Benito Pablo Juárez García
1806-1872
Nace el 21 de marzo de 1806 en San Pablo Guelatao, poblado zapoteca ubicado en la Sierra de Ixtlán, perteneciente a la intendencia de Oaxaca. Sus padres fueron Marcelino Juárez y Brígida García. Huérfano a los tres años, queda al cuidado de su abuela Justa López y ayuda a su tío como pastor, quien le enseña el castellano. En 1818, al perder una oveja, por temor al castigo, se traslada a la ciudad de Oaxaca a vivir con su hermana Josefa, sirvienta en la casa de la familia Maza. Patrocinado por el fraile lego franciscano Antonio de Salanueva, ingresa al seminario Conciliar y después al instituto de Ciencias y Artes para estudiar derecho.
Forma parte de un grupo de liberales encabezados por Miguel Méndez. Por pedir velar en Oaxaca los restos de Vicente Guerrero, asesinado después de la traición de Picaluga, es aprisionado y desterrado a Tehuacán. En 1831 inicia su carrera política como regidor del ayuntamiento de Oaxaca. Se titula de abogado en 1834, es maestro, rector y diputado local, desde este último cargo propone confiscar las propiedades de los herederos de Hernán Cortes. Como magistrado del Tribunal Superior de Justicia defiende a los indígenas de Loxicha de las limosnas excesivas; el párroco comparece ante los juzgados y es absuelto, pero Juárez es encarcelado al revertírsele las acusaciones contra el clero.
En 1843 casa con doña Margarita Maza, hija de la familia que lo acogió en su niñez y con la que procreó ocho hijos.
Entre 1844 y 1847, es sucesivamente juez civil y de hacienda, diputado federal y secretario de gobierno en Oaxaca. En su desempeño se opone a las exigencias del clero del pago de limosnas excesivas y de consignar a quienes se niegan a pagar el diezmo; asimismo, apoya que se financie la guerra con los Estados Unidos mediante hipotecas de los bienes del clero.
Como gobernador de Oaxaca del 2 de octubre de 1847 al 12 de agosto de 1852, prohíbe a Santa Anna el paso por el estado de Oaxaca por el desastre de la guerra con los Estados Unidos; suprime las alcabalas, establece una casa de moneda e introduce un sistema de rotación de cultivos; reorganiza al poder Judicial y multiplica las escuelas públicas; inicia la construcción de caminos y funda sucursales del Instituto de Ciencias y Artes. Al término de su periodo deja un pequeño superávit en la hacienda pública.
Después, regresa al Instituto de Ciencias y Artes como su director.
Es entonces que la dictadura de Santa Anna divide al país entre liberales y conservadores. Los conservadores piensan que el progreso sólo se alcanzará mediante un sistema monárquico y una sociedad corporativa, fundamentados en una iglesia y un ejército fuertes. Los liberales pugnan por una república representativa, federal y popular similar a la norteamericana, que destruya la herencia colonial, las corporaciones y los fueros, y que desamortice los bienes del clero y las propiedades comunales para construir un país de pequeños propietarios. Los liberales moderados quieren la restauración de la Constitución de 1824, los radicales demandan una nueva Constitución.
En medio de esta lucha entre liberales y conservadores, en mayo de 1853 Santa Anna envía a Juárez prisionero a San Juan de Ulúa, luego a La Habana y de ahí se le deporta a Nueva Orleáns donde para sobrevivir, trabaja en un taller de imprenta –enferma de fiebre amarilla- y como torcedor de tabaco. Ahí consolida sus ideas liberales y su acercamiento con personajes como Melchor Ocampo, José María Mata y José Guadalupe Montenegro, también exiliados.
Al proclamarse el plan de Ayutla, Juárez vuelve a México en julio de 1855 y sirve como escribano en el cuartel del general Álvarez, jefe de la insurrección contra Santa Anna. Alvarez lo identifica y lo nombra su consejero político. Juárez expone en su autobiografía “Apuntes para mis hijos”: “el pensamiento de la revolución [de Ayutla] era constituir al país sobre las bases sólidas de libertad e igualdad y restablecer la independencia del poder civil, [por eso], se juzgó indispensable excluir al clero de la representación nacional... los gobiernos civiles no deben tener religión porque su función no es gobernar en nombre de la Iglesia, sino del pueblo que los ha elegido...”
