Un letrero que decía “It’s the
economy, stupid” colgaba de la pared de cada una de las oficinas de
campaña de Bill Clinton cuando éste buscó por primera vez la presidencia
de Estados Unidos, en 1992.
Acuñada por James Carville, el
estratega de la exitosa campaña que impidió que George Bush papá se
reeligiera, la frase tenía el propósito de recordarle a todos los que
trabajaban en dicha campaña que debían concentrar todos sus esfuerzos
para convencer al electorado estadunidense que bajo el gobierno de Bush
la economía se había ido para abajo y con ella los niveles de vida de la
mayoría de los votantes. El equipo de Clinton aprovechó así la recesión
económica que entonces afectaba a Estados Unidos.
Tan efectiva fue la estrategia seguida por los demócratas que la popularidad de Bush se desplomó. Una encuesta de marzo de 1991 señalaba que era calificado positivamente por 90% de las personas, porcentaje que cayó en agosto de 1992 cuando otra encuesta indicó que era calificado negativamente por 64%
Carville no se equivocó y Clinton hizo bien en hacerle caso. Si en algo pensamos los seres humanos al momento de votar es en nuestras finanzas personales y la forma en que un gobernante y su partido han manejado la economía nacional. Si nuestra cartera no está contenta manifestamos dicha insatisfacción votando en contra de quienes percibimos como los responsables de la mala situación económica que estamos padeciendo.
Las encuestas dadas a conocer en los últimos días en torno a la gestión del presidente Enrique Peña Nieto muestran que la mitad o más de los mexicanos mayores de 18 años de edad reprueban el trabajo que ha realizado hasta la fecha. Peor aún, las reformas por las que apostó gran parte de su capital político son percibidas negativamente por un alto porcentaje de personas. Y todavía peor, lo responsabilizan por la desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, crimen aparentemente perpetrado por órdenes de un presidente municipal perredista en un estado entonces gobernado por otro perredista.
Todo lo anterior porque el presidente y su equipo olvidaron la famosa frase de “Es la economía, estúpido” y tomaron decisiones que golpearon duramente los bolsillos de la mayoría de los mexicanos. En el primer año de gobierno, por quien sabe que razones hasta ahora no explicadas con claridad, la Secretaria de Hacienda impidió que se ejerciera gran parte del multibillonario presupuesto federal que el Congreso autorizó para 2013; en el segundo año, la decisión de Peña Nieto de dotar al gobierno de más recursos económicos se tradujo en un aumento injustifcado de impuestos a partir de enero de 2014, lo que tuvo efectos funestos para la empresas, los consumidores y la economía en general.
Peña Nieto no estaría tan mal calificado si la economía hubiera crecido a tasas más altas que las registradas durante sus primeros dos años de gobierno y si una mayoría de los mexicanos sintiera que su situación económica mejoró desde diciembre de 2012. Esto no ocurrió y ahora el presidente debe pagar el precio. Hoy en las encuestas, el primer domingo de junio en las urnas.
Tan efectiva fue la estrategia seguida por los demócratas que la popularidad de Bush se desplomó. Una encuesta de marzo de 1991 señalaba que era calificado positivamente por 90% de las personas, porcentaje que cayó en agosto de 1992 cuando otra encuesta indicó que era calificado negativamente por 64%
Carville no se equivocó y Clinton hizo bien en hacerle caso. Si en algo pensamos los seres humanos al momento de votar es en nuestras finanzas personales y la forma en que un gobernante y su partido han manejado la economía nacional. Si nuestra cartera no está contenta manifestamos dicha insatisfacción votando en contra de quienes percibimos como los responsables de la mala situación económica que estamos padeciendo.
Las encuestas dadas a conocer en los últimos días en torno a la gestión del presidente Enrique Peña Nieto muestran que la mitad o más de los mexicanos mayores de 18 años de edad reprueban el trabajo que ha realizado hasta la fecha. Peor aún, las reformas por las que apostó gran parte de su capital político son percibidas negativamente por un alto porcentaje de personas. Y todavía peor, lo responsabilizan por la desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, crimen aparentemente perpetrado por órdenes de un presidente municipal perredista en un estado entonces gobernado por otro perredista.
Todo lo anterior porque el presidente y su equipo olvidaron la famosa frase de “Es la economía, estúpido” y tomaron decisiones que golpearon duramente los bolsillos de la mayoría de los mexicanos. En el primer año de gobierno, por quien sabe que razones hasta ahora no explicadas con claridad, la Secretaria de Hacienda impidió que se ejerciera gran parte del multibillonario presupuesto federal que el Congreso autorizó para 2013; en el segundo año, la decisión de Peña Nieto de dotar al gobierno de más recursos económicos se tradujo en un aumento injustifcado de impuestos a partir de enero de 2014, lo que tuvo efectos funestos para la empresas, los consumidores y la economía en general.
Peña Nieto no estaría tan mal calificado si la economía hubiera crecido a tasas más altas que las registradas durante sus primeros dos años de gobierno y si una mayoría de los mexicanos sintiera que su situación económica mejoró desde diciembre de 2012. Esto no ocurrió y ahora el presidente debe pagar el precio. Hoy en las encuestas, el primer domingo de junio en las urnas.
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