sábado, 25 de octubre de 2014

Manuel Espino - Entre el México bárbaro y la visión diplomática

Uno de los mayores desastres para la imagen de paz, estabilidad y progreso proyectada internacionalmente por el régimen de Porfirio Díaz fue la publicación en Estados Unidos del libro México Bárbaro. Corría el año de 1908 y el periodista John Kenneth Turner reveló la realidad de violencia, esclavitud y desigualdad que el régimen maquillaba.

Esa misma historia se ha venido repitiendo con diferentes actores a lo largo de todo el siglo XX y hasta la actualidad. Ahí está el estallido de violencia en Chiapas en 1994 que desbarató el teatro montado por Carlos Salinas en su afán globalizador. Lo mismo se puede decir de la masacre de San Fernando, Tamaulipas, que acabo de posicionar al México de Felipe Calderón como uno de los países más violentos del mundo.








Y si la obra se repite, aunque sean diferentes los actores, se debe a que no se trata de un tema de gobiernos, sino del Estado; no de partidos, sino de factores culturales; tampoco de ideologías sino de falta de concertación e incapacidad para el diálogo.


Igualmente se repite la reacción de los gobiernos: minimizar los hechos, instruir al cuerpo diplomático para “reforzar” sus tareas de difusión de lo que “realmente” es México y convencer a los inversionistas extranjeros de que vivimos en paz. Durante los cuatro últimos sexenios hemos visto, palabras más, palabras menos, esa misma situación.

Hoy, ante las declaraciones del bloque de los embajadores de la Unión Europea destacados en México (quienes calificaron como “actos de barbarie” las recientes tragedias) y el gran eco internacional que han tenido las protestas por la desaparición de 43 estudiantes en Guerrero, no hay que caer en la tentación de recurrir a las gastadas recetas de ordenar a los diplomáticos mexicanos que presenten una visión insostenible de lo que es México. Se trata de una reacción que una y otra vez ha probado su inutilidad.

Un cambio positivo sería reconocer que hay retos extremadamente arduos, a la vez que se muestra a la comunidad de países una ruta crítica y un plan realista para superarlos, involucrando lo más posible a la sociedad mexicana y a organismos internacionales, con transparencia y honestidad.
Es iluso creer que se puede tapar la violencia con un dedo, construyendo una fachada turística y publicitaria destinada únicamente a atraer inversiones.

Muy por el contrario, si se muestra visión de Estado, sin negar lo obvio, seguramente se obtendrá la solidaridad y el apoyo de miembros significativos de la comunidad internacional.




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