Al triunfo de la revolución de Ayutla, Juárez es secretario de Justicia e Instrucción Pública, cuando el presidente Juan Álvarez expide la Ley de administración de justicia y orgánica de los tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios, que suprime los fueros eclesiásticos y militares y establece la igualdad jurídica de todos los ciudadanos, conocida como Ley Juárez, el 22 de noviembre de 1855.
En 1856 es gobernador interino de Oaxaca. Un año después, ya jurada la Constitución de 1857, durante el gobierno de Comonfort, es secretario de Gobernación y después electo presidente de la Suprema Corte de Justicia.
El Papa Pío IX condenó la nueva Constitución y en diciembre de 1857, el general Félix Zuloaga demandó la convocatoria de un nuevo congreso constituyente; y el presidente Comonfort lo apoyó porque tenía dudas de si se podía gobernar con la nueva Constitución.
El 18 de diciembre de 1857 asume la presidencia de la República interinamente por ministerio de ley por ausencia de su titular Comonfort, quien abjura la Constitución de 1857. Comonfort ordena su aprehensión pero después lo pone en libertad cuando Zuloaga lo desconoce y se proclama presidente. Juárez establece su gobierno legítimo en Guanajuato el 18 de enero de 1858, mientras Zuloaga instala un gobierno conservador paralelo en la capital. A partir de entonces Juárez ocupa sin interrupción el cargo de presidente de la República más de catorce años hasta su muerte.
Juárez inicia su gobierno, en un mundo en el que las potencias industriales europeas, principalmente Inglaterra y Francia, avanzan hacia la segunda revolución industrial y se disputan las materias primas y los mercados de los países latinoamericanos que ha dejado libres España. Por su parte, el capital financiero ha iniciado su globalización e incursiona también en esos países recién independizados. En este contexto, por segunda vez, el colonialismo francés trata de hacerse pagar deudas exorbitantes y de convertir a México en un bastión francés que sirva de base para imponer otros protectorados en centro y sudamérica. Años antes, el conde francés Gastón de Raousset-Boulbon había fracasado en su intento de crear un nuevo país con los estados de Sonora, Sinaloa, Durango y Chihuahua. Ahora, Napoleón III busca crear una Liga Latina que incluya tierras mediterráneas y las ex colonias españolas y portuguesas. Pretende constituir un baluarte monárquico y católico para contrarrestar en la región la influencia norteamericana anglosajona, republicana y protestante. En tanto, los Estados Unidos están en vísperas de una guerra civil que al estallar en 1861, los distraerá de ejercer su influencia sobre el resto de América y sólo hasta después de 1865, podrán de nuevo hacer valer su doctrina Monroe y su “destino manifiesto”.
En lo interno, el país se encuentra dividido: los gobiernos de Colima, Guerrero, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Oaxaca, Querétaro, Veracruz y Zacatecas, apoyan a Juárez. La mayoría del ejército y el clero a Zuloaga, quien fue reconocido por los representantes de gobiernos extranjeros. El Estado seguía siendo pobre, la Iglesia rica, y financiaba movimientos contra todo gobierno que amenazara sus privilegios.
Juárez organiza su ejército con elementos populares y emprende la Guerra de Reforma contra los conservadores que dura tres años (1858-1861). Ahora se enfrenta a Miramón, quien desde el 2 de febrero de 1859 sustituye a Zuloaga. La mayoría del cuerpo diplomático, especialmente los embajadores de Inglaterra, Francia y España apoyan a los reaccionarios. Ante la fuerza de los conservadores, Juárez se repliega a Guanajuato y de ahí pasa a Guadalajara, donde Guillermo Prieto lo salva de ser muerto por la soldadesca sublevada con el grito: “Los valientes no asesinan”. Continúa a Manzanillo, en donde se embarca en marzo de 1858 rumbo a Panamá, La Habana, Nueva Orleáns y Veracruz, en donde lo respalda el gobernador Manuel Gutiérrez Zamora.
Desde el fuerte de San Juan de Ulúa, el 12 de julio de 1859 expide la Ley de nacionalización de los bienes del clero regular y secular, el 23 de julio siguiente la Ley sobre el matrimonio civil, y el día 28 del mismo mes la Ley del registro civil. Leyes que junto con las anteriores leyes Juárez, Lafragua y Lerdo, así como la Ley de libertad de cultos que se expedirá más tarde (el 4 de diciembre de 1860) integran las principales leyes de Reforma.
