domingo, 14 de diciembre de 2014

UN POEMA DE:

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos
1580 - 1645

Los que ciego me ven de haber llorado

Los que ciego me ven de haber llorado
y las lágrimas saben que he vertido,
admiran de que, en fuentes dividido
o en lluvias, ya no corra derramado.

Pero mi corazón arde admirado
(porque en tus llamas, Lisis, encendido)
de no verme en centellas repartido,
y en humo negro y llamas desatado.

En mí no vencen largos y altos ríos
a incendios, que animosos me maltratan,
ni el llanto se defiende de sus bríos.

La agua y el fuego en mí de paces tratan
y amigos son, por ser contrarios míos;
y los dos, por matarme no se matan.


Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:

su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.


A todas partes que me vuelvo, veo

A todas partes que me vuelvo, veo
las amenazas de la llama ardiente,
y en cualquiera lugar tengo presente
tormento esquivo y burlador deseo.

La vida es mi prisión, y no lo creo;
y al son del hierro, que perpetuamente
pesado arrastro, y humedezco ausente,
dentro mi proprio, pruebo a ser Orfeo.

Hay en mi corazón furias y penas,
en él es el amor fuego, y tirano,
y yo padezco en mí la culpa mía.

¡Oh dueño sin piedad, que tal ordenas!
Pues del castigo de enemiga mano
no es precio, ni rescate la armonía.


Cargado voy de mí, veo delante

Cargado voy de mí, veo delante
muerte, que me amenaza la jornada:
ir porfiando por la senda errada
más de necio será que de constante.

Si por su mal me sigue necio amante
(que nunca es sola suerte desdichada),
¡ay!, vuelva en sí, y atrás, no dé pisada
donde la dio tan ciego caminante.

Ved cuán errado mi camino ha sido;
cuán solo y triste y cuán desordenado,
que nunca ansí le anduvo pie perdido:

pues por no desandar lo caminado,
viendo delante y cerca fin temido,
con pasos, que otros huyen, le he buscado. 






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