las balas del narcotráfico, mientras que comenzaba la lista de periodistas muertos, algunos de ellos, por haber tomado partido por uno de los cárteles hace tiempo en conflicto.









Un video difundido este lunes por Carmen Aristegui en su noticiero de radio en MVS Noticias, dibuja claramente por primera vez lo que ha sido una percepción acicalada, ante la falta de confirmación, sobre el papel que por años han jugado varios periodistas en la guerra del narcotráfico, donde no sirven a sus empresas, ni a su profesión, ni a la sociedad, sino que están al servicio de los criminales.


Sin prejuzgar a nadie, en el video aparecen Eliseo Caballero, ex corresponsal de Televisa en Michoacán, y José Luis Díaz Pérez, dueño de la agencia Esquema, en diálogo abierto con Servando Gómez Martínez, “La Tuta”, jefe de Los Caballeros Templarios. Ambos negaron tener vínculos con él, y explicaron que acudieron a su encuentro porque no había manera de decir que no. Pidieron y recibieron dinero, pero los dos dijeron que el video estaba editado. Caballero le dio consejos sobre cómo manejar a la prensa, pero aseguró que no tenía opción. Los periodistas nunca dieron cuenta de esa reunión a las autoridades. Si no por comisión, cuando menos por omisión han resultado irreversiblemente afectados.


Lo periodistas tienen el derecho a defenderse, y la PGR debe demostrar si son responsables de asociación delictuosa, o deslindarlos si se prueba que actuaron bajo coerción. Si fuera este el caso, no sería algo inédito en los medios mexicanos. Periodistas de medios influyentes trabajaron como jefes de prensa de criminales, como Amado Carrillo, el asesinado jefe del Cártel de Juárez, y llegaron a jugar el papel de intermediarios o mensajeros de la muerte. Es parte de una larga historia del narcoperiodismo en México, que ha tenido sus momentos de clímax y oscurantismo.


En 1993, el entonces procurador general Jorge Carpizo, reveló los  avances de tres de seis averiguaciones previas de periodistas presuntamente vinculados con el narcotráfico. Entre ellas se encontraba la de un intelectual muy cercano al ex presidente Luis Echeverría, que llevó alrededor de 250 mil dólares de la época envueltos en una bolsa de papel al periódico La Jornada, como una aportación para que instalara su planta de impresión en Guadalajara. El entonces director del diario, Carlos Payán, rechazó el ofrecimiento. El caso global se llamó genéricamente “los narcoperiodistas”, y la presión de los medios hizo recular al gobierno de Carlos Salinas.


En aquellos tiempos, narcotráfico y periodistas doblegaron al gobierno. En los tres siguientes sexenios, nadie se metió con la prensa, salvo los cárteles de las drogas. A quienes no compraron, intimidaron. A quien los enfrentó sin miedo, los mataron. Un ejemplo fue Miguel Ángel Villagómez Valle, dueño del periódico La Noticia de Michoacán, el más importante en la región de Lázaro Cárdenas, al sur del estado, asesinado en 2008. Lo que hace muy distinto el caso de Villagómez Valle a muchos otros, es que hay evidencias de que quienes lo entregaron a la entonces vigente Familia Michoacana, fueron colegas de otros medios, molestos e inconformes por su integridad. No ha sido el único que por recto, sufre. Amenazas directas de periodistas vinculados a los cárteles han sido vertidas contra quienes investigan ataques a la prensa en Michoacán, o los que no han querido participar de las actividades delictivas.


La historia del narcoperiodismo en México es muy larga y abundante en información sobre actos de honestidad o de corrupción, complicidades y servilismo. Dinero y poder ha sido el nombre de este juego que hace casi dos décadas Carpizo quiso acabar y no pudo. Una generación después hay nuevos intentos de hacerlo en el microcosmos que significa Michoacán, donde están trazados todos los momentos de este fenómeno, que empezó con amenazas, siguió con colusión, asesinatos, subordinación y, hoy en día, con la participación directa de periodistas con criminales, donde ya no son parte del problema, sino el problema mismo.


rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa




. Pero igualmente ha habido casos opuestos, que pusieron su vida en la línea al rechazar ser incluidos en sus nóminas, como sucedió con Ignacio Rodríguez Reyna, director de la revista Emeequis en la ciudad de México, que le dijo “no” a Carrillo, “El Señor de los Cielos”.
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