Ese mismo año de 1859, Melchor Ocampo obtiene el reconocimiento del gobierno juarista por los Estados Unidos y para recibir empréstitos, negocia el Tratado denominado McLane-Ocampo, (que no ratifica el Congreso de Estados Unidos, ni el propio Juárez) que concede tres vías de paso por territorio mexicano a los norteamericanos. Dicho tratado tiene antecedentes en el Tratado de Gadsden o de La Mesilla, por el cual Santa Anna vendió a Estados Unidos más de cien mil kilómetros cuadrados de territorio mexicano, además de dar libre tránsito a los buques norteamericanos por el golfo de California y conceder a los Estados Unidos libre paso de personas y mercancías por el istmo de Tehuantepec.
Por su parte, los conservadores firman el Tratado Mont –Almonte que reconocía cuantiosas deudas dudosas y contrataron préstamos muy onerosos con el banquero suizo Jean Baptiste Jecker para financiar a su ejército.
Dada la legalidad del gobierno de Juárez, en la punta de Antón Lizardo, el 6 de marzo de 1860, barcos norteamericanos al mando del almirante Turner, impiden “por piratería”, el arribo a Veracruz de dos buques conservadores que trataban de bloquear el puerto y cercar a los liberales ya sitiados por tierra, acto que sería declarado ilegal por los tribunales norteamericanos. Así, las fuerzas liberales logran recuperarse y derrotar a los conservadores en Guadalajara y Calpulalpan. Miramón escapa al exilio.
Al vencer la causa liberal, Juárez regresa a la capital y es electo presidente constitucional en 1861. Decreta entonces nuevos ordenamientos: libertad de imprenta, secularización de hospitales e instituciones de beneficencia, reglamentación de la instrucción pública, que junto con las anteriores leyes de reforma constituyen la revolución cultural más trascendente del siglo XIX mexicano. Además, elimina las alcabalas que obstaculizan el desarrollo de la economía -aunque la medida no puede sostenerse por la guerra contra los franceses-, y ordena la expulsión del nuncio papal Luís Clementi y de los embajadores de Guatemala y de España que habían apoyado a los conservadores. Señala Juárez ante el Congreso: “En cuanto a la expulsión del delegado apostólico, no hay en ella ni cuestión diplomática, ni ataque a la libertad religiosa. Con el gobierno temporal de Roma, la República conservará las mismas relaciones que con las otras potencias y las leyes que aseguran la libertad de cultos, no se oponen a que los católicos residentes en el país mantengan libres relaciones con el jefe de su religión, pero sólo en lo espiritual”. Por otra parte, adopta el sistema métrico decimal.
Enfrenta las gavillas terroristas a que se redujo el ejército conservador, que hostilizan a las fuerzas liberales y asesinan a sus personajes destacados como Leandro Valle, Melchor Ocampo y Santos Degollado. Asimismo, trata de conciliar los conflictos entre los propios liberales que ocasionan renuncias e inestabilidad en el gobierno; también lucha contra la desobediencia civil a que convoca el clero.
La escasez de recursos públicos, lo obliga a suspender por dos años el pago de la deuda externa el 17 de julio de 1861: “Desde la fecha de esta ley, el gobierno de la Unión percibirá todo el producto líquido de las rentas federales, deduciéndose tan sólo los gastos de administración de las oficinas recaudadoras, y quedando suspensos por el término de dos años todos los pagos, incluso el de las asignaciones destinadas para a la deuda contraída en Londres y para las convenciones extranjeras”. Juárez señala en una carta enviada al ministro de México ante Francia e Inglaterra que “salvar a la sociedad y reorganizar nuestra hacienda, para poder satisfacer más adelante nuestros compromisos con la debida religiosidad, es el objeto que nos ha guiado a decretar la suspensión”.
México había dejado de pagar la deuda pública exterior en 1827, 1832, 1838, 1846, 1847 y 1854, sin consecuencias graves. Sin embargo, esta vez los acreedores, España, Francia e Inglaterra, unidos por la Convención de Londres del 31 de octubre del mismo año de 1861, responden a la suspensión con el bloqueo militar del puerto de Veracruz. Carlos Marx escribe en el New York Tribune que esta intervención tripartita es “una de las más monstruosas empresas jamás registradas en los anales de la historia internacional”.
Abraham Lincoln, presidente estadounidense, a pesar de encontrarse en plena guerra civil, advierte a los tres comandantes de las fuerzas invasoras: "Un monarca extranjero implantado en tierra mexicana, en presencia de fuerzas navales y militares, constituye un insulto a la forma republicana de gobierno, que es la más difundida en el continente americano, e implicaría más bien el principio que el final de una revolución en México. Los Estados Unidos estarán brindando respaldo a la república hermana, y a favor de la liberación del continente de todo control europeo, como ha sido la principal característica de la historia americana en el pasado siglo".
