jueves, 20 de agosto de 2015

Jorge Zepeda Patterson - Matar al mensajero potencia el mensaje

"Lo malo de reprimir a periodistas que afectan a nuestra imagen es que provoca muy mala imagen". No es una frase de Oscar Wilde, pero bien podría serlo de Javier Duarte, el gobernador de Veracruz. A fuerza de perseguir y hostilizar a reporteros y medios de información el mandatario se ha convertido para la opinión pública en símbolo del político cavernícola y salvaje. Y, encima, feo.

Por lo general los criterios estéticos no tendrían que entrar en una valoración política. No es útil ni correcto. Excepto en este caso en que el propio gobernador ha perseguido a reporteros gráficos que se atrevieron a captar su señorial imagen en posiciones que no hacían justicia a la valoración estética que tiene de sí mismo. Fotos en las que salía feo, pues. Rubén Espinosa, reportero gráfico de la agencia Cuartoscuro y de la revista Proceso, debió salir de Veracruz después de publicar una foto en la que los michelines del político no habían pasado por el riguroso Photoshop. Como es sabido, Espinosa fue asesinado semanas más tarde en la Ciudad de México en un departamento de la colonia Narvarte, junto a Mile Virginia Martin, Yesenia Quiroz, Alejandra y Nadia Vera, esta última activista política también exiliada de aquel Estado.








Duarte ha descubierto de la peor manera que matar al mensajero (es una frase, no un dictamen judicial) termina potenciando el mensaje. Tras el asesinato de Espinosa, la foto y otras similares han explosionado en multitud de medios nacionales e internacionales, reproduciendo ad nauseam los gestos fieros y la figura voluminosa del político. En suma, el resto de los mexicanos ya ha podido constatar que el gobernador de Veracruz no es un hombre apuesto ni delgado, pero sí que es un político intolerante y déspota.

Más allá de la vanidad y la torpeza de este gobernante, lo cierto es que la persecución de periodistas se ha convertido en una práctica endémica en México. Comenzó a escalar en algún momento en los años noventa, cuando los señores del narco consideraron inconveniente la atención a sus asuntos por parte de algunos reporteros y mostraron su irritación haciendo desaparecer a profesionales y amenazando a diarios y noticieros informativos. En algún momento las presiones se generalizaron a todas las regiones agobiadas por el crimen organizado. Hacia 2010 habían muerto o desaparecido más de sesenta profesionales, presumiblemente a manos de narcotraficantes.

Pero luego sucedió algo extraño; irrumpieron en la escena los señores de la política. Gobernantes como Duarte y similares que por alguna razón asumieron que si los capos se estaban deshaciendo de los periodistas incómodos de manera impune, ellos también tenían derecho a hacerlo, máxime si tenían la ley de su lado. En los últimos años, los reportes de organizaciones internacionales especializadas han revelado que más de la mitad de las agresiones a periodistas tienen un origen político.

El caso de Veracruz es con mucho el más severo, pero no el único. El gobernador endureció las leyes para facilitar la represión de la prensa crítica y construyó un clima de intolerancia, acoso y hostilidad. El resultado es espeluznante: catorce profesionales de la comunicación han muerto o desaparecido durante los cinco años de Gobierno de Duarte. Muchos otros han sido amenazados y no pocos han optado por huir de la entidad. Rubén Espinosa descubrió demasiado tarde que eso no era suficiente.

Imposible saber cuántos de estos hechos son imputables directamente al Gobierno de Duarte. Por omisión, todos. Por construir las condiciones que prohíjan estos crímenes, también. Más allá de eso, difícilmente lo sabremos. Matar al mensajero potencia el mensaje pero, por desgracia, no activa la acción de la justicia, siempre servil al soberano.



Twitter: @jorgezepedap



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