viernes, 3 de octubre de 2014

Sergio Sarmiento - Cultura de la marcha

Quizá haya un tiempo en que no tengamos el poder de impedir la injusticia, pero nunca debe haber un tiempo en

que no nos animemos a protestar”.
Elie Wiesel

Hace años me decían que los mexicanos tenemos la culpa de todo lo que nos pasa, desde el mal gobierno hasta la pobreza, por nuestra dejadez. Los ciudadanos de otros países se involucran más en los asuntos públicos y por lo tanto logran mejores gobiernos y una mayor prosperidad.
Como explicación suena muy bien. Los mexicanos somos expertos en explicar por qué somos pobres. Hasta el Presidente nos dice que la corrupción es un problema cultural. El problema es que si fuimos apáticos alguna vez, hoy tenemos una extensa cultura de la marcha y el bloqueo, y no por eso tenemos mejores gobiernos o menor pobreza.








No hay día en que una marcha o bloqueo no afecte alguna parte del país. Ayer fue 2 de octubre y por lo tanto había que tomar las calles. Los comercios cerraron sus puertas desde temprano para evitar actos de vandalismo. Un día antes un grupo de Ciudad Satélite cerró el Periférico porque no está de acuerdo con que se construyan rampas de descenso en el segundo piso de esa vía, un grupo de jubilados del IMSS cerró la Vía Morelos porque alguien les dijo que les quitarían las pensiones, y unos padres de familia cerraron avenidas en el oriente del Valle de México porque no están de acuerdo con la dirección de su escuela. El martes fueron los estudiantes del Politécnico, que protestaban por un nuevo reglamento y plan de estudios. En Oaxaca, Michoacán y Guerrero las marchas y bloqueos son acompañados por secuestros de autobuses.

Las marchas y los bloqueos se han convertido en instrumentos habituales de presión al gobierno porque funcionan. Los grupos de presión saben que pueden obtener lo que quieran, ya sean demandas legítimas o descaradas extorsiones, con marchas y plantones. Han aprendido que entre mayor sea el daño a terceros, más rápida será la respuesta de la autoridad. En México no funciona el principio de que el derecho de cada quien termina donde empieza el derecho de los demás. Aquí el que más protesta y el que más bloquea es el que obtiene mayores beneficios.


La táctica puede ser contraproducente. El recuerdo del bloqueo de seis semanas del Paseo de la Reforma en 2006 ha sido un lastre muy pesado para Andrés Manuel López Obrador, al grado de que en la campaña de 2012 declaró que no quería realmente el plantón pero que se vio obligado a encabezarlo para no ser rebasado por “el pueblo”. Los bloqueos constantes del SME y de la CNTE han sido factores en la pérdida de respaldo popular de estos grupos.

En contraste, ayer por la mañana un grupo de estudiantes de la Prepa 7, después de cerrar su escuela, hizo unos plantones intermitentes: con labores de información durante los altos, pero dejando pasar los vehículos en la luz verde. Muchos de los automovilistas, en lugar de mentarles la madre como es habitual, les ofrecieron señales de apoyo.

Independientemente de si hay buenas o malas manifestaciones, su proliferación no ha ayudado a mejorar la situación del país. Aun cuando los manifestantes hayan dejado pasar a los automovilistas, la Prepa 7 permaneció ayer sin clases. La situación económica del país no mejora porque se interrumpan constantemente las actividades productivas. Tampoco por los chantajes de organizaciones profesionales de manifestantes como los Panchos Villa, El Barzón o Antorcha.
Quizá habría que organizar un gran bloqueo para protestar contra los bloqueos, pero cuando un negocio se vuelve tan próspero como el de las marchas sabemos que no habrá marcha que le pueda poner fin.

Por decreto
Si la competitividad pudiera lograrse por decreto gubernamental, deberíamos estar de plácemes. Ayer el presidente Peña Nieto envió al Congreso una iniciativa de ley para la competitividad que aplicará una “política nacional de fomento económico”. Parecería que nuestros políticos no han entendido que la productividad no se construye con planes gubernamentales.




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