Juárez se ve obligado a autorizar el desembarco condicionado de tropas extranjeras en diciembre de 1861, pero el 25 de enero del año siguiente, expide una ley que establece la pena de muerte para los extranjeros invasores del territorio nacional y para los mexicanos que auxilien a sus tropas. En febrero siguiente, Manuel Doblado logra renegociar los términos de la deuda con España e Inglaterra mediante los Tratados de Soledad. Los barcos españoles al mando del general Prim y los ingleses comandados por el comodoro Hugh Dunlop se dan por satisfechos y regresan a sus respectivos países.
Juárez no logra parar las ambiciones francesas, estimuladas por el financiero Jecker y su socio el duque de Morny, medio hermano de Napoleón III. En realidad, la deuda pública legítima de México con Francia era ínfima y había disposición de pagarla; la intervención se sustentaba exclusivamente en los fraudulentos Bonos Jecker. Señala Manuel Payno, negociador de la deuda: “se nota la injusticia que envuelve…la presencia de las armas francesas en nuestro país, cuando Francia es la nación con quien mejor ha cumplido México, y con quien tiene las más vivas simpatías”.
Decidido a instaurar una monarquía católica, el conde Alphonse Dubois de Saligny ordena que 6,000 efectivos del ejército francés, bien armados y pertrechados inicien su avance hacia la capital del país el 17 de abril de 1862 en reclamo de doce millones de pesos por concepto de indemnización por hechos cometidos contra los súbditos franceses, la ejecución de los contratos convenidos por Miramón con Jecker y el derecho a intervenir en el sistema judicial, a ocupar el territorio y a establecer aranceles en las aduanas mexicanas, entre las principales demandas. Con ellos marcha Juan Nepomuceno Almonte, general mexicano conservador, hijo de Morelos.
Juárez decreta una amnistía a los militares conservadores y autoriza la formación de guerrillas en todo el territorio nacional, las cuales, en los siguientes años, impedirán el control militar del país por los invasores y desgastarán a las tropas francesas sin que éstas nunca puedan vencerlas. Los ejércitos franceses son derrotados en la batalla de Puebla el 5 de mayo siguiente; detienen su avance casi un año, pero el 31 de mayo de 1863 toman la capital mexicana y nombran una asamblea de notables que en realidad manda el general Élie-Frédéric Forey y después el mariscal Achilles Bazaine. Antes, Juárez ordena la expatriación de extranjeros involucrados en la intervención francesa en México; entre ellos Jecker; además, reorganiza al ejército republicano para hacer frente a la ocupación extranjera. Forey sustituye al general Lorencez en el mando de las tropas expedicionarias francesas.
A partir de entonces, durante cinco años Juárez ejerce un gobierno trashumante, que según las vicisitudes de la guerra traslada a San Luis Potosí, Monterrey, Saltillo, Chihuahua y Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) sucesivamente. En ese tiempo, también enfrenta la rebelión del general Jesús González Ortega, presidente de la Suprema Corte de Justicia, quien con el argumento de que el periodo de Juárez ha concluido el 30 de noviembre de 1864, reclama para sí la presidencia de la República. Sin embargo, la mayoría de los jefes militares aceptan que Juárez siga ocupando el poder ejecutivo hasta que puedan realizarse nuevas elecciones.
En abril de 1864 los conservadores negocian en Miramar la llegada de un emperador apoyado por las bayonetas francesas: Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien llega a México el 28 de mayo siguiente. Napoleón III ve en México la sede de un “gran imperio latino”, aprovechando la guerra civil norteamericana iniciada el 12 de abril de 1861 y así liquidar el expansionismo yanqui en América, a favor del colonialismo francés cuyo principal campo de operaciones, hasta entonces, ha sido Africa y Asia.
Maximiliano invita a Juárez a unirse a su imperio, pero Juárez rechaza la propuesta, “soy el llamado a mantener la integridad nacional, la soberanía y la independencia…Los traidores de mi patria se presentaron en comisión para ofrecerle la corona de México…Es dado al hombre atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud. Pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará”. Ante la imposibilidad de un acuerdo, Maximiliano dicta medidas crueles contra los juaristas, como la ley marcial del 3 de octubre de 1865, que autoriza el juicio sumario y la muerte inmediata para quienes sirvan a la causa republicana.
