Se cumplió una semana del sólido reportaje de Carmen Aristegui y su equipo sobre la casa de la familia Peña en Las Lomas. Me cuesta entender que el Presidente siga dejando correr los días para asumir la realidad como todo parece indicar que es en este asunto que huele tan mal: hay un ostensible conflicto de interés comprador-vendedor; agente inmobiliario-jefe de Estado.
El Presidente se comprometió el sábado a aportar información para contrarrestar las “aseveraciones imprecisas y carentes de sustento”. Es martes. ¿Qué es impreciso? ¿El domicilio? ¿El valor de la casa? ¿En vez de 7 millones de dólares fueron 6.5? ¿Los detalles técnicos del crédito directo del vendedor al cliente? ¿El bono de actuación a la esposa del Presidente?
Es martes. ¿Qué carece de sustento? ¿El señalamiento de que la casa no está referida en la declaración patrimonial del Presidente de la República? ¿Las huellas gigantescas de que el vendedor fue también un contratista estelar del gobierno del Estado de México y comenzaba a serlo del gobierno federal?
Esta historia no parece ser un invento. El Presidente cometerá un grave error tratando de suavizarla. O peor, de enredarla. Porque, de todas formas, la casa de Las Lomas lo perseguirá los cuatro años que le quedan en la Presidencia. ¿Cómo podrá llamar a combatir la corrupción? ¿Quién creerá que las múltiples licitaciones en puerta serán impecables?
Cualquier control de daños medianamente eficaz tendrá que pasar por la premisa de reconocer los hechos y asumir las consecuencias.
Me cuesta entender que el presidente Peña Nieto siga dejando pasar los días.
Fuente: Milenio
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