El ejército francés toma casi todas las capitales de los estados, con lo cual dispersa e inmoviliza sus fuerzas, mientras los liberales se agrupan en cinco divisiones para atacar al invasor y organizar la resistencia popular. Confesará Juárez unos años después: “A veces, cuando me rodeaba la defección como resultado de aplastantes reveses, mi espíritu se sentía profundamente deprimido. Pero inmediatamente reaccionaba, recordando aquel verso inmortal del más grande de los poetas ‘ninguno ha caído si uno solo permanece de pié’, entonces más que nunca me resolvía yo a llevar hasta el fin la lucha despiadada, inmisericorde por la expulsión del intruso”.
Cuando Maximiliano adopta algunas de las leyes de Reforma, Juarez escribe a sus generales: “aunque las adoptara todas, jamás conseguiría nuestra sumisión, porque nosotros ante todo defendemos la independencia y la dignidad de nuestra patria, y mientras un extranjero intervenga con sus bayonetas en nuestros negocios y quiera imponernos su voluntad despótica, como lo intenta Maximiliano, jamás consentiremos en su dominación, le haremos la guerra a muerte y rechazaremos todas sus ofertas, aun cuando haga milagros”…
Al contrario de lo acontecido durante la invasión norteamericana, que enfrentó a dos ejércitos profesionales sin la participación popular, Juárez logra extender la guerra a todo el país, organizar guerrillas que hostigan permanentemente a los franceses y movilizar la resistencia popular. Años más tarde, recordará su estrategia para vencer al francés: “No grandes cuerpos de tropas que se mueven con lentitud, que es difícil alimentar en un país devastado y que se desmoralizan fácilmente después de un descalabro; sino cuerpos de 10, 15, ó 30 mil hombres a lo más, ligados por columnas volantes, a fin de que puedan prestarse ayuda con rapidez, si fuera necesario; hostigando al enemigo de día y de noche, exterminando a sus hombres, aislándolos y destruyendo a sus convoyes, no dándoles ni reposo, ni sueño, ni provisiones, ni municiones; desgastándolo poco a poco en todo el país ocupado; y finalmente, obligándolo a capitular, prisionero de sus conquistas o a salvar los destrozados restos de sus fuerzas mediante una retirada rápida”. Los siguientes tres años son de guerra cruenta, en la que el mismo Juárez está a punto de caer prisionero en Zacatecas y tiene que huir a caballo, no siendo buen jinete.
Sin embargo, el Imperio comienza su paulatino deterioro por el desencanto de los conservadores que habiendo soñado con el retorno de la colonia, se enfrentan al liberalismo de los emperadores; por los conflictos internos de Maximiliano con el mando militar francés y con el clero; por el creciente retiro de tropas extranjeras y por el desinterés de Napoleón III, más preocupado con la inminente guerra con Prusia, que ya había derrotado a Austria, y por el triunfo de Lincoln en Estados Unidos en 1865, a quien Juárez había autorizado el cruce de tropas yanquis por territorio mexicano para que combatieran a los confederados.
En contraste, las fuerzas republicanas alientan el espíritu de resistencia al invasor y salvo el disgusto de algunos liberales porque Juárez habiendo terminado su periodo no deja el cargo o convoca a elecciones, se mantienen unidos y ocupan cada día nuevos territorios. Asimismo, terminada la guerra civil norteamericana, el gobierno juarista obtiene nuevos préstamos y apoyo diplomático de ese país para impedir nuevos envíos de tropas austriacas.
El 11 de marzo de 1867 sale de México el último contingente de tropas francesas. Norma Zubirán Escoto (LA RESISTENCIA REPUBLICANA en las entidades federativas de MÉXICO) considera "importante corregir la visión concerniente a las versiones que remiten el fin del Segundo Imperio a los conflictos entre Francia y Estados Unidos o a las condiciones que apremiaban a Francia para retirar su ejército. Esta percepción ha minimizado la importancia de las acciones nacionales que impidieron la consolidación del Segundo Imperio mexicano; la decisión estadounidense de apoyar a Benito Juárez contra el Imperio fue posible porque el mandatario estaba ahí secundado por los republicanos en lucha por todo el territorio". Ya que en todas las entidades federativas, en la medida de lo posible, gobiernos y ciudadanos republicanos organizaron juntas patrióticas y operaron una red de resistencia al Imperio y de apoyo a Benito Juárez, sin los cuales no hubiera sido posible derrotar la invasión extranjera de más duración y mayor penetración territorial que registra la historia de México.
Por fin, el 15 de mayo siguiente, se rinde Maximiliano en Querétaro y finaliza el Segundo Imperio Mexicano cuyo sostén principal fueron las bayonetas francesas. Según Gustave Niox: "el ejército de ocupación constó de 38,493 hombres, 5,274 caballos y 26 mil toneladas de material bélico, más la tripulación de 60 navíos integrada por 17,751 hombres que efectuaron 76 viajes transoceánicos... Haciendo un promedio, se puede considerar que había siempre, en un momento determinado, entre 25 mil y 28 mil hombres en México... Murieron en México 11 mil soldados extranjeros, aproximadamente ocho por día". (Citado por Zamora Martha. Maximiliano y Carlota. Memoria presente). El costo de la imposición del Imperio importó a Francia mil quinientos millones de francos.
Maximiliano es sometido a juicio y condenado a muerte el 14 de junio siguiente. Juárez se niega a perdonar la vida a Maximiliano, a pesar de que intelectuales mexicanos y extranjeros se lo piden. Responde que aplica la ley del 25 de enero de 1862 y que no ha sido él, sino el pueblo a través de las instituciones republicanas, quien lo ha condenado a la pena máxima. Dice a los defensores de Maximiliano después del juicio: “Al cumplir ustedes el cargo de defensores, han padecido mucho por la inflexibilidad del gobierno. Hoy no pueden comprender la necesidad de ella, ni la justicia que la apoya. Al tiempo está reservado apreciarla”. Maximiliano es fusilado el 19 de junio siguiente en el Cerro de las Campanas, Querétaro.
El 15 de julio siguiente, Juárez restablece los poderes federales en la ciudad de México. Al día siguiente, la capital lo recibe con verdadero júbilo y él lanza una proclama a la Nación: “¡Mexicanos! Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, siendo consumada por segunda vez la Independencia de nuestra Patria...Entre las naciones como entre los individuos, el respeto al derecho ajeno es la paz”. El triunfo de Juárez, significa la victoria del estado laico frente a la iglesia, del poder civil sobre el militar, del liberalismo contra el conservadurismo, del derecho frente a la rebelión y de la independencia sobre la invasión extranjera.
En agosto de mismo año de 1867, en sistema electoral indirecto, en el que el ciudadano vota por un elector para integrar una junta electoral de un distrito, la cual vota por un candidato, Juárez (con 7,422 votos) gana los comicios a Porfirio Díaz (2,709 votos). Triunfó el argumento de Juárez había demostrado su capacidad para salvar a la República y era el único capaz de realizar la reconstrucción nacional, frente a un Díaz, héroe militar en la lucha contra el Imperio, y sin cuyas demostradas dotes de administrador habrían faltado recursos en la guerra contra los franceses.
Es electo para un nuevo periodo 1867-1871, en el que continúa la renovación de la legislación colonial, la reorganización y licenciamiento del numeroso ejército republicano, la pacificación del país y la promoción del desarrollo capitalista de la economía nacional. El Estado asume la responsabilidad de educar en forma laica y gratuita a toda la población. El ejecutivo adquiere el poder de veto frente a los otros poderes y la facultad de convocar a elecciones. En enero de 1868, ante el IV Congreso Constitucional, Juárez reitera: “México ha restaurado completamente su independencia y ha restaurado el orden constitucional que asegura esa libertad y garantiza todos los derechos. No empaña el triunfo de México ninguna transacción, y no ha comprado la paz a costa de vergonzosos compromisos, ni de humillantes concesiones… Este resultado es obra del pueblo que no se dejó seducir ni intimidar”.
Juárez promueve la restauración del Senado para un mayor equilibrio entre el Ejecutivo y la Cámara de Diputados, reduce el déficit crónico de la hacienda pública, inaugura el ferrocarril Veracruz-Puebla, generaliza la escuela primaria laica, funda la Escuela Nacional Preparatoria, transforma la Academia de San Carlos en la Escuela Nacional de Bellas Artes y para fomentar la música, otorga el edificio de la antigua y clausurada universidad a la Sociedad Filarmónica. También intenta castellanizar a los indígenas para integrarlos a la vida nacional. Reorganiza la administración pública, aumenta la recaudación de impuestos, reduce el aparato burocrático y renegocia la deuda pública.
También Juárez reprime algunas rebeliones de campesinos desalojados por los nuevos dueños de las tierras que antes poseía el clero ya que para los liberales la propiedad particular debía imponerse sobre la propiedad de las corporaciones y de las comunidades indígenas. Pero el problema más difícil que enfrenta es la división de los propios liberales en juaristas, lerdistas y porfiristas por las continuas reelecciones de Juárez, y su civilismo provoca rebeliones militares como la de los generales González Ortega y Miguel Negrete.
Juárez mantiene la libertad de prensa a pesar de que él mismo y sus ministros son víctimas de artículos y caricaturas satíricas que lo ridiculizan. Asimismo, en 1870 decreta una amplia amnistía que permite el regreso al país hasta de su enemigo jurado el arzobispo Pelagio Labastida. Reconoce los compromisos de Maximiliano respecto al ferrocarril México-Veracruz y el Banco de Londres, México y Sudamérica.
Ante la segura derrota de la candidatura de Lerdo de Tejada por el general Porfirio Díaz en las elecciones presidenciales, Juárez accede a su última reelección en 1871 para cerrar el paso a los militares y mantener el civilismo. El resultado de la elección es de 5,837, 3,555 y 2,864 votos para Juárez, Porfirio Díaz y Sebastián Lerdo de Tejada, respectivamente, lo que motiva que la Legislatura convertida en Colegio Electoral decida la elección a favor de Juárez por 108 votos de un total de 116. Es entonces cuando tiene lugar el levantamiento de un grupo de oficiales simpatizantes de Porfirio Díaz en la ciudad de México, que es rápidamente sofocado; pero Díaz, el candidato perdedor en las elecciones, desconoce al gobierno de Juárez con el Plan de la Noria el 8 de noviembre del mismo año, contra “la reelección indefinida”.
Cuando Díaz está a punto de ser completamente derrotado, el 18 de julio de 1872, a las once y media de la noche, muere en el ejercicio del poder, el presidente Benito Juárez García, por angina de pecho. Comenzó a sentirse mal dos días antes, sufrió algunas crisis, pero siguió atendiendo asuntos de estado; recibió al ministro de Relaciones y al de la Guerra horas antes de su fallecimiento.
El novelista leonés Eduardo Antonio Parra (Juárez, el rostro de piedra), al imaginar sus últimos momentos, escribe: “Tu unión con el país ha sido provechosa, Pablo, Juárez y México constituyen una buena fórmula. Ahora ya puedes irte, con la confianza de que tu espíritu siempre flotará sobre tus compatriotas a modo de referencia, semejante a una brújula, indicándoles el mejor camino para seguir tus pasos.”
Así muere quien en vida había sido declarado “Benemérito de las Américas” por las repúblicas de Colombia y Dominicana. Su cadáver es llevado a Palacio Nacional. De ahí parte el cortejo fúnebre el día 23 hacia el Panteón de San Fernando. El Monitor Republicano publica: “fue más fuerte que su destino”.
Su primer biógrafo, Justo Sierra, escribe: “Sin los Lerdo, sin los Ocampo, sin los Ramírez, las revoluciones no son posibles; sin los Juárez, no se hacen”.
Años después, Porfirio Díaz, su principal opositor, devela en 1891 una estatua de Benito Juárez, en Palacio Nacional, que tiene la leyenda: “Los cañones quitados en 1860 por el ejército liberal a las tropas del partido conservador en las batallas de Silao y Calpulalpan y fragmentos de los proyectiles disparados por la artillería francesa contra Puebla de Zaragoza durante el sitio de 1863 dieron el metal con el que se fundió esta estatua”. Cerca de ahí actualmente hay un museo dedicado a su persona, el “Recinto de Juárez”.
En la Alameda Central de la ciudad de México, se encuentra un monumento conocido como el Hemiciclo a Juárez, mandado levantar también por Díaz en 1910, quien nunca dejó de recordar la grandeza de quien en vida impugnó.
A más de dos siglos de su nacimiento, su legado sigue siendo guía para los buenos mexicanos. Para Andrés Henestrosa: "Con Juárez los niños indios de todo el mundo, los huérfanos de la tierra, los esclavos, los negados de la razón y del alma ya saben que de nada se puede llegar a todo; que la acción vence al destino, que el amor a la justicia, a la independencia, a la libertad y la patria, obra milagros".
Carlos Pellicer considera su vida ancla y vela de la nación mexicana: "Eres el Presidente vitalicio, a pesar de tanta noche lúgubre. La República es mar navegable y sereno si el tiempo te consulta".
Escribe Gilberto Argüello (Medio siglo de vida independiente) acerca de la actuación política de Juárez: “Ejerció el poder en horas de emergencia nacional, encarnando la legalidad y la moralidad. Su principal tarea fue consolidar el poder estatal, para lo cual desplegó energía y habilidades sin par. Por eso mismo, fue implacable y despótico, inaugurando formas de acción gubernamental presidencialistas. Sin embargo, su honradez republicana, su patriotismo y su obra como fundador del Estado moderno, lo sitúan como uno de los más dignos hijos del pueblo mexicano”.
A pesar de que Juárez no fue el más brillante intelectual de los liberales que escribieron la epopeya de la Reforma y de la lucha contra el imperialismo francés, también fue un pensador profundo. He aquí algunos de los pensamientos del más destacado político mexicano de todos los tiempos:
“No deshonra a un hombre equivocarse. Lo que deshonra es la perseverancia en el error”.
“Mi deber es no atender a los que sólo representan el deseo de un corto número de personas, sino a la voluntad nacional”.
“El primer gobernante de una sociedad no debe tener más bandera que la ley; la felicidad común debe ser su norte, e iguales los hombres ante su presencia, como lo son ante la ley; sólo debe distinguir al mérito y a la virtud para recompensarlos; al vicio y al crimen para procurar su castigo”.
“Haya energía para cumplir la ley; esto bastará para que la nación se salve y sea feliz”.
“Si Francia, Estados Unidos o cualquier otra nación se apodera de algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de él, dejemos siquiera vivo el derecho para que las generaciones que nos sucedan lo recobre. Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior, pero sería pésimo desarmar a nuestros hijos privándoles de un buen derecho, que más valientes, más patriotas y sufridos que nosotros, lo harán valer y sabrán reivindicarlo algún día”.
”Los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger imparcialmente la libertad que los gobernados tienen de seguir y practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna”.
“Los gobernantes de la sociedad civil no deben asistir, como tales, a ningún ceremonial eclesiástico, si bien como hombres pueden ir a los templos a practicar los actos de devoción que su religión les dicte”.
“La respetabilidad de un gobierno le viene de la ley y de un recto proceder y no de trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro”
“Los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley le ha señalado”.
”La instrucción es la primera base de la prosperidad de un pueblo, a la vez que el medio más seguro de hacer imposibles los abusos de poder”.
“Formar a la mujer con todas las recomendaciones que exige su necesaria y elevada misión, es formar el germen fecundo de regeneración, mejora social. Por esto es que su educación jamás debe descuidarse”.
“El pueblo que quiere ser libre lo será. Hidalgo enseñó que el poder de los reyes es demasiado débil cuando gobiernan contra la voluntad de los pueblos”.
“No reconozco fuente de poder más pura que la opinión pública”.
“Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”.
“La democracia es el destino de la humanidad futura; la libertad, su indestructible arma; la perfección posible, el fin a donde se dirige”.
“Es imposible, moralmente hablando, que la reacción triunfe”.
“No hay más arbitrio, por lo visto, que seguir la lucha con lo que tenemos, con lo que podamos y hasta donde podamos.”
“Contra la Patria nunca tendremos razón”.
“Nunca me he hecho ilusiones respecto al auxilio que pueda darnos Estados Unidos. Yo sé que los ricos y poderosos ni sienten ni menos procuran remediar las desgracias de los pobres. Aquellos se temen y se respetan y no son capaces de romper lanzas por las querellas de los débiles, ni por las injusticias que sobre ellos se ejerzan. Este es y este ha sido el mundo… Los mexicanos en vez de quejarse, deben redoblar sus esfuerzos para librarse de sus tiranos”.
”Todo lo que México no haga por sí mismo para ser libre, no debe esperar, ni conviene que espere, que otros gobiernos u otras naciones hagan por él”.
“El principio de no intervención es una de las primeras obligaciones de los gobiernos, es el respeto debido a la libertad de los pueblos y a los derechos de las naciones”.
“Entre los individuos como entre las naciones, el respecto al derecho ajeno es la paz”.
“Quisiera que se me juzgara no por mis dichos, sino por mis hechos. Mis dichos son hechos”.
“En política, la línea recta es la mas corta”.
“Nada con la fuerza; todo con el derecho y la razón; se conseguirá la práctica de este principio con sólo respetar el derecho ajeno”.
“Es dado al hombre atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud. Pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará”.
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
Efeméride Nacimiento 21 de marzo de 1806. Muerte 18 de julio de 1872.
Leído en http://memoriapoliticademexico.org/Biografias/JGB06.html
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